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Por la mañana, Isabela recibe una llamada de Sebastián. Deja que suene, que suene. Después de ponerse blanca y defecar de los nervios, de lavarse las manos, de ponerse la agüita que le quedó en el pelo, de confirmar que, en vez de broncearse, nomás se le puso la piel más rosa y las pecas del pecho multiplicadas, Isabela marca el número que se sabe de memoria.

¿Vamos a la expo?, pregunta Sebastián en un tono como si se hablaran diario. Invita a la Paula, yo voy con un amigo.

Los voladores de Papantla, vestidos de blanco y rojo, dan vueltas boca abajo, agarrados a la vida por una cuerda que los sostiene del tobillo hacia la cúspide de un tubo donde otro volador toca un tambor y una flauta.

Anualmente, en Hermosillo, los vaqueros exhiben y rematan vacas en la Expo Ganadera, feria estatal donde incluyen entretenimiento para todas las edades. Sebastián va con un amigo feo, Isabela con Paula. Terreno grande, polvo, animales expuestos, familias, palenques, juegos mecánicos, peluches, algodones de azúcar.

Es un reencuentro amigable, como si no se hubieran dejado de ver, o como si no se hubieran tocado antes, Isabela y Sebastián. Botas vaqueras, jeans, camiseta blanca. Sebastián casi no ve a Isabela, ni cuando le habla, los ojos en los niños que pasan, en un juego de pistolas de agua, en un payaso. Los cuatro se asoman a una pelea de gallos donde Isabela se asusta y Sebastián le tapa los ojos sin dejar de chiflar como el resto del público. Luego ven un show de Paquita la del Barrio actuado por liliputienses cantando rata de dos patas, te estoy hablando a ti y una enana golpea a un enano y la gente se ríe.

Hola, rata de dos patas, le escribe Sebastián al día siguiente.

Hola, Paquito, contesta Isabela.

Tres días, cuatro días, diario Isabela habla con él a las tres de la tarde, el uniforme puesto todavía, la camiseta sudada y las calcetas blancas con mugre. Un buen momento porque va terminando de comer. Comidas con la familia completa, hermanos, papás, abuelos, frijoles, tortillas de harina, caldo de queso, carne con chile, felicidad con chile.

Te extrañaba, dice él.

Sebastián habla bajito y rápido, hace muchas preguntas inútiles: ¿Qué haces? ¿Piensas en mí cuando haces eso? ¿Ah, sí? ¿Y qué más? ¿Todo eso comiste? Eres una golosa, Isa. Ya, admítelo, eres una golosa. Siempre lo quieres todo. A lo mejor por eso me gustas, no sé. ¿Cuándo me vas a cocinar? ¿Qué sabes cocinar? Lo que me des, me lo como. No me cuelgues. ¿Cuándo te voy a ver? ¿A qué hora es tu clase de natación? Qué rico nadar. Yo quiero entrar a esa clase. ¿Te gustaría verme diario? Ay, simple, dime. No me cuelgues, no te vayas. ¿Por qué me dejas, Isa? Conste que tú me estás dejando, eh.

Segunda virginidad

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