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«YO NO SÉ NARRAR»: NOVELA Y ENSAYO

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Se quejaban Jordi Gracia y Domingo Ródenas, en su reciente antología El ensayo español, de que «los tumbos lingüísticos e ideológicos de Eugenio d'Ors han condicionado, desvirtuándola, la estimación de su magnitud como ensayista»15. Pero si realmente la consideración de Ors como ensayista, que está fuera de cualquier duda, ha sido discutida y desvirtuada, ¿qué decir del incomprensible e injusto olvido en el que han caído las narraciones orsianas?

Ors publicó narraciones y novelas, dobladas de ensayos. Son híbridas, fragmentarias y discontinuas, estáticas, contemplativas y filosóficas, ciertamente, pero se trata de obras de un gran interés que pueden ser leídas hoy como variantes de la modernidad novelística de un momento, los años veinte del siglo pasado, en que las vanguardias socavaban la noción misma de relato. El género narrativo no le resultó en absoluto ajeno a Eugenio d'Ors, pero también es cierto que Ors no fue nunca tan sólo un buen narrador, ni tampoco un narrador tout court. Y es más: parece que Ors era plenamente consciente de las transformaciones del género novelístico de su tiempo, condicionadas tanto por la filosofía de Bergson como por las aportaciones de Freud, las reflexiones de Ortega y Gasset, Proust y Thomas Mann. Como ha señalado muy acertadamente Óscar Barrero:

«Las ficciones de Eugenio d'Ors se insertan en una cultura de vanguardia para la que las convenciones de géneros literarios han dejado de existir y en la que la devoción por la imagen que el mundo del cine está empezando a difundir entre los intelectuales cala hondo en la sensibilidad de los ensayistas y narradores. En razón de las fechas de los textos de d'Ors aquí estudiados podría considerarse al autor un adelantado de esa vanguardia que desde finales de la segunda década del siglo XX se hizo presente en el panorama cultural de España. Un intelectual como Eugenio d'Ors, centinela alerta de las innovaciones que se producían al otro lado de los Pirineos, no se mantuvo al margen de su circunstancia histórica. A su faceta de intelectual defensor de la cultura clásica cabe achacar también, posiblemente, el olvido de su otra cara: la de intelectual interesado en el arte (literario en este caso) de su propio tiempo. Y ese tiempo fue el de la vanguardia»16.

Existe un Ors narrador, y hasta novelista, que se dio a conocer en una época de evidente crisis de la ficción narrativa. Quizás por esta razón la adscripción genérica de ese tipo de obras por parte del mismo autor no está nunca muy clara, y son múltiples las denominaciones que utiliza para definirlas: tanto se habla simplemente de «novela» o de «relato» como de «cuento filosófico», «fábula», «fantasías», «historia verídica», «novela experimental», «novelas ejemplares», «diario moral», «breviario», etc. Existe también, claro está, un Ors lector de novelas y novelistas de su época que, sin embargo, siempre pareció expresar una cierta desconfianza hacia el género narrativo. Como ha escrito Andrés Amorós:

«Los prejuicios estéticos de Eugenio d'Ors le impidieron juzgar acertadamente —en muchos casos— novelas contemporáneas. No comprendió la perfecta validez estética de expresar una visión del mundo caótica y angustiada con una forma paralela. Sin embargo, y quizá a causa de su misma incomprensión práctica, supo plantearse con acierto muchas cuestiones teóricas sobre la novela»17.

Y, a contrario, la consideración de las narraciones orsianas ha pecado también del prejuicio que parecía expresar el filósofo José Luis Aranguren en su célebre ensayo sobre Eugenio d'Ors, olvidando u obviando justamente el carácter de series estivales de glosas de muchas de las narraciones orsianas:

«Su técnica consistirá siempre en escandir el parvo relato en una serie de cuadros discontinuos, cada uno de los cuales expresa un sentido intelectualmente aprehensible. La narración es detenida por el pensamiento, la corriente atravesada por la figura y el sistema latente bajo la ficción novelesca»18.

Por otra parte, son múltiples las declaraciones de Ors sobre sus contradictorias relaciones con el género narrativo y, a la vez, sus dificultades mismas como lector y escritor con la novela. Pongamos tan sólo dos ejemplos. En una glosa sobre Pío Baroja de los años veinte, Ors confiesa:

«La lectura de las novelas no me deja ganas de escribir novelas. Están muy bien pero allí todo es azar y dispersada contingencia. Y a mí, que soy, después de todo, un intelectualista de solemnidad, no me interesan las cosas sino en proporción al valor de estructura de sus relaciones recíprocas; es decir, en proporción al grado de unidad que domina y gobierna en riqueza múltiple»19.

En una de sus glosas de la serie «Estilo y cifra», titulada precisamente «Novelas y novelistas», que publicaba en el periódico barcelonés La Vanguardia en los años cuarenta, Eugenio d'Ors descalificaba el género novelesco. Advertía que los lectores solían olvidar el nombre de los autores de novelas para centrarse tan sólo en los títulos y los argumentos. Terminaba confesándose cada día peor lector de novelas:

«Cada día, las novelas me interesan menos; y si no fuera que me regalan bastantes, no leería ninguna nueva. Menos, mucho menos que las demás, me atraen las del tipo que llamaríamos “novela-novela”; quiero decir, las que no frisan, bien, por un lado, en el poema, bien, por el otro cabo, en el ensayo. Todavía, en invenciones casi de magia, como la Zuleica Dobson, de Max Berboom, o en las parábolas casi de filosofía, como el delicioso y demasiado pronto olvidado César Caperan ou la Tradition, de Louis Codet, gloria futura de Perpignan, puede encontrar mi gusto una apetecible dosis de placer. Pero, la verdad, cuando me son explicadas en unas páginas interminables las querellas de la familia Vega y Hernández, muy señores míos, o los secretos de alcoba de Madame Durand, que quiere tanto a Monsieur Dupont, y buen provecho le haga, yo siento en mí una especie de sensación humillante y vergonzosa, como si estuviese mirando a través del ojo de la cerradura en una cámara cerrada. Y esto no es para mí. El malestar llega a su colmo, no sé por qué, si los personajes son ingleses y si la que me coloca en aquella situación es una señora. Quiere ello decir que, a mí, después de la supradicha Rebeca, no hay que venirme, ni con el no-sé-cuántos del viento ni con el no-sé-cuántos de las lluvias… Para meteoros, ya me bastan los filtrados y sufridos por culpa de las mal ajustadas maderas de alguno de los balcones, que me ha tocado en suerte en este expirante veraneo»20.

