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I. LA RESPONSABILIDAD DEL INTELECTUAL COMO SACERDOCIO
ОглавлениеEN UN CÉLEBRE ENSAYO, «El escritor en lengua castellana», propone Francisco Ayala la actitud adecuada que debe, a su juicio, adoptar el intelectual: ocupar el espacio público, intervenir en los debates y colaborar en el logro de comprender (y de hacer comprender) lo que sucede en el mundo; en otras palabras, tratar de dar razón del mundo e intentar comprender en qué mundo vivimos. La misión del escritor-intelectual-sociólogo es, para Ayala, orientar, trazar mapas que contribuyan a entender el presente y los procesos que han llevado a configurar el presente tal cual es. «La profesión de escritor, más que oficio, es sacerdocio», deja escrito Ayala (1958b: 35). Esta concepción del escritor-sociólogo como sacerdote coincide con lo que al respecto de los orígenes de la sociología expuso en un libro ya clásico Alvin Gouldner, quien aseguraba que «el sociólogo fue concebido inicialmente como una especie de sacerdote» (Gouldner, 1973: 30). Pero Gouldner no restringía su afirmación al remoto pasado de la disciplina (Saint-Simon o Comte, por ejemplo), sino que la extendía hasta el presente más inmediato de los años setenta del pasado siglo XX.
En el mismo sentido, aunque empleando una terminología que puede resultar contradictoria y confusa, desarrolló Friedrichs su conocida tesis sobre dos modos paradigmáticos de hacer sociología: el «modo profético» y el «modo sacerdotal». Partía Friedrichs de la propuesta teórica de Kuhn (1977 y 1978) acerca de los paradigmas y las revoluciones científicas, y aceptaba, parcialmente, los argumentos fundamentales de Kuhn, pero consideraba que, por diversas razones, su propuesta resultaba insuficiente o inapropiada si se intentaba aplicar a las ciencias sociales. Según Friedrichs (1977), en sociología se pueden distinguir dos niveles paradigmáticos: el primero sería el nivel del paradigma en sí mismo («sistema», «conflicto», etc.), y el segundo, el que nos interesa, centra su atención en el científico, en la autoimagen del sociólogo, y es ahí donde propone los dos modos fundamentales de hacer sociología: el modo sacerdotal y el profético. Con este segundo nivel se refiere Friedrichs a que «los paradigmas que dictan a un sociólogo la concepción de su objeto de estudio pueden ser a su vez un reflejo o una función de una imagen más fundamental: el paradigma en cuyos términos el sociólogo se ve a sí mismo» (Friedrichs, 1977: 69). Habría dos modos de ser sociólogo y de hacer sociología según este autor: el modo profético y el modo sacerdotal. El modo profético, característico de los clásicos de la disciplina y de algunos sociólogos críticos de los años sesenta como Wright Mills, se caracteriza por la pretensión de intentar hacer una crítica de la sociedad. El modo sacerdotal, por el contrario, se basa en el compromiso con las instituciones, la elaboración de una ética comunal, una estructura discursiva especial y una compleja organización jerárquica. Friedrichs sitúa en los años sesenta del pasado siglo XX la recuperación del modo profético de hacer sociología, y relaciona este hecho con la definición de la sociología como una disciplina que se aproxima a las humanidades. La sociología sería considerada como un puente entre la ciencia y las humanidades, según destacó Bierstedt y posteriormente desarrollaría por extenso Lepenies (1992), lo que reforzaría la posibilidad de que el modo profético fuera recuperado para la disciplina. Es preciso advertir que el significado que Ayala o Gouldner atribuyen al concepto del sociólogo como sacerdote es similar al que Friedrichs otorga al modo profético de hacer sociología. El sociólogo sacerdote de Ayala y Gouldner atiende a la realidad de una manera comprometida con el presente, más allá de escuelas, métodos de investigación rutinarios o fuertes condicionamientos disciplinares, igual que el «artesano investigador» propuesto como modelo ideal de sociólogo por Wright Mills (1999), e igual que el sociólogo profeta de Friedrichs; este tipo de sociólogo o intelectual es muy distinto a los sacerdotes (en el sentido de Friedrichs), guardianes de la ortodoxia, seguidores de normas fijas e inflexibles, burócratas de la investigación, como los llamará Wright Mills.
