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1. LA PRIMERA CRISIS DE LA MODERNIDAD DEL SIGLO XX

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Desde principios del siglo XX venía fraguándose una crisis en el mundo intelectual que alcanzará un auge preeminente tras la Primera Guerra Mundial y, sobre todo, a finales de la década de los años treinta. Desde la Gran Guerra se sucederán una serie de acontecimientos históricos que incrementarán la sensación de crisis. Así, la Revolución rusa y el triunfo del comunismo en aquel país, la crisis económica y bursátil de 1929, el auge de los fascismos y el acceso al poder de Mussolini y Hitler, y, finalmente, como corolario o gran estallido final, como fin de fiesta, la cruenta y prolongada Segunda Guerra Mundial, la llamada Guerra Civil Internacional, en palabras de José Medina Echavarría (1943: 189). A todos estos acontecimientos hay que sumar la guerra civil española, que, como es sabido, sobrepasa la condición de acontecimiento local mediante la participación de diversas potencias extranjeras en el apoyo a uno u otro bando.

La bibliografía de la sociología alemana del primer tercio de siglo abunda en el tema de la crisis. En 1935, Alfred Weber publicaba su Historia de la cultura; texto que tenía como objetivo tratar de comprender el «viraje» que la civilización occidental estaba dando. Weber, en un ejercicio erudito de sociología historicista, trata de comprender el origen y el desarrollo de la «crisis de desmembración de las viejas culturas que entonces tan sólo apuntaba de modo velado e inicial» (A. Weber, 1985: 7). La idea es comprender cómo ha llegado el mundo occidental a esta crisis, al mismo tiempo que caracterizar esta nueva situación. Para este autor, lo que estaba en crisis era toda la cultura occidental, que se había quedado «sin creencias, sin fe» (A. Weber, 1985).

La crisis en este mundo sin creencias tiene varios puntos fundamentales, a juicio de Alfred Weber: 1) el mundo globalizado que Weber encontraba ya plenamente desarrollado en el primer tercio de siglo contenía una contradicción básica de fondo: el auge de pequeños nacionalismos que multiplicaban los riesgos de confrontación entre naciones; 2) la masificación y el predominio de la nivelación por el nivel más bajo en la sociedad; 3) la reducción de los derechos de libertad del pueblo; 4) la incapacidad de insertar el aparato técnico que el propio hombre ha construido en la estructura social, y los efectos negativos que esto puede tener (desempleo, superproducción), cuyo efecto es que «el hombre occidental no es sólo parásito, sino también la víctima de los productos técnicos creados por su impulso de conquista económica del mundo» (A. Weber, 1987: 327); 5) la esencial contradicción entre los impulsos dinámicos y conquistadores del hombre occidental y la situación de un mundo cerrado en el que no se puede seguir avanzando si no es hacia la destrucción, y 6) la transformación en la concepción espiritual del mundo, con la crisis de la racionalidad situada en primer lugar.

El presente que pretende captar mediante sus ensayos Alfred Weber es el de un mundo sometido a cambios que han traído como consecuencia un vacío espiritual y una preocupante crisis moral. Lo que queda, afirma Weber en un texto previo a Historia de la cultura, es una incertidumbre radical: «Puede decirse tranquilamente que hoy lo problemático representa lo único completamente seguro en Europa» (A. Weber, 1932: 118).

Mannheim, por su parte, publicó El hombre y la sociedad en la época de crisis [1935], donde señalaba que la crisis del presente, «la cuestión central de nuestro tiempo» (Mannheim, 1936: 30), había quebrantado la fe en la permanencia en el carácter nacional, así como la fe en el progreso de la razón en la historia. La nueva y emergente sociedad de masas había entrado en escena, había desplazado a un lugar secundario al intelectual (que había sufrido una proletarización) y ponía en peligro la supervivencia de algunos valores vigentes hasta entonces en las sociedades occidentales amenazados por los nuevos regímenes totalitarios de masa. Para Mannheim el problema fundamental estaba en el desajuste histórico-social: la técnica y la moral se desarrollaban a velocidades diferentes, lo cual conduciría irremediablemente al hundimiento de la civilización occidental, si no se intentaba alcanzar el mismo grado de racionalidad y moralidad en el campo de la dominación de la sociedad que se había logrado en el territorio de la técnica (Mannheim, 1982).

