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CAPTAR LO INMATERIAL

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Muchas razones de orden histórico o historiográfico explicarían pues que la oralidad científica no haya sido uno de los objetos de la historia. Con todo, la razón abiertamente invocada es otra: de ordinario se hace valer lo que constituye la base obligada del trabajo histórico, las fuentes. Si se tiene en cuenta que la oralidad, hasta fecha relativamente reciente, no dejó huellas, y que el historiador aprehende el pasado por medio de una documentación mayoritariamente escrita, ¿no es un albur muy aventurado el de pretender captar un fenómeno evanescente por naturaleza? La desaparición historiográfica de la oralidad científica tendría entonces menos que ver con la indiferencia o el desinterés de los historiadores que con la imposibilidad de la empresa.

Hombres que en el pasado se habían ocupado de fenómenos de oralidad dejaron, además, testimonios desalentadores. Así, a comienzos del siglo XVII, el teatino Paolo Aresi daba a conocer, en un arte de predicar, la dificultad extrema de los intentos de “poner sobre el papel” todo lo concerniente a la “pronunciación” de los discursos, en especial la voz del orador; aun los grandes rétores antiguos, recordaba, se habían visto en la necesidad de sobrevolar apenas esa parte de la retórica, aunque la juzgaran muy importante. (88) Pio Rossi, casi contemporáneo suyo, daba testimonio de un mismo aprieto en un intento de definir la voz, un objeto que parecía sustraerse a todo asidero: “Apenas nacida, muere”, escribía; “apenas comienza y su vida está terminada; no ha acabado de salir de la boca y ya está lejos de ella; […] donde está con vida, no obra, y donde obra, ya no vive”. Y el autor italiano prosigue con esta serie de antítesis para, ya que no puede definir un fenómeno de una “de las más extrañas naturalezas”, al menos describirlo. (89)

Visto que las palabras vuelan, ¿se puede captar lo inmaterial? Se señalará de entrada que un interrogante como ese no detuvo en sus investigaciones a los historiadores de las culturas populares. Además, si bien tenían plena conciencia de utilizar para las clases subalternas de cultura oral fuentes “doblemente indirectas por ser escritas y escritas por individuos que participan en mayor o menor medida de la cultura escrita”, no dejaron por ello, al término de un trabajo metodológico y crítico –de una amplitud muy variable, por otra parte–, de reconstruir no solo lo que los “simples” decían sino, más aún, lo que pensaban. El célebre Menocchio tiene aquí valor de paradigma. (90) Otros historiadores, apoyados únicamente –y con razón– en documentos escritos, reconstruyeron por su parte paisajes sonoros, los ruidos de las ciudades, el lenguaje de las campanas que tañían en los campos del siglo XIX o el “mundo acústico” de la Inglaterra isabelina. (91) Con los ejemplos del molinero friulano, de los ruidos en la Francia urbana, de los tañidos de campanas en la Francia rural o del universo “auditivo” [aural] de los contemporáneos de Shakespeare, resulta claro que la objeción de las fuentes no tiene ningún carácter insalvable para quien quiera realizar una investigación retrospectiva sobre las formas orales de la cultura. Que esa cultura sea popular o letrada no cambia en nada la cuestión. Las cosas serían incluso más simples en el segundo caso: las fuentes siguen siendo indirectas, por ser escritas, pero no lo son ya doblemente, pues son sus autores mismos quienes las producen. Estos han dejado una cantidad extremadamente numerosa de documentos que dan testimonio de la parte oral de su actividad docta. Es inevitable pensar de inmediato en los cursos y las conferencias, con los muchos manuscritos de los maestros, los cuadernos de los estudiantes y otras transcripciones de fuentes que desde hace tiempo suscitan interés y generan publicaciones.

