Читать книгу Profesores, tiranos y otros pinches chamacos - Francisco Hinojosa - Страница 7
LA CREACIÓN
ОглавлениеDios dijo, con su inigualable Voz: “Haya luz”. Pero algo salió mal en la Articulación del sustantivo y el resultado fue imprevisto: la luz eléctrica. Y con ella solamente la noche y pronto el primer apagón. La gente robó en las calles y asesinó. La gente violó hermosas muchachas, perpetró asaltos, consumó parricidios, espantó ancianas, secuestró industriales y urdió, en medio de los congestionamientos de tránsito, horrorosos planes de venganza. “La oscuridad –se dijo entonces Dios para sus Adentros– ha suscitado la maldad entre los hombres”. Había que corregir el error, grave si se considera que fue cometido por el Omnipresente. Para hacerlo, Dios apuntó primero en un papel su siguiente Deseo –oh, divina Grafía– y luego lo articuló con su mejor Pronunciación: “Hágase la bondad”. Y la bondad se hizo al instante bajo el hálito nocturno que aún envolvía al mundo. Aunque no sin cierta carencia de matices –a los que estaba poco acostumbrada la humanidad–: el altruismo. Los niños ayudaron a las ancianas a cruzar las calles, los prójimos ofrecieron a sus mujeres, los tiranos recolectaron dinero para la cruz roja, los mendigos abrieron cuentas de ahorro, el ejército se ofreció a cuidar bebés mientras los padres iban al cine, la gente empezó a darse la mano a la primera oportunidad e intercambió con sus semejantes voluminosos paquetes de regalos. En los hospitales se trasplantaron millones de ojos y riñones y se hicieron innumerables transfusiones de sangre: en la mayoría de los casos como un intercambio amistoso entre los propios donadores. El presidente de un país africano se inclinó por la democracia y el papa otorgó veintitrés dispensas.
Entonces, no contento con la supina melosidad de su última creación, más bien aburrido de ella, Dios musitó: “Quiero algo más normal…, algo así como la vida cotidiana”. El acatamiento de la orden no se hizo esperar. Con alegría todos se lanzaron a las calles, acudieron a sus trabajos, se tomaron el día libre, se embarcaron hacia otro puerto, se dejaron operar en los sanatorios, dijeron a sus hijos que no confundieran la libertad con el libertinaje, se dirigieron hacia el subterráneo, hablaron francés, hurgaron en sus narices, comieron asquerosos purés. Una deliciosa rutina lo cubría todo.
El tiempo pasó lentamente, marcado por el ruido de las fábricas de textiles y por el rechinar de los neumáticos en el pavimento. Hasta un buen día en que Dios se asomó a la Tierra: las cosas seguían igual: como si hubiera visto ya muchas veces la misma película. Era algo realmente aburrido. Un poco aturdido por el griterío en las tribunas de un estadio de futbol, ensordecido por las porras, decidió acabar de una vez por todas con la monotonía de la vida cotidiana. Se apresuró a decir: “Háganse la soledad y el silencio”.
El partido de futbol se terminó y cada uno de los exfanáticos se retiró a su casa, a una buhardilla o a un tranquilo paraje marítimo. Las familias, las órdenes religiosas, los clubes de rotarios, los burós de arquitectos, los equipos de polo, los amantes, las academias y todo tipo de sociedades se disolvieron y sus exmiembros corrieron a buscar un lugar apartado donde vivir. Los individuos reflexionaban, concebían ideas, meditaban, leían a David Hume, abrían su corazón al recuerdo, hurgaban en las profundidades de su alma, hacían yoga, se introvertían.
A Dios le conmovió tal orden y quietud. Gozaba con la soledad de sus criaturas porque de esa manera Él también tenía para Sí momentos de Apartamiento. Y porque podía distraerse si lo quería espiando lo que la gente escribía en soledad. Leyó cuanto manuscrito tuvo a su Alcance: diarios, cartas, sonetos, aforismos, libelos. Así percibió en toda su magnitud el regocijo que muchísimas personas tenían para consigo mismas. A la vez, advirtió su propio Regocijo cuando descubrió que Él también había escrito, casi sin notarlo, una Autobiografía.