La importancia de la crisis en Mannheim es tal que incluso consideraba que a la época liberal le había seguido la época crítica, precisamente en el presente de los años treinta. El esquema histórico-social que ofrece Mannheim está compuesto por tres etapas. La primera es la Edad Media, que se caracteriza por la confusión de las esferas políticas, sociales y culturales. Después viene la época liberal, en la que se da una diferenciación de estas esferas, separándolas en rígidos compartimentos. El tercer momento es la época crítica, en la que se vuelve a dar una confusión total en las esferas políticas, sociales y culturales (Mannheim, 1936: 142-155). Es evidente que Mannheim estaba hablando de un nuevo momento histórico, precisamente caracterizado por la crisis de la modernidad. Lo que encontramos en el presente es una nueva situación, un nuevo momento histórico que se caracteriza por ser crítico y que tiene un rango igual al de la Edad Media y la época liberal o, lo que es lo mismo, la Edad Moderna. La (confusión de las esferas en la época crítica tiene también su correlato en las disciplinas. Hay, por tanto, una desdiferenciación de disciplinas acorde con la realidad desdiferenciada motivada por ella; un intento de dar cuenta de la realidad tendrá que adaptarse a la realidad. Estos cambios fundamentales que señala Mannheim tienen, desde luego, consecuencias para los individuos que se ven abrumados ante el nuevo mundo de esta época crítica, y, por tanto, se sienten inseguros y no entienden el mundo que les ha tocado habitar.

En España, la crisis del mundo contemporáneo alcanza una relevancia intelectual internacional inusitada con La rebelión de las masas de Ortega y Gasset, y sitúa estas preocupaciones en el primer plano de la discusión intelectual. En el libro En torno a Galileo, Ortega entra de lleno en el tema de la primera crisis de la modernidad del siglo XX. Según él, la crisis es tal precisamente porque se trata de un período nebuloso que separa la Edad Moderna de un nuevo período aún por conocer: «La tierra de la Edad Moderna que comienza bajo los pies de Galileo termina bajo nuestros pies» (Ortega, 1959: 3). Utilizando su particular concepto de generación, Ortega lleva a cabo un análisis de la historia poniendo el acento en los períodos críticos de transición entre grandes épocas. Así, el comienzo de la época moderna, que Ortega sitúa alrededor de 1600 y que se caracteriza por la primacía de la razón físico-matemática y la razón de Estado, se ve precedido por una crisis que dura dos siglos. Por tanto, se pregunta Ortega: «¿No es obvio sospechar que la crisis actual procede de que la nueva “postura” adoptada en 1600 —la postura “moderna”— ha agotado todas sus posibilidades, ha llegado a sus postreros confines y, por lo mismo, ha descubierto su propia limitación, sus contradicciones, su insuficiencia?» (Ortega, 1959: 71). Señala, por tanto, como una característica de los años treinta «la sensación de hallarse en la divisoria de dos formas de vida, de dos mundos, de dos épocas» (Ortega, 1959: 131). Como es sabido, una de las cuestiones que recalca Ortega de esta crisis es precisamente el previsible desarrollo de la razón vital y el consiguiente abandono de la razón científico-natural. La crisis, que se manifiesta en la inautenticidad de la cultura, la desesperación del hombre y la posibilidad del extremismo, tiene como consecuencia la barbarización de las sociedades, la aparición del hombre masa y la desorientación generalizada.

Los tres autores que hemos destacado aquí (Alfred Weber, Mannheim y Ortega) son fundamentales a la hora de configurar la idea de la crisis en Ayala. Evidentemente el lugar privilegiado que ocupa el concepto de la crisis en los trabajos de Ayala no es únicamente consecuencia de la lectura y el estudio de la abundante bibliografía disponible en los años veinte y treinta sobre ella, sino que está especialmente relacionado con sus propias experiencias biográficas y las consecuencias sobre su más inmediato presente que la crisis tuvo para él y también para el resto de los miembros de su generación.

Como ha señalado Gouldner: «Deriven de definiciones colectivas o de experiencias personales reiteradas, todo hombre cree en la realidad de algunas cosas; y estas realidades imputadas son de especial importancia para los tipos de teoría que un determinado individuo formule, aunque se trate de un sociólogo» (Gouldner, 1973: 49). Es indudable que para Ayala la crisis de los años treinta era no sólo real sino esencial para comprender el mundo, y, a nuestro juicio, tiene un doble origen en la tradición sociológica y otros textos, así como en sus experiencias personales y la reinterpretación de experiencias pasadas a partir de los últimos años de la República y la guerra civil. Inmediatamente posterior a la guerra civil española, la Segunda Guerra Mundial es vivida por Ayala desde su exilio argentino. Unos años después, Argentina vivirá la experiencia del peronismo, que reforzará en él esta idea de mundo en crisis y, de alguna manera, también la idea de la globalización de la crisis.

Miradas sobre el presente: ensayos y sociología

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