Читать книгу Miradas sobre el presente: ensayos y sociología - Francisco Ayala - Страница 11
4. RETORNOS. EL «ENFOQUE SOCIOLÓGICO» FRAGMENTADO: 1971
ОглавлениеA partir de la publicación de El jardín de las delicias [1971] se da un nuevo giro en la producción intelectual de Ayala, que más que un giro es una profundización en la tendencia hacia la fragmentación del «enfoque sociológico». Lo que había sucedido en la sociología de Ayala a partir de 1952 y había dado paso a su «sociología difusa» se extenderá también a sus ficciones a partir de 1971, y supondrá la aparición ya completa de producciones intelectuales «hechas trizas» o, lo que es lo mismo, la puesta en práctica de un «enfoque sociológico» fragmentado. Ahora, se agudiza la interrelación de los textos (de texto a texto, de libro a libro), se acorta la extensión de las piezas, se disuelven los géneros y confunden, y las reflexiones se hacen a mitad de camino entre la «sociología difusa», la literatura, las memorias, la crítica literaria, el artículo periodístico. El contexto sociohistórico e intelectual ha cambiado de nuevo, y empieza a fraguarse una nueva crisis de la modernidad en el siglo XX, la segunda.
Resulta especialmente significativo para entender este último período de la obra de Ayala que en una nueva edición de El jardín de las delicias (cfr. Ayala, 1978) se añada, como una segunda parte, el conjunto de textos titulado El tiempo y yo, «borrando los límites entre la ficción y el discurso no ficticio y rompiendo así las formas tradicionales —incluso formas establecidas por el propio autor en su obra previa—» (Richmond, 1978: 33). Los textos de El jardín de las delicias son fragmentos variados (a veces media página) en los que se mezclan falsas noticias de prensa redactadas por él mismo junto con relatos de experiencias biográficas, ficción novelesca, noticias reales, reflexiones sobre temas concretos, etc.
Esta fragmentación del «enfoque sociológico» supone un cambio en la forma, pero no en los argumentos fundamentales de nuestro autor. De hecho, la reedición constante de textos viejos entre textos nuevos solamente es posible (y adecuada e incluso sensata) si hay cierta correspondencia entre ambos grupos. En general, por tanto, en esta época Ayala continúa explorando algunos de sus temas fundamentales (el mundo sin valores, los peligros y engaños de la propaganda, el nacionalismo español, la tendencia hacia la unificación del mundo y su desintegración, etc.). No obstante, sí habrá algunos cambios, algunas reformulaciones sobre ciertas cuestiones que, por ejemplo, como la moda (que había estudiado en el Tratado) serán repensadas desde la actualidad de los años setenta, ochenta y noventa, tiempo en el que la moda, entendida como un sistema de normas sujetas en su dinámica a regulaciones muy estrictas, ha desaparecido como consecuencia de «una desintegración social elevada al último extremo» (Ayala, 1978: 296).
Ayala observa una radicalización de las tendencias por él señaladas desde los años treinta, y lleva a cabo en consonancia una radicalización tanto en los contenidos como en las formas de su sociología y su literatura; deshace los géneros, y juega con los límites que separan realidad y ficción, ya que ambas cosas son expresión de lo que está sucediendo en el mundo. Por ejemplo, señala la imposibilidad de hacer sátira, ya que lo grotesco y absurdo se han convertido en norma en la sociedad contemporánea, e insiste en señalar las «condiciones de la sociedad en que vivimos, de ciudades inmensas pobladas por una masa humana sin cohesión, sin controles internos, sin articulación orgánica» (Ayala, 1978: 335).
La propuesta de fondo de la sociología de Ayala, como hemos visto, siempre ha sido la de llevar a cabo una aproximación exploratoria a los problemas, un intento de interpretación, más que descubrir y establecer la verdad. Ayala ha defendido, desde sus primeros textos teóricos, la obligación de actuar de esta manera debido al propio objeto de la sociología, y también lo ha llevado a la práctica tanto en sus obras sociológicas como en las literarias. Lo que pretende evitar es caer en la tentación de las teorías que se construyen como un bloque enterizo, de una manera cerrada, y que son pretendidamente omnicomprensivas. Él hace trizas los problemas y se acerca fragmentaria y múltiplemente a algunos aspectos y conflictos de la sociedad que le interesan. Y parte de la convicción de la inadecuación de la razón científico-natural para iluminar los problemas sociales. Como decíamos antes, en el Tratado propone un «enfoque plenario» que tenga en cuenta la razón científico-natural, la interpretación e incluso la literatura como forma de conocimiento social. En ese sentido, había optado por dividir su producción intelectual entre obras sociológicas y obras de ficción literaria. Pero, ya en esta etapa, el «enfoque plenario» se realiza totalmente integrando en un mismo texto todos estos elementos; no hay, pues, más división del trabajo intelectual, sino unión, unificación del discurso, podríamos decir. Si bien el rechazo de la Gran Teoría o de la novela total está presente desde sus relatos vanguardistas o Indagación del cinema (1929), a partir de la «sociología difusa» habrá una mayor correspondencia formal con esta idea en su sociología, y después de El jardín de las delicias, una vez (con)fundidas sociología y literatura, toda la producción intelectual de Ayala será en la forma y el fondo acorde con estas ideas.
