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La iglesia con poca gente se ve más alta, más luminosa, las velas como estrellas de mármol vivo bajo el sol dividido en rosetones. Isabela llega antes de la misa de domingo para confesarse, pelo trenzado, bolsa nueva. En la fila, saluda con un gesto manual, automático, al Ernesto Molina y a la Adriana Saltimonte. Qué linda la pareja. De toda la vida. Ambos concentrados en el sagrario, sus manos huesudas entrelazadas.

Isabela le dice al sacerdote que se siente bien porque ya no va a haber tentación.

No, él no es para mí, padre, estoy segura, dice Isabela. No lo voy a volver a ver.

Qué bueno, me gusta tu fuerza de voluntad, le dice el cura tras la rejilla, olor a 2-nonenal.

Isabela lo aprendió en clase de química la semana pasada, la molécula que se genera en la piel de los cincuentones o sesentones cuando unos ácidos grasos se oxidan de manera natural.

Halo erudita.

Vete en paz.

Se fue en paz.


Segunda virginidad

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