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4. POSTRIMERÍAS DE LA MODERNIDAD: LA SEGUNDA CRISIS DE LA MODERNIDAD Y LA SOCIOLOGÍA DE AYALA

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De nuevo la idea de crisis había irrumpido con fuerza en la escena intelectual: la razón en crisis, la ciencia en crisis, el mundo contemporáneo en crisis ante las transformaciones sociales que traían como resultado más atomización social, más desestructuración, el fin de las certezas, un planeta global izado y con graves riesgos, una cierta confusión entre realidad y ficción o una problematización de lo real. Al tiempo, las producciones intelectuales se desdiferencian, disolviendo disciplinas y géneros tradicionales. La razón moderna es puesta en entredicho por su afán totalizador, por sus excesos universalistas y sus consecuencias uniformadoras y totalizantes, y mueren los metarrelatos, dejando al mundo sin la posibilidad de encontrar un relato que haga inteligible el presente, indague en el pasado (más allá de la parodia y el pastiche) o anticipe una imagen ideal del futuro. El nuevo modo de pensar es paradójico, más complejo, repleto de incertidumbres, fragmentario.

En este contexto, Ayala sigue fiel a la imagen de un mundo en crisis que venía describiendo desde los años treinta y cuarenta. En el período de tiempo que se extiende a partir de la Segunda Guerra Mundial y los años cincuenta y sesenta, Ayala continúa viendo al mundo occidental inmerso en una crisis, en la crisis que había arrancado tras la Primera Guerra Mundial. En sus obras de ficción narrativa de esta época son destacados los elementos propios de: la descripción ayaliana del mundo crítico: la desestructuración de las sociedades, la amoralidad, el vacío espiritual, el auge de la propaganda y la manipulación, etc. Por tanto, no hay aparentemente en el paisaje que dibuja de esos años un hiato, un cambio hacia una situación de «época normal», por decirlo con su propio esquema del cambio histórico-social. Es evidente que no todos los autores lo percibieron así. Muy al contrario, numerosos intelectuales de esta época comprendida entre 1945 y 1975, en los llamados «años dorados de la sociología» (Picó, 2003), quisieron ver el mundo social desde otros puntos de vista, desde la contemplación más sosegada y optimista de una «época normal».

Prestemos ahora atención a la importante obra de Ayala El jardín de las delicias. El tiempo y yo, que presentamos más arriba. El objetivo declarado de Ayala en este libro es «usar la prensa diaria como espejo del mundo en que vivimos, y portuario de una vida cuya futilidad grotesca queda apuntada en la taquigrafía de ese destino tan desastrado» (Ayala, 1978: 44). La confusión realidad/ficción es empleada por Ayala de diversas maneras, pero especialmente cuando introduce de manera parcial sus experiencias en los textos y juega con su memoria, que impregna numerosas piezas. Ayala vuelve, en esta obra, a dibujar el paisaje de un mundo que ha ido caminando hacia la disolución moral, en el que los sucesos más crueles (asesinatos, infanticidios) suceden sin razón ninguna, como el caso del adolescente que asesina a un niño y que, al ser «interrogado acerca de los motivos que había tenido para tirar a Paquito al estanque, el joven G. V., que se confesó autor de la fechoría, se remangó como respuesta un pernil del pantalón y mostró, indignado, en su pantorrilla las marcas de un mordisco» (Ayala, 1978: 48). Otro personaje hace una reflexión muy esclarecedora con respecto al vacío moral y la incapacidad para juzgar las acciones que los propios hombres hacen. No importa tanto lo que se ha hecho como las consecuencias egoístas que los actos pueden comportar; no hay lugar para el remordimiento en esta sociedad en crisis: «No, no nos abruma el peso de haberte asesinado; nos abruma la necesidad de hacer desaparecer tus huellas» (Ayala, 1978: 123).

En último término, el propósito de El jardín de las delicias. El tiempo y yo es describir las «condiciones de la sociedad en que vivimos, de ciudades inmensas pobladas por una masa humana sin cohesión, sin controles internos, sin una articulación orgánica» (Ayala, 1978: 335). Es, por tanto, un intento de llevar a cabo un análisis más radical, en cuanto a la forma y algunos de los argumentos, de una realidad que se ha radicalizado en su forma crítica. La segunda crisis de la modernidad viene a confirmar y a agravar la situación que la primera crisis de la modernidad del siglo XX había puesto de manifiesto. De hecho, en la reedición de 1984 del Tratado de sociología, Ayala considera sus análisis de entonces actuales, en el sentido de válidos, casi cuarenta años después de haber sido escritos. Es cierto, en 1984, en plena segunda crisis de la modernidad, los argumentos escritos desde la primera crisis de la modernidad vuelven a tener un valor y una actualidad indiscutibles. De hecho, en una recensión a esta reedición del Tratado dirá un asombrado crítico que le parece una obra profética, puesto que acierta a describir el mundo presente (Gurméndez, 1984). Sin embargo, lo que sucede, más allá de las profecías y el pensamiento mágico, es que Ayala estaba hablando en 1947 de un mundo crítico que guarda numerosas similitudes con el mundo crítico de mediados de los años ochenta del pasado siglo XX.