Es ésta, también, una época de reediciones y de premios nacionales e internacionales; y es, como decíamos antes, un tiempo de reencuentro con la sociedad española8. Y es a su vez el momento en el que publica sus memorias, Recuerdos y olvidos (2001 [1982-1988]), así como otros textos relevantes, entre los cuales pueden destacarse: El jardín de las malicias (1988b), El escritor en su siglo (1990) y Contra el poder y otros ensayos (1992).
Intentando recomponer los fragmentos que componen el libro de «relatos de ficción» El jardín de las malicias (1988b) podríamos presentar las distintas reflexiones que se llevan a cabo en esa suma de textos, y que pueden servir como resumen de la visión de este nuevo presente por parte de Ayala, de la siguiente manera: el mundo se ha quedado sin valores, tanto es así que en el cuento irónicamente titulado «Dulces recuerdos» el protagonista adulto se recuerda a sí mismo de niño, cuando compartió una travesura con su «mejor amigo», su perro. Pero el egoísmo descarado de este adulto y de aquel joven le hacen reconocer que no se sabe bien qué pasó con el cadáver del animal: «A las circunstancias de su muerte, ni yo mismo —o mejor, yo menos que nadie— presté la atención debida. Sírvame de disculpa, si disculpa cabe, el que cuando a él le llegó su hora estaba yo liado con los exámenes de fin de curso, que no dejan pensar en ninguna otra cosa. Siempre está uno liado con algo; siempre hay alguna fastidiosa urgencia que impide hacer lo que se debe» (Ayala, 1988b: 26). El hombre occidental, vacío de valores, no asume su responsabilidad (ni el niño de «El rapto», ni el guía de «Una nochebuena en tierra de infieles o Son como niños»). Nadie asume su responsabilidad. Veamos las palabras que pone Ayala en boca de un guía de una excursión turística que poco se parece a lo anunciado mediante la engañosa propaganda: «“¿Qué tiene usted que decir de todo esto? ¿Acaso no es usted la persona encargada?” ¡Nada! Él continuaba mirando al suelo; movía la cabeza, y callaba. Siguió un silencio ominoso. Hasta que por fin pudimos oírle murmurar en tono opaco y compungido algo así como que la culpa no era suya, que no estaba en su mano el remediarlo, que lo sentía tanto, que si de él dependiera, pero que aun con la mejor voluntad del mundo…» (Ayala, 1988b: 45).
El hombre engaña y manipula, y la manera en que lo hace de un modo más peligroso y descarado es a través de la propaganda («Es bien sabido que la propaganda exagera siempre… Cosa natural… ¿Quién lo ignora?», Ayala, 1988b: 37) que viene presentada por los grandes medios de comunicación de masas, y confunden noticias y publicidad en un doloroso contraste («Por radio y televisión, las atrocidades cotidianas —atentados terroristas, inundaciones e incendios, secuestros, asesinato de rehenes y toda clase de calamidades— nos llegaban alternando con pías exhortaciones a celebrar las inminentes fiestas del amor, la buena voluntad y la fraternidad universal mediante la adquisición urgente de apetecibles mercaderías», Ayala, 1988b: 29), así como también se confunden realidad y ficción, en la línea de la problematización de la realidad que señalaba Lash (1997) como una de las características del posmodernismo.
Este hombre occidental, cuyo «retrato» (en el sentido de Nisbet, 1979) presenta Ayala, se encuentra, de nuevo, con que todo poder ejercido sobre otro hombre es siempre una usurpación. Algo que además se presenta como inevitable por el mismo hecho de tener que vivir en sociedad. Merece la pena atender, para ilustrar esta cuestión, a las reflexiones que hace un personaje de una ficción literaria de Ayala, el príncipe Arjuna, en uno de los relatos («Glorioso triunfo del príncipe Arjuna»): «“Condenados, no sólo a padecer dolor, sino a infligirlo también.” ¿Querrá decir esto que no hay escapatoria posible?, ¿que eres causa de sufrimiento para los demás, y para ti mismo, tanto por tus actos como por tus omisiones?, ¿que no puede librarse uno, como lo intentan los ascetas, los ermitaños, los santos del desierto, mediante el recurso de acogerse a la inacción?» (Ayala, 1988b: 53).
Ante esta situación (vacío moral, no asunción de las responsabilidades, propaganda engañosa, actividades estandarizadas propias del hombre masa, hombre usurpado e inevitablemente usurpador, problematización de la realidad), el recurso a la intelectualidad o a la inteligencia, que había venido siendo una constante en el pensamiento de Ayala desde sus primeros escritos, el intelectual entendido como guía, como sacerdote, aparece en esta suma de textos como un imposible. La desesperanza se apodera del último texto («El prodigio»), en el que se cuenta la historia de un niño superdotado, que acaba siendo devorado por un cerdo («el cerdo, nadie lo ignora, es, como el hombre, animal omnívoro; come de todo», Ayala, 1988b: 124); termina por ser devorado por una sociedad animal izada (por su propio centro, la corte), donde apenas se le recibe como un nuevo bufón, como un nuevo entretenimiento, y en seguida es relegado, abandonado a su suerte y sometido a sacrificio, una vez que la novedad y la sorpresa ceden el paso a la rutina.