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El «suicidador» de heroínas

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A Giacomo Antonio Domenico Michele Secondo Maria Puccini (Lucca, 1858 – Bruselas, 1924) le pusieron tantos nombres como generaciones de músicos había regalado la familia al Duomo de su ciudad natal. Como su padre, su abuelo y su bisabuelo, el adolescente Giacomo estaba predestinado a tocar el órgano de la catedral, pero pronto dio síntomas de descarrío como aporrear el piano en tascucias y robar cañerías de plomo para comprar tabaco, hasta que el 11 de mayo de 1876 su vida se encauzó. Representaban la Aida de Verdi en Pisa y Puccini recorrió a pie los veinte kilómetros que lo separaban de la revelación de su destino: componer óperas. Tras la prometedora Le Villi y el fiasco de Edgar, el apoteósico estreno de Manon Lescaut lo entronizó como nuevo rey de la ópera italiana, es decir, de la Ópera, cuando contaba los 35 años que vivió Mozart.

Como la de su colega Chaikovski, la música de Puccini sigue debatiéndose entre el indiscutible éxito popular y el desdén esnob de presuntos intelectuales musicales que rebajan los «sensibleros» melodramas puccinianos por excitar conscientemente los instintos menos refinados del oyente. Pero ahí están La Bohème, Tosca y Madama Butterfly entre las diez óperas más representadas año tras año en todo el mundo, y ahí siguen generación tras generación millones de espectadores dispuestos a llorar una vez más con la muerte de Mimí, a romperse las manos tras otro Vissi d’arte, a embelesarse de nuevo con el Oh mio babbino caro o a enronquecer de tanto bravo al Nessun dorma, a sabiendas de que el mago de las emociones Puccini se la está jugando una vez más con sus viejos trucos.

Las heroínas puccinianas (Manon, Mimí, Cio-Cio San, Floria Tosca, Suor Angelica, Liú) son «mujercitas que solo saben amar y sufrir», casi siempre hasta la muerte y mayormente suicidándose. Solo tras el escándalo del suicidio real de la criada Doria Manfredi, injustamente acusada por Elvira5 —quien había dejado a su marido por Puccini— de mantener relaciones íntimas con el músico, el «poderoso cazador de aves silvestres, libretos operísticos y mujeres atractivas» compuso una ópera-western (La fanciulla del West) cuya protagonista Minnie no sólo no se mata sino que ni se muere.

Pero, pasado el mal trago, Puccini volvió a las andadas suicidando a la fiel esclava Liú tras dejarle cantar la bellísima aria Tu che di gel sei cinta («Tú, que estás rodeada de hielo») Sería su último suicidio porque el maestro, fumador empedernido, falleció sin acabar Turandot víctima de un cáncer de laringe.

Además del homicidio y el suicidio son menos frecuentes otras causas de muerte como las naturales (vejez, enfermedad), las catástrofes naturales, las emociones intensas, el «desfallecimiento» y las que calificamos de misteriosas o sobrenaturales (desaparición, condenación, ascenso al cielo, etc).

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