Sin embargo, son de muy poca utilidad para el tema que me ocupa. Para no ir más allá de los cuadernos y las notas de curso, está claro que hay una distancia más o menos grande entre lo que dice el maestro y lo que anota el oyente. Sin llegar a esas escrituras informes y repletas de errores que habrían sido los cuadernos de los estudiantes durante el Antiguo Régimen, (92) no pocas deformaciones al­teran la palabra magistral, ya se trate de lagunas, frutos de una distracción pasajera, incomprensiones debidas a la ignorancia o a una mala acústica, interpretaciones erradas imputables a la incapacidad de seguir un razonamiento de alto vuelo, etc. No sabemos qué valor tenía el procedimiento en uso en las universidades alemanas del siglo XIX “consistente en que tres estudiantes se sentaran uno al lado de otro, anotaran por turno las frases del autor de la exposición oral y las fundieran a continuación en un todo, en la medida de lo posible sin lagunas”. En cambio, de la tradición manuscrita de las Lecciones sobre la filosofía de la religión de Hegel se desprende que las notas de curso, aunque abundantes, no son empero una réplica fiel de la exposición del profesor. Sin hablar de las copias en limpio realizadas en casa (Reinschriften) ni de las elaboraciones posteriores que apuntan a una formulación intelectual de la exposición oral (Ausarbeitungen), las notas inmediatas, tomadas durante la clase (Mitschriften), presentan, según el último editor de las Lecciones, “defectos en lo relacionado con la formulación completa del texto”, imputables en parte al profesor, cuya exposición, “proferida en un cansino dialecto suabo, interrumpido por toses continuas”, era “de contenido oscuro hasta lo abstruso”. (93) La taquigrafía misma dista de dar siempre una reproducción exacta. El taquígrafo debe no solo dominar “el arte de escribir a la misma velocidad con que se habla”, sino también poder releer y reconocer con fidelidad las abreviaturas y los signos que ha utilizado, cosa que no siempre sucedió: así, Alfred Dumesnil, el yerno de Michelet, no logró descifrar las notas que había tomado durante el primer semestre del curso de 1839. El propio Michelet destacó públicamente los límites de la taquigrafía y denunció la ilusión que se adjudicaba a esta técnica: “Todos ustedes saben, señores –decía el 27 de febrero de 1851 a sus oyentes del Collège de France– que estamos acostumbrados a confiar en la estenografía como si fuera la cosa misma. Sin embargo, tengan a bien recordar que en el terrible proceso de Léotade, en 1847, al que se enviaron a doce estenógrafos de París, resultó que, ya de regreso en la capital, las doce copias estenográficas eran diferentes”. (94) Además, la puesta en limpio, la circulación de copias y la edición explican que una misma exposición oral dé lugar a múltiples variantes: no faltan los ejemplos, comenzando por uno ilustre, el del seminario de Lacan. (95) Aun una publicación discreta hace algunos ligeros retoques, consolida la puntuación, borra de buena gana… las marcas de oralidad. Las intervenciones son a menudo más importantes, a veces radicales, como en el caso del Curso de lingüística general de Ferdinand de Saussure, publicado luego de su muerte, en 1915: los editores, a falta de manuscritos o notas autógrafas, enfrentados a las versiones discrepantes de los cuadernos de diversos oyentes, así como a las variaciones mismas del pensamiento de Saussure durante sus tres cursos sobre el tema, y deseosos, por añadidura, de dar “una idea completa de las teorías y los métodos” del maestro, adoptaron, según propia confesión, una solución “atrevida”: llevaron a cabo “una reconstrucción, una síntesis sobre la base del tercer curso”. En consecuencia, ninguno de los oyentes que habían seguido en Ginebra la enseñanza de lingüística general impartida por Saussure escuchó el célebre Curso, por la sencilla razón de que este jamás se pronunció en los términos en que fue publicado. (96) Sin llegar a ser “recreaciones” tan fuera de lo común, las notas de clase no pueden pasar por registros del todo fieles o reproducciones rigurosamente exactas. Dicho esto no para negar su valor, sea el que fuere, sino solo para no considerarlas, conforme a las palabras de Michelet, como “la cosa misma”.

