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II. EL PENSAMIENTO DE AYALA 1. LOS AÑOS DE FORMACIÓN. LA ADQUISICIÓN DEL «ENFOQUE SOCIOLÓGICO»: 1925-1936

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España, en el primer tercio del siglo XX, experimenta un proceso de crecimiento y modernización que conlleva un incremento notable de la esperanza de vida al nacer (de 34,8 años en 1900 a 50 años en 1930) y una significativa reducción de la tasa de analfabetismo (del 55 por ciento al 27 por ciento en 1930) Juliá, 1999: 43-50). En Madrid, ciudad en la que se instala Ayala con su familia en torno a 1918, la población casi se duplicó desde 1900 a 1930 (pasó de 539.835 a 952.832 habitantes). La modernización del país se vio acompañada de un florecimiento extraordinario de la cultura española en este primer tercio de siglo, que se ha llamado, en ocasiones, segunda Edad de Oro o Edad de Plata.

En este período convivían varias generaciones de intelectuales: la escuela krausista (que aglutina a dos o tres generaciones; cfr. Laporta, 1974, y Díaz, 1989), la generación del 98, y la de 1914 con Ortega y Gasset a la cabeza. Y será a partir de los años veinte y treinta cuando se vaya incorporando una nueva generación, que en literatura es conocida como generación del 27, y que en sociología se puede llamar «generación de la Guerra». Será a esta última generación a la que pertenezca Ayala, junto a varios intelectuales muy valiosos como Enrique Gómez Arboleya, Enrique Tierno Galván, J. L. Aranguren, Salvador Lissarrague, Luis Sánchez Agesta, Francisco Murillo, Julián Marías, José Medina Echavarría o Luis Recaséns Siches, por citar algunos2. Dentro de este variado grupo, Ayala pertenece a la terna de sociólogos que tuvieron que exiliarse como consecuencia de la derrota del gobierno legítimo republicano en la guerra civil, los llamados por Arboleya (1982 [1958]) «sociólogos sin sociedad»: Ayala, Medina y Recaséns.

En 1925, gracias a la publicación de su primera novela, Tragicomedia de un hombre sin espíritu, Ayala se integra en la vida literaria madrileña, y participa a partir de entonces en numerosas tertulias, tan frecuentes en aquel primer tercio de siglo: la del café de la Granja del Henar (encabezada por Manuel Azaña), la del café del Pombo (en torno a Gómez de la Serna), la tertulia de lo que quedaba del grupo ultraísta alrededor de Cansinos-Assens y, sobre todo, la tertulia-seminario de la Revista de Occidente, gracias a la cual entra en contacto personal e intelectualmente con Ortega y Gasset.