Veamos un último texto de Ayala escrito en 1990, que también hemos seleccionado para esta antología. Se trata del ensayo, incluido en el libro El escritor en su siglo (1990), titulado «Postrimerías de la historia». En él, Ayala insiste en la historicidad de los artefactos socioculturales. En esta ocasión, se centra más ampliamente en las mentalidades. Si los objetos sociales son históricos es evidente que cuando la situación cambia estos objetos deben cambiar, o bien, pese a ser los mismos, tendrán un significado sociocultural diferente. Si se produce un desajuste, es preciso en opinión de Ayala intentar adaptar las instituciones, los objetos histórico-sociales a la realidad presente, y, también, las mentalidades. Esta misma inquietud está ya presente, como vimos, en los trabajos sobre la libertad y el liberalismo. Es muy significativo que en uno de sus últimos grandes ensayos deje escrita a manera de epílogo esta conclusión: es preciso adaptar las mentalidades e instituciones a la realidad actual; lo que antes había no sirve porque la situación es otra; por tanto, las mismas instituciones o mentalidades que antes tenían unos efectos, ahora tienen otros muy distintos. No obstante, una planificación de las modernas (o una teorización), una gran utopía como la marxista ya no es posible. Porque el mundo ha entrado de lleno en la segunda crisis de la modernidad del siglo XX. El mundo que Ayala había venido describiendo desde hacía décadas se había caracterizado por la crisis, por la primera crisis de la modernidad del siglo XX. Después vino un período en el que Ayala, ya a contracorriente, seguía sosteniendo que el mundo estaba en crisis. Y ahora, al final del siglo, viene a insistir sobre la crisis, en el contexto de lo que aquí hemos dado en llamar «segunda crisis de la modernidad del siglo XX».

La pregunta es: ¿la segunda crisis de la modernidad supone el fin definitivo de la modernidad o de la historia? (Ayala, 1990: 519). Hasta cierto punto sí, responde Ayala. La utopía de Marx de la sociedad sin clases se ha cumplido, señala. Algo que ya había dicho en el Tratado de sociología en los años cuarenta, en la primera crisis. Marx acertó, «por más que, a la postre, los hechos hayan sobrevenido de manera distinta a la que él había previsto y preconizado» (Ayala, 1990: 519). Fue precisamente la sociedad masa la constatación de ese acierto predictivo marxiano, ya que en ella las clases se disuelven y lo único que queda es lo social atomizado. Por otro lado, el proceso de unificación del mundo que Ayala reconocía concluido ya en los años cuarenta sigue teniendo que luchar con contratendencias nacionales y con una organización del mundo inadecuada para la estabilidad mundial y la propia realidad sociohistórica presente. Pero, además, la imposibilidad de que vuelva a suceder una guerra total (al estilo de las del siglo XX) que nos llevaría a la simple y dramática extinción de la especie, junto con la imposibilidad de la expansión geográfica, hacen necesario que se encuentren «cauces convenientes para un desahogo útil, o cuando menos inofensivo, de esas energías vitales que ya no pueden ser empleadas en acciones bélicas» (Ayala, 1990: 522) ni en la expansión geográfica.

A pesar de todos estos problemas que señala Ayala, la nueva crisis de la modernidad, la segunda, desde la que escribe ahora, parece reafirmar parte de sus argumentos, e incluso se diría que siente un cierto alivio al constatar algunas de las nuevas realidades y cambios que trae consigo esta segunda crisis. Ayala acepta implícitamente la tesis de Lyotard acerca del fin de los metarrelatos. Y además lo celebra, porque desde su perspectiva el poder ejercido por el hombre sobre su prójimo es siempre una usurpación, y no hay grandes diseños sociales, no hay planificaciones (ni siquiera del estilo de las de Mannheim, planificaciones para la democracia) que no entrañen coerción e imposición. Por tanto, la salida a esta situación crítica tendrá que venir de la espontaneidad de los individuos, que ya no están sometidos a (pero tampoco guiados por) los grandes relatos modernos. Aparece, en estos últimos escritos, un optimismo escéptico que se fundamenta en el final de las grandes ideologías, de los grandes proyectos, en la segunda quiebra de la modernidad, y en la vuelta a la subjetividad y al individuo, que tiene que adaptarse a un mundo nuevo.

Miradas sobre el presente: ensayos y sociología

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