Esta conclusión vale también para los manuscritos de los cursos, ya se trate de notas preparatorias o de textos perfectamente elaborados. Nos atendremos a dos ejemplos. Lucien Febvre, tal cual lo demuestra la publicación de su curso de 1945-1946 y 1947 en el Collège de France, hablaba sobre la base de hojas más o menos redactadas, a veces escritas en un estilo telegráfico, algunas de las cuales solo parecían una sucesión de anotaciones que articulaban las diversas etapas de la exposición. (97) Otro profesor de la misma institución, Pierre Boulez, procedía por su parte de otra manera, ya que pronunciaba sus lecciones a partir de textos “en general íntegramente redactados”, que encontramos en la edición de sus cursos. Sin embargo, también aquí hay una diferencia con lo dicho: “El autor –explica su editor– quiso que no se reprodujeran las improvisaciones verbales que él se autorizaba frente al público”, y suprimió además “toda una serie de alusiones demasiado precisas a tal o cual obra o compositor, de las que da fe el manuscrito que tengo ante mi vista”. (98)

En este punto conviene volver una vez más a Michelet y, más precisamente, al texto citado en la “Introducción general”. En el requerimiento dirigido a quienes taquigrafiaban sus cursos, el ilustre profesor invitaba a no confundir dos órdenes de cosas, “la impresión y el habla”, el libro y el curso, lo escrito y lo oral. Ahora bien, los documentos que acaban de mencionarse –aquellos de los que nos valemos espontáneamente para intentar discernir la oralidad– no son más que palabras, manuscritas o impresas, lo mismo da. Puestas sobre el papel, han perdido su dimensión hablada.

Se han hecho intentos de marcar en lo escrito la naturaleza oral del discurso. El extenso texto que Jacques Derrida publicó en las actas de un seminario organizado por él en Capri comporta dos partes de origen y apariencia diversos: la primera, que contiene “una que otra sugerencia” improvisada durante esa reunión, se imprimió en bastardillas; la segunda, que corresponde a un texto escrito con posterioridad, está en redondas. (99) Junto con las bastardillas, Paul Virilio decide recurrir a las mayúsculas para recordar, en la publicación que hizo de las dos conferencias, su origen oral, y destacar los momentos importantes de su discurso. No sabemos si el efecto esperado se produjo. La reseña de esta obra aparecida en Le Monde tachaba de “artificios incongruentes” las palabras en mayúsculas y las bastardillas con que el autor había salpicado su texto. (100) Por lo demás, ya a comienzos del siglo XVIII se había señalado que la sucesión prolongada de bastardillas “incomoda extremadamente al lector”. (101)

Solo desde una fecha bastante reciente los medios mecánicos de grabación y reproducción de la voz han permitido conservar la huella de las voces: gracias a la invención del fonógrafo, del disco, del magnetófono, las palabras ya no vuelan, quedan. En nuestro dominio, las grabaciones solo son cuantitativamente significativas a partir de los años treinta, con el desarrollo de la radio escolar. (102) Aunque se multipliquen a continuación debido a los progresos técnicos en la materia, están lejos de cubrir todo el campo de la oralidad científica. Si bien se privilegian las prácticas pedagógicas –cursos y conferencias–, solo una ínfima parte de la enseñanza se conserva de este modo. Congresos, coloquios y mesas redondas distan de grabarse en todas las ocasiones. A pesar de las inmensas lagunas, se guarda, no obstante, una huella de lo que se dijo en el marco de actividades formales; en cambio, no queda casi nada de la oralidad informal, la de los intercambios corrientes y cotidianos de la vida científica. Por añadidura, los documentos sonoros que –destaquémoslo– solo conservan una parte ínfima de las producciones orales del mundo intelectual no pueden, al igual que la taquigrafía, pasar por ser “la cosa misma”. Los tratados clásicos de retórica y, muy en particular, la parte que consagran a la “pronunciación” recuerdan que la voz no es más que un elemento en el recitado del discurso y que, en la “acción” oratoria, el gesto, la postura y la mímica del orador tienen igual importancia. Los estudios contemporáneos de sociología y lingüística referidos al interaccionismo han puesto en evidencia, gracias a los recursos ofrecidos por la fotografía y el cine, la importancia de la gestualidad en la comunicación en general, así como las interacciones múltiples que se producen entre las personas en sus intercambios de palabras. Para no ir más allá de “nuestro” mundo, Erving Goffman destacó, en una conferencia sobre la conferencia, el papel de la ritualización, la teatralización y los gestos incorporados a las manifestaciones vocales, a toda enunciación y toda audición y a toda interacción cara a cara, incluso en el orden intelectual. (103) Otras tantas cosas que el informante policial que asistía a las clases de Michelet, a su manera, había captado bien. “La estenografía podrá reproducir todo el discurso hablado –escribía en su informe–, pero no contará ese guiño o ese asentimiento con la cabeza con los cuales terminan frases audazmente iniciadas, que se conectan con la imaginación de una juventud ardiente y atormentada”. (104)

