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Siete

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El mismo día que me dieron la Universidad, Mashenka se suicidó. Yo no estaba del todo seguro acerca de sus motivos. De cualquier manera le hice la autopsia. Dados mis conocimientos en Anatomía, Criminalística y Teoría del Suicidio, descubrí que la trayectoria de la bala que le segó la vida indicaba otra cosa: homicidio.

Al día siguiente yo mismo impartí la materia Descubriendo al Asesino, al cabo de la cual recluté a noventa investigadores para que me ayudaran a llegar hasta el culpable.

Ciento veinte horas más tarde, un grupo de cinco alumnos se presentó en mi oficina con un individuo de aspecto enfermizo, gorra de beisbolista y chicle bomba. Me explicaron, paso a paso, todas las pistas que siguieron hasta dar con el homicida. Pensé: Se non è vero, è ben trovato. Sin embargo, pronto deseché las dudas: asesino confeso, esposado y cabizbajo, dijo que amaba a Mashenka y que, al no ser correspondido, “me deshice de ella”. Había sido jefe de meseros en la universidad de Browninburgo. Lo remití al Ministerio Público para que se procediera conforme la ley.

La tristeza por la pérdida de Mashenka se vio compensada por la satisfacción que me dio la respuesta inmediata de los pupilos a mis enseñanzas.

Enterada la prensa del homicidio y su pronta solución a través de mi cátedra, le hicieron una difusión excesiva al acontecimiento, entrevistaron a los detectives, al criminal y al procurador de Justicia, que así se expresó: “Habremos de lograr más logros si la ciudadanía logra organizarse. Este es un claro ejemplo de lo logrado”. “¿Y sus propios logros?”, le preguntó con ironía un reportero del semanario La cantaleta. “Nuestros logros son los logros de todos. Lo que logremos juntos logrará acabar con el crimen”.

Me llamó el presidente para felicitarme. Le dije que lo menos que esperaba de él era un pésame. “¿Thenía una rrelasion hamorosa con la oxiza?”, me preguntó. “Era mi amante, ¿qué no ha leído los periódicos?”. Se disculpó de inmediato y me ofreció el Ministerio de Educación: “El paiz lo nesecitta”.

Lo dudé al principio: la enciclopedia y la política, a mi claro entender, equidistan. Fiur y Huberto se encargaron de convencerme: “El país te necesita”.

Profesores, tiranos y otros pinches chamacos

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