Pero con el paso de los años el silencio fue hartante, depla namente aburrido. Dios necesitaba con urgencia oír algo, aunque fuera un diálogo entre sicoanalizados. Una conversación sobre la lluvia o sobre el precio del petróleo. Lo que fuera. Un programa de rock en la radio, un tip sobre un empleo, una diatriba, un secreto, una majadería. Con un recital de poesía se conformaba.
Tenía que romper de un solo tajo con su Hartazgo y su Aburrimiento, dar un Golpe duro y definitivo al ascetismo. Afinó sus Cuerdas Vocales y entonó con Voz cantarina: “Haya fiesta”. Y el relajo brotó. Los extremistas recuperaron súbitamente el rubor de sus mejillas, echaron al fuego sus diarios y memorias, y comenzaron a bailar y a cantar. En todos los rincones del mundo apareció la diversión bajo distintos rostros: la gente se desternilló de risa, ganó concursos de baile y premios en las tómbolas, gastó bromas, organizó reventones, destrozó piñatas, consumió licores, compuso canciones, tiró al blanco, comió requesón.
Dios estaba emocionado, ojiabierto, aurisatisfecho, absorto en la Contemplación del júbilo que invadía la tierra. Cuánto le hubiera gustado en esos momentos ser humano para poder compartir con sus criaturas la ilusión, ese evadirse de las responsabilidades, sin compromisos ni preocupaciones. Poder asistir a un bailable, tirar un certero dardo a los globos, ponerse un disfraz de supermán, jugar al cubilete, cantar una ranchera.
Pero en cuanto tomó Conciencia de sus Divagaciones y recordó su divina Condición, la Tristeza lo invadió: siendo Creador no podía ser criatura. Sin embargo, una Duda disipó pronto sus Anhelos, tremenda Duda si se considera que la padece el Omniseguro: “¿Es acaso este el Papel que Yo debo representar como Rey de la Creación? ¿El de un Promotor de la fiesta, el juego y la irresponsabilidad?”. Lo primero que se le ocurrió fue crear de una vez por todas la realidad: enseñar al mundo a decir las cosas tal como acaecen, a callar aquello de lo que no se puede hablar, a saber que una paloma no hace verano.
Entonces una nueva Duda se asió de Dios: “Si a realidades nos vamos –se dijo–, ¿soy yo una realidad para el hombre? ¿Mi Ser tiene para él algún sentido?”. La Duda lo condujo a la Depresión, y más tarde a la Angustia. No quiso pensar más por ese día. Prefirió meterse en la Cama y olvidar por una noche sus Problemas.
Soñó que se divertía a bordo de un tiovivo, que tenía Aspecto humano –parecido al de shirley temple, una de sus criaturas consentidas– y que lamía un rosado algodón de azúcar.
Una vez despierto, mareado ligeramente aún por su Paseo en carrusel, tardó algunos minutos en darse Cuenta de que todo había sido un Sueño. Al tiempo que se desperezaba y rescataba un par de Legañas, iba entrando de lleno en la realidad: sí, eso era, en una realidad de la que Él estaba excluido. Recordó su Tristeza de la noche anterior y su Imagen de Dios acongojado. Dijo entonces “No”, con la Certidumbre de que le pondría un alto a tan desdichada situación.
Fue así como rompió con su Decaimiento: “Que nazca en la tierra la fe”. Y la fe se extendió de trancazo por el mundo. El alma humana fue engendrada por la semilla piadosa. Muchos oraron, otros se dieron golpecillos en el pecho mientras se echaban la culpa, unos hicieron sangrar sus rodillas y otros meditaron y se entregaron por completo a la contrición, el arrepentimiento, la piedad y la adoración. Se edificaron altares, capillas, templos, iglesias, basílicas, catedrales; también asilos, orfanatos, conventos y seminarios. La gente circulaba por las calles elegantemente ataviada con lustrosos hábitos. A la menor oportunidad, los transeúntes intercambiaban simétricas señales de la cruz con sus prójimos. Todos los domingos, a mediodía, los hombres salían de sus casas y con pequeños espejitos saludaban a su Creador. Después le echaban porras y brindaban por Él.