Los textos escritos, los únicos de los que disponemos hasta fecha reciente y a menudo incluso para la hora actual, serían pues fuentes bien pobres, que transmiten quizá todas las palabras –¡en este punto el informante es optimista!–, pero no las “maneras de hablar”. ¿Debemos llegar a la conclusión de que una historia de la oralidad científica solo sería posible para el tiempo presente? Las grabaciones audiovisuales que aportan el sonido y la imagen rescatan palabras y gestos; aun cuando se puedan tener dudas sobre la objetividad y exactitud de la reproducción, disponemos en lo sucesivo de las palabras de quien habla, oímos su voz, vemos sus gestos y su rostro, así como, eventualmente, las expresiones de quienes lo escuchan. Sin embargo, ¿qué nos enseñan esos documentos sobre la oralidad misma, sobre su lugar, su estatus, su función en una sociedad dada?

Volvamos por última vez al texto de Michelet mencionado en la introducción: no es un verbatim, no escuchamos al profesor, no lo vemos, ignoramos las reacciones de su público. En cambio, de ese documento escrito se desprende una clara conciencia de la naturaleza de la oralidad y, en este aspecto, una grabación no proporcionaría nada más. Los documentos sonoros y visuales son útiles y hasta indispensables para estudios de lingüística, fonética, comunicación o retórica, pero, para una historia de la oralidad científica, no aportan nada que no revelen las fuentes escritas. Más aún, estas dan muchas informaciones que no podríamos encontrar en una grabación, sea cual fuere. Supongamos por un momento que se hubieran filmado las “primeras” sesiones de pósteres, tal como se llevaron a cabo en Minneápolis en 1974. Ese filme contendría las intervenciones hechas, las preguntas planteadas, las respuestas dadas, las discusiones resultantes; permitiría oír las voces de todos los que se expresaron, así como ver los gestos en apoyo de una demostración, las reacciones perplejas o convencidas del auditorio. Sin embargo, ese mismo filme no diría nada –a menos que incluyera una declaración explícita sobre el tema– de la confianza en la oralidad que presidió el nacimiento de ese nuevo modo de comunicación científica, una confianza que las fuentes narrativas, escritas, expresan a la perfección. Por otra parte, las descripciones de esas sesiones de pósteres son tan precisas –era necesario guiar con claridad a los científicos en medio de lo desconocido– que el filme no aportaría nada más; en todo caso, no proporcionaría las explicaciones que se daban entonces sobre tal o cual “arte de hacer”.