Ayala, como sociólogo, debe incluirse dentro del «modo profético» de hacer sociología, por emplear la terminología de Friedrichs, puesto que su empeño va a ser siempre tratar de hacer una crítica (y un diagnóstico) del presente, de los diversos presentes sucesivos a los que se va a ver enfrentado, en distintos lugares y desde distintas posiciones. Es también un sociólogo excéntrico, en el sentido de estar situado en los márgenes, más allá del centro de la ortodoxia sociológica; un sociólogo heterodoxo, como él mismo declara nada más comenzar su Tratado de sociología.
Desde muy pronto Ayala se sentirá atraído por un tipo de sociología que atienda al presente, a la realidad social inmediata, y que no se vea encerrada o condicionada por cuestiones escolásticas. Él intentará trabajar con las puertas de su cátedra (o de su tribuna pública) abiertas de par en par. Pero además Ayala entiende que es responsabilidad de los intelectuales adquirir un compromiso con la sinceridad. Se trata de una modesta apuesta intelectual, en apariencia, pero difícil de llevar a la práctica en realidad. Más allá de la «neutralidad valorativa» propuesta por algunos científicos sociales, más allá de valorar y estudiar los fenómenos sociales desde una supuesta neutralidad científica y unos métodos de investigación objetivos, Ayala va a proponer y a practicar la sinceridad como requisito principal y fundamental de los intelectuales; sinceridad entendida, precisamente, como un compromiso con el presente. No se trata tanto de una búsqueda de verdades objetivas, abstractas e intemporales que nos expliquen cómo es la sociedad y cómo funciona, sino de comprometerse en el empeño de enfrentar los problemas y preocupaciones acuciantes en los diversos presentes que todos los hombres y mujeres habitamos sucesivamente.
Y es lo cierto que la afortunadamente longeva vida de Francisco Ayala y sus particulares experiencias personales van a situarle en muy distintos lugares sociales, históricos y espaciales. Ayala va a ser un joven escritor que forma parte del mundo literario madrileño en los años veinte y treinta; un joven académico que se acerca a la sociología y se relaciona con Ortega y Adolfo Posada y que amplía estudios en Alemania; también será letrado de las Cortes en la II República y catedrático de Derecho Político. La guerra civil le arrojará al exilio: a Argentina, primero, donde se convierte en profesor de sociología y vive el peronismo; posteriormente será testigo y analista del extraordinario momento histórico en el que Puerto Rico se erige en Estado Libre Asociado a los Estados Unidos de América y formará parte del ya mítico ambiente intelectual del campus de Río Piedras puertorriqueño; pero también ejercerá, después, de profesor de literatura española e hispanoamericana y crítico literario en Estados Unidos, situación que le llevará a recorrer la gran potencia de universidad en universidad; y, por último, jubilado ya, regresa a la España nuevamente democrática, donde asume su responsabilidad intelectual publicando libros y artículos en distintos periódicos. A grandes rasgos, son éstas las posiciones y los lugares que habita Ayala, son los presentes desde los que escribe y con los que se compromete desde los años veinte hasta la actualidad. El presente de Ayala es, podría decirse, la realidad histórico-social del siglo XX, observada desde la España de Primo de Rivera, de la II República y de la guerra civil, desde la Argentina, desde Brasil y Puerto Rico, desde los Estados Unidos, y, finalmente, desde la España democrática.
Es esta responsabilidad intelectual la que se esconde detrás de las abundantes y valiosas páginas que Ayala nos ha legado1. Es, por decirlo así, el común denominador de sus escritos, bien sean ensayísticos, sociológicos o literarios.