Dios se sintió más feliz que nunca. Esperaba los domingos con verdadera Impaciencia para verse reproducido millones de veces en la reverberación del saludo humano. Entre semana se dedicaba a bendecir hostias, algunas veces en las iglesias y otras, adelantándose, en las propias panificadoras.
Por fin Él era el Centro del mundo, el Omnicentro, el Omnitodo. ¿Por qué no darse entonces algunos Gustos? ¿Por qué no complacerse a Sí mismo? ¿Por qué no crear, si crear era su Verbo, lo que más le hubiera gustado ser y tener si hubiera sido criatura y no Creador?
¿Por qué no un Devaneo gozoso?
Tomó un gran Sorbo de vino para consagrar y se entregó a la Imaginación. A pensar cosas. En algo que lo complaciera a Él y de paso a sus criaturas. Y entonces creó: en la pantalla a barbra streisand; en deportes al equipo de futbol botafogo –aunque en su primer partido perdiera dos-cero–; en filosofía a pascal; en música al trío los panchos; en pintura a un extraño autor del siglo XVII (del que no se conserva ahora ninguna obra); en ingeniería civil a un tal morris. Y luego los pistaches, las bufandas de tela escocesa, las pirañas, dos novelas de faulkner, cubitos de hielo, un músculo, el pelo, la nobleza y las encuadernaciones en piel.
Agotado, aunque satisfecho, por haber llevado a cabo algunos de sus divinos Gustos, Dios se sintió al Borde del llanto de tantísima Felicidad que sin saberlo se había ido acumulando en Él a través de los siglos. Sus criaturas seguían rezando al tiempo que gozaban y departían las nuevas creaciones. A su manera eran felices. Y Dios notó cómo los llenaba esa felicidad. Pero también notó que algo les faltaba, un no sé qué que los apartara un poco de los rezos.
Se sintió egoísta. Tenía que dar a los hombres un regalo que los emocionara más que los cubitos de hielo o la sonrisa de la streisand. Tenía que compensar la obediencia que le habían tenido. Pensó tres días con sus noches. Hasta que por fin le dio al clavo: el sexo. Y en cuanto se le ocurrió chispó los Dedos y, pese a que eran las tres de la madrugada en bruselas, dijo: “Haya sexo”. Y el sexo cundió por toda la Tierra con gran alegría por parte de sus actores. La gente salió a la calle para conseguirse una pareja. E hizo sexo. Veíanse por todos lados amantes, automonosexualistas, presbiófilos, ginecomastas, exhibicionistas, zooerastas, fetichistas, mixoescopófilos, dispareunistas, necrófilos y cortadores de trenzas.
Dios espiaba todos los días a los hombres. Primero acudió a casa de su consentida shirley, pero lo decepcionó. Luego recorrió con la Vista casas, hoteles, departamentos, playas, automóviles estacionados, piscinas, árboles, cualquier recinto que albegara a sus felices siervos. Un día encontró una pareja de la que Se le escapó decir: “Son divinos”.
En uno de sus Éxtasis voyeurísticos, Se dijo entre Dientes: “Haya divino Semen”. Y el divino Semen escurrió, con la única inconveniencia de que no tenía ningún destinatario, alguien a quien engendrar. Fue así como Dios decidió crearse para Sí una Diosa, una Compañera eterna.
El trabajo, como era de suponerse, fue más difícil que el de crear humanos. Primero definió las características de su futura Esposa: los modelos que le venían a la Mente no eran otros que los mortales. Una combinación de barbra y shirley. Luego extrajo una intangible, divina, omniperfecta costilla y se creó una Esposa. Y el resultado, a su Parecer, no estuvo mal. Muy bien, divino.
Antes de entregarse por completo a sus Obligaciones para con Ella dio su última Orden: “Hágase un mundo en una época determinada de su evolución”. Y a pesar de la vaguedad de la Orden se hizo un mundo así, con una historia, con los restos de esa historia, con el sufrimiento de esos restos, con ideales y con voluntad propia.