Para concluir, recordaré, a título de comparación, los principios metodológicos que inspiraron una obra consagrada a realidades muy alejadas, sin embargo, del orden intelectual: el libro de Alain Corbin sobre la historia de las campanas en la Francia decimonónica. Este estudio de unos diez mil asuntos de campanas, fundado exclusivamente en documentos escritos, no apuntaba, como es natural, a hacer oír tañidos sino, muy de otra manera, a describir un paisaje sonoro con sus ritmos y sus reglas, a reconstruir “un lenguaje que fundaba un sistema de comunicación” y saber cómo se lo percibió y comprendió entonces. (105) Del mismo modo, escribir una historia de la oralidad científica no es hacer oír palabras cuya autenticidad se certifique, sino revivir el lugar que tuvo la oralidad en un medio y un tiempo dados, las formas que adoptó en ellos, el estatus que se le reconoció, la función que le correspondió. Y para esa historia no faltan los documentos escritos: los capítulos que siguen lo mostrarán sin que sea necesario presentar aquí un estado detallado de la situación. Valerse de la ausencia de fuentes para concluir en la imposibilidad de un estudio retrospectivo de la oralidad científica solo es una objeción, por lo tanto, para quien se interese exclusivamente en las ideas y los pensamientos. No es ese mi caso.

1- Este capítulo retoma y amplía el artículo “Parler: la disparition historiographique de la parole magistrale”, Actes de la recherche en sciences sociales 135, diciembre de 2000, pp. 39-47.

2- Daniel Roche, Histoire des choses banales: naissance de la consommation dans les sociétés traditionnelles (XVIIe-XIXe siècle), París, Fayard, 1997, p. 9.

3- De ahí el interés de las breves observaciones hechas, respecto de los años finales del siglo XIX, por Christian Hottin, “L’enseignement: les amphithéâtres”, en Christian Hottin (comp.), Universités et grandes écoles à Paris: les palais de la science, París, Action artistique de la Ville de Paris, 1999, pp. 45-52, en pp. 46-48. Se encontrará una sucinta información con referencia a la enseñanza primaria y secundaria en Alain Choppin, Les Manuels scolaires: histoire et actualité, París, Hachette, 1992, p. 105, y el artículo “Boardwork”, en Torsten Husén y T. Neville Postlethwaite (comps.), International encyclopedia of education, Oxford, Pergamon Press, 1991 [1985] [trad. esp.: Enciclopedia internacional de la educación, 10 vols., trad. de Técnicos Editoriales y Consultores, Madrid, Ministerio de Educación y Ciencia, 1993], donde se recuerda que “el pizarrón es probablemente la ayuda visual más difundida del mundo” (p. 493).

4- Dominique Pestre, “Pour une histoire sociale et culturelle des sciences: nouvelles définitions, nouveaux objets, nouvelles pratiques”, Annales: Histoire, Sciences sociales 50 (3), mayo-junio de 1995, pp. 487-522 (citas en pp. 500-501).

5- Se encontrarán ejemplos en Ulrich Johannes Schneider, “The teaching of philosophy at German universities in the nineteenth century”, History of Universities 12, 1993, pp. 197-338; Lisa Rosner, Medical education in the age of improvement: Edinburgh students and apprentices, 1760-1826, Edimburgo, Edinburgh University Press, 1991; Kathryn M. Olesko, Physics as a calling: discipline and practice in the Königsberg Seminar for Physics, Ithaca, Cornell University Press, 1991, y William Clark, “On the table manners of academic examination”, en Hans Erich Bödeker, Peter Hanns Reill y Jürgen Schlumbohm (comps.), Wissenschaft als kulturelle Praxis, 1750-1900, Gotinga, Vandehoek & Ruprecht, 1999, pp. 33-67 (y los otros trabajos del mismo autor citados en este artículo, a la espera de su obra Academic manners, ministries and markets, Chicago, University of Chicago Press, de próxima aparición). [Clark no tiene ningún libro con ese título; la obra aludida es probablemente Academic charisma and the origins of the research university, Chicago, University of Chicago Press, 2006. (N. del T.)].

6- Daniel Roche, Histoire des choses banales…, op. cit., pp. 12-13. La expresión “pequeñas herramientas del saber” es la traducción del título de la obra de Peter Becker y William Clark (comps.), Little tools of knowledge: historical essays on academic and bureaucratic practices, Ann Arbor, Michigan University Press, 2001.

