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Prólogo

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Tener frente a mí una pantalla en blanco para hablar de Felipe Zayas es, sin duda, uno de los mayores retos que he afrontado. Porque él merece mucho más que un prólogo al uso. Porque él merece que cada una de mis palabras dejen entrever no solo el cariño y admiración, sino también que envuelvan —aunque irremediablemente de manera incompleta— todo lo que nos dejó en herencia a quienes amamos la Educación con mayúsculas (coherente, comprometida, ética y en continua evolución).

Dada la importancia y la responsabilidad (¡y honor!) de este encargo, llevo muchas semanas intentando apuntar palabras relacionadas con Felipe. En el autobús, mientras paseaba, incluso dando clase. Llegado el día de ponerme frente al ordenador, repaso esas notas y, aunque me sigue resultando una tarea de gran complejidad, hay varios términos que se reiteran: generosidad, inteligencia e innovación. Felipe Zayas, más allá de ser un sabio de la didáctica (que lo fue, sin duda, reconocido a nivel estatal e internacional), fue un hombre generoso. Generoso e inteligente. Generoso, inteligente y siempre, siempre, caminando un paso más allá. Como dijo de él otro gran maestro, Toni Solano2: «…no nos queda ningún camino por recorrer que no haya desbrozado él antes».

Felipe, se me quedaron tantas cosas que decirte, que preguntarte, que indagar…, tanto por aprender.

Con esta oportunidad de arrullar sus textos, he podido saborear de nuevo su visión de la enseñanza, empaparme de cómo él pensaba que la lectura, la escritura o la gramática tenían que trabajarse en secundaria («muchas de las respuestas a los nuevos problemas dependen directamente de nuestro trabajo y de nuestra imaginación»).

Felipe, lejos de presentar unos contenidos inconexos, los trabajaba con pasión en su rincón virtual. Pero no con consejos ambiguos o demasiado extensos, sino con herramientas certeras para las aulas de cualquier instituto. Pasión, reflexión y una indiscutible y atrevida agudeza. Creo que es imposible leerle y no querer ahondar en su perspectiva de la educación.

Y es que Felipe Zayas fue catedrático de educación secundaria, pero fue sobre todo un pionero y un idealista. Pensó, hasta el final, que la manera de dar clase de lengua y literatura debía ser más funcional y trabajó incansablemente por lograrlo: fue parte del equipo de redacción del currículum tanto de la Generalitat Valenciana como del ministerio, elaboró innumerables materiales didácticos (algunos de ellos se incluyen o enlazan aquí), formó a docentes, investigó, puso en marcha el portal Leer.es

Por si lo anterior fuera poco, en un mundo en el que las publicaciones se cotizan quizás más de lo debido, él las compartía en su blog y en el resto de las redes. Cuando aún apenas nadie lo hacía, cuando el saber respecto a la didáctica continuaba apresado en libros o en revistas especializadas, Felipe decidió abrir su bitácora y trasladar su experiencia y conocimiento a cualquiera que navegara por esos mares. Sin pedir ni esperar nada a cambio.

Y así fue como, con su conocido entusiasmo, se embarcó en otra de sus múltiples aventuras: colaborar y participar en multitud de proyectos colaborativos gestados en el ciberespacio como, por ejemplo, las jornadas AulaBlog o las ediciones Getxolinguae, el EABE o el I Encuentro de Profesores de Lengua, entre otros muchos.

No exagero si digo que no sería la profesora que soy de no ser por Felipe, por sus reflexiones y propuestas, siempre con la comunicación en el horizonte.

Pero Felipe compartió conmigo su talento transformador también a un nivel cercano y personal; por ello, detenerme en las lindes de sus conocimientos me resultaría insuficiente en este prólogo. Él decidió creer en mí, confiar de verdad, como nunca nadie había hecho antes, dejándome incluso el extraordinario presente de poder colaborar en este libro.

Felipe, pero si era yo la que tomaba notas en tus charlas y subrayaba tus artículos… ¿Felipe conmigo? ¿Felipe a mí? De nuevo, aquí las tenéis: la generosidad, la humildad y la discreción de mi maestro.

Y, en definitiva, eso es lo que encontraréis a lo largo de estas páginas: su grandeza, su inteligencia y su talante innovador trocados en lenguaje escrito, con sus propias palabras. Vigentes como el primer día, útiles para cualquier docente, imprescindibles para quienes comienzan en esta profesión o para quienes ya son expertos. Para cualquiera, porque Felipe escribía para todos. Es lo que tienen las grandes mentes, las grandes personas: llegan a todos.

Gracias, Felipe.

Elisa Tormo

Darle a la lengua

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