Para acabar descalificando también a algunos de sus novelistas contemporáneos, tanto españoles como extranjeros:

«¡Qué gusto el Quijote, qué gusto tantas narraciones antiguas, en que el relato avanza en una simétrica vertebración, donde cada capítulo encierra, entero, un episodio de la vida del personaje! Para que no se diga que juego sobre valores seguros, pondré al lado del Quijote, en este sentido una novela moderna, una novela muy discutible, aquel Voyage au bout de la nuit, del truculento Céline, más truculento aún que su casi homónimo español, el recentísimo Cela: si en Cela el don de composición, la potencia de estructura parece aún titubeante, en Céline —y era su primera obra— se mostraban esas dotes con el vigor de un clásico. En cuanto a mí, en mi despego, he acabado por juzgar la novelística casi exclusivamente según tal canon… Voy a decir con qué instrumento.

Tomo la novela que he llegado a leer, una vez vencidas las explicadas resistencias. Naturalmente, esta lectura no se hace de un tirón. Al tomar aquella para alguna nueva sentada, puede ocurrir una de dos cosas: o que reconozca inmediatamente el lugar, y hasta la línea, en que abandoné la lectura, o que me cueste el encontrarlos, para lo cual, en evitación de tanta fatiga, cuido de recurrir al empleo de una señal o “paja”. En el primer caso, juzgo la obra buena, hasta revisión a más señores. En el segundo caso, la juzgo mala y, generalmente, de no mediar razones especialísimas, es abandonada su lectura. “Con este sistema —se me objetará—, y de haberlo empleado usted desde mozo, nunca hubiera leído usted a Dostoievski”… Pero ¿quién les dice a ustedes que yo he leído a Dostoievski?».

La declaración orsiana más conocida y a la vez más decisiva para entender con exactitud la «poética» narrativa de Ors es la que, con algunas variantes, aparece finalmente en el prólogo de la traducción castellana de La Ben Plantada:

«Yo no sé narrar. Mi natural inclinación, cuando encuentro las realidades bajo mi mirada, es a dejarlas quietas. Lo cual no significa, en modo alguno, dejarlas inertes. Hay más vida que la que se traduce en agitación. […] La pasión más trágica se me aloja en una angostura doméstica. El numen de toda una raza cabe en una casita de alquiler veraniego en una playa de la costa; lo que, entre nosotros, se llama “una torre”. Y una aventura, en la siesta adormilada en un jardín de balneario… ¿Para qué contar?»21.

En su intento, satisfactorio, de sistematización de las ficciones narrativas de Ors22, Óscar Barrero ha dividido en cuatro ámbitos (personajes, argumento, estructura, tema) el desarrollo teórico del concepto orsiano de narración:

Personajes

-«Los relatos de d'Ors no carecen de personajes, aunque en ellos el mundo de las ideas se imponga al de los sentimientos».

Argumento

-«En lo que se refiere a este otro elemento sin el que no parece explicarse la novela convencional, también la heterodoxia del d'Ors narrador nos permite advertir su propósito de ruptura».

-«El argumento se reconoce, no sin dificultades, en estas ficciones, pero no es lo más relevante del texto ni sigue una linealidad que facilite la tarea de interpretación. Lo significativo parece ser la imagen».

-«La novela está formada por un conjunto de planos (capítulos), y cada plano, a su vez, está compuesto de diversas y múltiples imágenes».

Estructura

-«La falta de organización estructural de los relatos de d'Ors es más aparente que real si consideramos la repetición de elementos de este tipo que funcionan a manera de anuncios de lo por venir».

-«El aspecto técnico de las ficciones orsianas en el que más ha insistido la crítica es su estructura discontinua. A ella contribuye la inserción de historias que interrumpen el ritmo narrativo. Es superfluo hacer notar la raigambre cervantina del procedimiento, cuya utilización nada puede sorprender en un amante de lo clásico como lo era Ors».

-«No son las ficciones orsianas estructuras organizadas de acuerdo con los principios tradicionales del género narrativo».

-«Siguiendo el esquema de la glosa, todos sus textos narrativos están formados por capítulos breves (cuando no extraordinariamente breves), muchos de los cuales desarrollan una historia única. Otros son, simplemente, excursos ensayísticos útiles para el propósito del autor pero innecesarios para el desarrollo de la trama. Una trama que, en cualquier caso, como ya he señalado, no es elemento primario en la idea de d'Ors».

Tema

-«Los temas de que se nutren las páginas narrativas de d'Ors se alejan también de las convenciones para ponerse al servicio de su pensamiento. El esquema típico en estos textos es el que presenta inicialmente una situación de idílica felicidad que con frecuencia representa a una mujer idealizada que se aproxima al canon de perfección física y moral; el ídolo resulta ser de materia frágil y el pasajero acceso de “frivolidad” se salda con el retorno al punto de partida: una estabilidad que no necesita del sentimiento porque la representa la razón».

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