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Ocho

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Nombré a la dulce Catita rectora de la Universidad y me puse a trabajar en pos de una educación digna para el país.

Mi primera iniciativa de ley –aprobada por mayoría contundente en las cámaras baja y alta, conformadas ambas por alumnos y exalumnos míos– fue suprimir la enseñanza especializada e implementar –término que aprendí a esgrimir con soltura– la enciclopedización de la sociedad.

El presidente me apoyó al principio, aunque me advirtió que habría mítines, resistencia, marchas y mucha presión. El procurador me dijo que el país no estaba aún preparado para eso, que habría huelgas de hambre, boteo, manifestaciones e inestabilidad. Lo convencí con una frase de Luis XV: Après nous, le déluge.

No hubo tal: ni inconformes ni diluvio anticipado. Para sorpresa del ejecutivo y su gabinete, la gente tenía un enorme apetito de conocimientos.

En cuanto el NUPLAES (Nuevo Plan de Estudios para la Sociedad, por sus siglas) fue puesto en marcha, la población del país dejó sus haberes y deberes, y se puso a aprender nuevas cosas: Tarot, Malabarismo, Cultivo Orgánico de Verdolagas, Reproducción de los Erizos de Mar, Tortura a Indigentes, Robo de Comercios, Cómo Prologar un Libro de Fernando Savater. Etcétera, etcétera, etcétera: hubo quien quiso aprender Ingeniería de Cajas Negras o Cuidado de Bebés por las Noches.

Profesores, tiranos y otros pinches chamacos

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