Tras la publicación en 1926 de su segunda novela, Historia de un amanecer, Ayala empieza a interesarse por las vanguardias, tal y como quedará plasmado en el giro que dan sus producciones intelectuales a partir de esta fecha. Se ha señalado con frecuencia la importante influencia que tuvieron Ortega y Gasset, su tertulia, su revista y su libro La deshumanización del arte (1998 [1925]) en las vanguardias españolas (Buckley y Crispin, 1973; Amorós, 1980), así como su influjo en la sociología de los llamados «sociólogos sin sociedad», (Abellán, 1998; Castillo, 2001). En el caso de Ayala, literato y sociólogo, esta influencia inicial será doble. Las nuevas producciones de ficción de Ayala, El boxeador y un ángel [1929] y Cazador en el alba [1930], serán, pues, vanguardistas, y lo que vemos en ellas es, en general, un deslumbramiento optimista ante el descubrimiento de la modernidad. Aparecen los deportes, el movimiento y lo sensual, los nuevos oficios y las nuevas relaciones sociales, y, sobre todo, el cine. Es en este momento de fervor moderno cuando ve la luz el primer ensayo sociológico de Ayala, Indagación del cinema (1929), muy importante en varios sentidos. En primer lugar porque es, en realidad, una colección de ensayos y artículos fragmentarios muy variados que giran en torno a un tema común (el cinematógrafo) editados en formato de libro. Esta manera de acercarse a un objeto de estudio va a ser muy característica del modo de hacer sociología de este autor. Veamos las palabras del propio Ayala: «Pero no he compuesto —al contrario: he hecho trizas— un libro de cine. Un libro que hubiera podido ser sistemático, enterizo, de una pieza. Pero que ha quedado reducido a un manojo de tirabuzones de celuloide; convertido en algo que —como la cabeza de una medusa— no tiene por dónde agarrarse; que puede escurrirse, deshilachado por la actualidad» (Ayala, 1929: 17). Estas «trizas» son los distintos acercamientos abiertos y fragmentarios que le llevan a analizar el cine enfocando sucesivamente muy distintos ángulos: estudia la dimensión social del cine (la intención popular, la capacidad de crear actitudes sociales; se señala la importancia de los «héroes» que aparecen en la pantalla); explora el tema de la propaganda y la información, y aunque se muestra atento a los posibles riesgos que podría suponer un objeto social como el cine, en esta época de modernidad y optimismo, se deja llevar por la maravilla técnica que permite ofrecer «una presencia exacta de los sucesos, de los acontecimientos que sacuden al mundo» (Ayala, 1929: 69). Idea que enlaza con otra de las constantes de la sociología de Ayala, que hemos denominado Ley de Unificación del Mundo3 y es que gracias al cinematógrafo los Estados-nación se van erosionando, ya que es tanto una prueba como un elemento impulsor de la internacionalización del mundo moderno.

Este modo fragmentario de acercamiento a un fenómeno se ve completado con una unidad superior a la que se refieren todo el conjunto de los epígrafes y subepígrafes, que no es otra, en este caso, que la constatación temprana por parte de Ayala de la estrecha vinculación del cine con el mundo moderno: el cine es al mismo tiempo resultado de la sociedad moderna, vibrante, ágil, instantánea; imagen de la sociedad moderna; así como un nuevo elemento central en la propia sociedad cuyas consecuencias sociopolíticas apenas se empezaban a vislumbrar.

Pero si vamos más allá de este texto, vemos que todo lo anteriormente expuesto guarda una estrecha relación con sus libros de ficción de la época, y que son también acercamientos fragmentarios a una misma realidad (la sociedad moderna vista desde una óptica deslumbrada y vanguardista), que serán completados, además, por los estudios jurídico-sociales que va a publicar Ayala a partir de los años treinta.

La vertiente literaria y ensayística de Ayala convive con una brillante aunque breve carrera académica, interrumpida por la guerra civil. Una vez finalizada la licenciatura de derecho, Ayala comienza a colaborar en la cátedra de Adolfo Posada y se doctora en derecho en la Universidad Central de Madrid en 1931. En esa época se convierte en el discípulo «predilecto»4 de Posada, y gracias a él entra en contacto con la tradición sociológica académica, así como con lo que quedaba del krausismo. Adolfo Posada, uno de los más importantes clásicos de la sociología en España, había dedicado buena parte de sus esfuerzos intelectuales a reflexionar sobre la sociología. A pesar de la constante referencia casi obsesiva de los historiadores de la sociología española por la institucionalización de la disciplina, sucedía en nuestro país en tiempos de Posada, igual que en otros países, que la ausencia de cátedras o de una adecuada institucionalización de la sociología no era un obstáculo para el estudio y la práctica de esta disciplina, que venía siendo frecuentada por intelectuales muy diversos, procedentes de otras disciplinas o que simultaneaban varias a un tiempo, y que tenían un conocimiento exhaustivo de la tradición sociológica. Posada fue uno de estos intelectuales, y fue, sin duda, uno de los más importantes de la historia de la sociología española. A través de sus principales obras y del contacto personal y profesional, Ayala va a poder adentrarse, como decíamos, en la sociología académica. Si Ortega le había abierto las puertas a una sociología heterodoxa, a prestar atención a la realidad inmediata y el análisis profundo de la realidad contemporánea, y le había indicado el camino hacia ciertos problemas y conceptos propios de cierta tradición sociológica alemana (Simmel, Mannheim), Posada le ofrecía la erudición y el krausismo, los sociólogos organicistas, la atención a la sociología norteamericana y la posibilidad de hacer sociología desde una posición semiinstitucional.

