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Las ejecuciones de sentencias de muerte

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Si la vida es el don más preciado del ser humano, arrebatársela constituye el mayor de los castigos. La pena de muerte o «capital» es un homicidio legal que todavía es legal en una veintena de países, todos ellos gobernados por regímenes autoritarios con las excepciones de Japón y de algunos Estados Unidos de Norteamérica.

En el repertorio operístico abundan los casos de ejecución, casi todos motivados por represiones políticas, intolerancia religiosa o superstición, y realizados de diversos modos.

• Quema en hoguera: el «fuego purificador» era el método preferido para acabar con herejes y brujas. La lista de víctimas operísticas de la Inquisición es larga: Rachel (La judía), Juana de Arco, Renata (El ángel de fuego), Silvana (La llama), El prisionero, Grandier (Los demonios de Loudun)…

• Decapitación: el modo de ejecutar a un reo «separando la cabeza del cuerpo» fue evolucionando desde la espada y el hacha, que exigían la destreza del verdugo, hasta la infalible guillotina. Entre los personajes decapitados a espada destacan Jokanaán (Salomé) y el príncipe de Persia (Turandot). El hacha fue la preferida en las «óperas Tudor», en las que Ana Bolena, María Estuardo y Roberto Devereux acaban perdiendo la cabeza. La guillotina, un invento de la Revolución Francesa, se llevó por delante a Danton (La muerte de Danton), a Andrea Chénier y Magdalena y a Blanche de la Force y sus quince compañeras monjas (Diálogos de carmelitas).


Escena de Diálogos de carmelitas, de Francis Poulenc.

• Horca: por motivos bien distintos, Billy Budd y Jim Mahoney (Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny) acaban sus días colgados del cuello en un patíbulo. Como veremos, Dick Johnson (La chica del Oeste) tiene mejor suerte y se libra de la muerte en el último momento.

• Disparo de arma de fuego: Mario Cavaradossi (Tosca) muere ante un pelotón de fusilamiento y Leon Klinghofer (La muerte de Klinghofer) víctima de un atentado terrorista histórico.

• Otras formas de ejecución menos frecuentes son el enterramiento vivo de Radamés (al que se suma voluntariamente Aida) o el linchamiento de Cardillac, el orfebre que asesinaba a sus clientes.

Otros homicidios «justificados» son los que ocurren como consecuencia de un duelo o bajo circunstancias atenuantes o eximentes:

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