Pero aún ampliaría sus estudios gracias a una beca que le llevaría a Alemania en los años treinta, para completar, de la mano de Hermann Heller, su mirada sociológica. Una vez en la Alemania convulsa y escindida de los años treinta, a Ayala le llama la atención la obra y la figura de Hermann Heller. El interés por la realidad más inmediata, junto con su compromiso ético, así como el empleo de autores pertenecientes a la tradición sociológica, serán tres nexos fundamentales que unan a estos dos autores. Heller había llegado a subsumir teoría del Estado y ciencia política en sociología: «La Teoría del Estado es sociología», defendía Heller (1974: 53). Se hallaba, pues, en una línea de desdiferenciación o de reagrupación de disciplinas cercana a la que en España estaba funcionando en diversas cátedras. Posada y Heller tenían en común el empleo de un «enfoque sociológico», si bien el segundo se presentaba como continuador de la tradición sociológica alemana, mientras que Posada intentaba estar al día de las diferentes tradiciones, ya que desde su lógica krausista y cientificista la sociología, una vez que fuera posible abandonar este presente en el que reinaba un bello desorden fecundo, debía llegar a una integración unitaria (Posada, 1904, 1908). Por otro lado, Heller insiste, inmerso como estaba en una sociedad al borde del precipicio, en referirse exclusivamente a los asuntos más inmediatos y más estrechamente relacionados con la actualidad (algo que encajaba perfectamente con la insistencia de Ortega sobre este punto), y rechaza frontalmente hacer «Teoría del Estado por amor a la teoría» (Heller, 1974: 42), mientras que a Posada le costaba mucho trabajo zafarse de los corsés propios del krausismo. A partir de su relación intelectual y personal con Heller (Ayala, 2001:147-148), Ayala se va a ir introduciendo en la tradición sociológica alemana, que terminará por completar su particular «enfoque sociológico». Así, son muy influyentes en sus obras y teorías Max y Alfred Weber, Simmel, Oppenheimer, Mannheim y Freyer.

Cuando Ayala regresa a España, publica algunos estudios breves jurídico-sociales de corte académico. En ellos se analiza la realidad estudiada ya desde el «enfoque sociológico» que había ido adquiriendo a lo largo de estos años. Por ejemplo, en uno de ellos, Ayala hace una reflexión acerca de la necesidad de ir adaptando el liberalismo a la realidad contemporánea: considera que todo lo social es histórico, y, por tanto, hay que buscar la manera de adaptar ideas que pertenecen al pasado a una nueva realidad (cfr. Ayala, 1932). Si volvemos la vista ahora a Indagación del cinema ya sus ficciones vanguardistas, advertimos que Ayala consideraba que el nuevo mundo modernizado se tenía que regir por nuevas formas de organización políticas y económicas que guardaran relación con las nuevas formas sociales que estaba adoptando la sociedad en el presente. En su etapa de deslumbramiento e inmersión en la modernidad, acoge con optimismo el triunfo pacífico de la II República española, culminación democrática, a su juicio, del medio siglo excepcional español. Sistema político, por otra parte, en el que llegará a ser letrado de las Cortes, y cuya constitución le parece adecuada al momento histórico (cfr. Ayala, 1932: 3). Unos años después, en 1934, gana la cátedra de Derecho Político de la Universidad de La Laguna.

Miradas sobre el presente: ensayos y sociología

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