7- Trevor Kerry, “Explaining”, en Michael Farrell, Trevor Kerry y Carolle Kerry, The Blackwell handbook of education, Oxford-Cambridge (Massachusetts), Blackwell, 1995, y “Media in education”, en Torsten Husén y T. Neville Postlethwaite (comps.), International encyclopedia of education, op. cit., p. 3748.

8- Pierre Bourdieu, Jean-Claude Passeron y Monique de Saint-Martin, Rapport pédagogique et communication, París-La Haya, Mouton, 1968, p. 28.

9- Warren O. Hagstrom, The scientific community, Nueva York, Basic Books, 1965, p. 44.

10- Estudio dirigido por R. Kraut (1993), citado por Josette F. de la Vega, La Communication scientifique à l’épreuve de l’Internet: l’émergence d’un nouveau modèle, Villeurbanne, Presses de l’Enssib, 2000, p. 74.

11- Gerrit A. Lindeboom, Herman Boerhaave: the man and his work, Londres, Methuen & Co., 1968, p. 107.

12- Joseph Ernest Demarteau, Étude sur les universités allemandes: rapport présenté à M. le Ministre de l’Intérieur, Amberes, Impr. de L. J. de Cort, 1863, p. 109.

13- Niels Blaedel, Harmony and unity: the life of Niels Bohr, Madison, Science Tech, 1988 [1985], pp. 280-281 (carta del 28 de abril de 1919).

14- Lisa Rosner, Medical education…, op. cit., p. 118; véase también el ejemplo de Simonds d’Ewes, que estudió en Cambridge entre 1617 y 1619, en Rosemary O’Day, Education and society, 1500-1800: the social foundations of education in early modern Britain, Nueva York, Longman, 1982, p. 114.

15- Paul Ricœur, “La parole est mon royaume”, Esprit, nueva serie 223 (2), febrero de 1955, pp. 192-205 (cita en p. 192).

16- Catherine Kerbrat-Orecchioni, Les Interactions verbales, vol. 1, París, Armand Colin, 1990, pp. 38-39, y Eliseo Verón, La Sémiosis sociale: fragments d’une théorie de la discursivité, Saint-Denis, Presses universitaires de Vincennes, 1987, pp. 208-209 [trad. esp.: La semiosis social: fragmentos de una teoría de la discursividad, trad. de Emilio Lloveras, Barcelona, Gedisa, 1987]. Agradezco a Alain Lemaréchal por haberme llamado la atención sobre este aspecto.

17- Évelyne Hery, Un siècle de leçons d’histoire: l’histoire enseignée en lycée de 1870 à 1970, Rennes, Presses universitaires de Rennes, 1999, p. 356.

18- Véanse los siguientes artículos historiográficos: Philippe Joutard, “Oral (histoire)”, en André Burguière (comp.), Dictionnaire des sciences historiques, París, Presses universitaires de France, 1986, pp. 495-497 [trad. esp.: “Oral (historia)”, en Diccionario Akal de ciencias históricas, trad. de Eduardo Ripoll Perelló, Madrid, Akal, 1991, pp. 521-523]; Alistair Thompson, “Unreliable memories?: the use and abuse of oral history”, en Willam Lamont (comp.), Historical controversies and historians, Londres, UCL Press, 1998, pp. 23-34, y Anna Green y Kathleen Troup, “Oral history”, en The houses of history: a critical reader in twentieth-century history and theory, Mánchester, Man­chester University Press, 1999, pp. 230-238. Sobre Francia y la historia de la educación en particular, véase Marie-Thérèse Frank, “Pour une histoire orale de l’éducation en France depuis 1945”, Histoire de l’éducation 53, enero de 1992, pp. 13-40 (de donde se desprende además que, tanto en Francia como en el extranjero, muy pocas investigaciones prestaron algún interés –fuera cual fuese– a las prácticas docentes en la universidad).

19- Véanse, por ejemplo, Marc-Olivier Gonseth, “Porte-parole et porte-plume: quelques lignes de plus sur le thème de l’oralité”, en Marguerite Schlechten (comp.), Oralité: à propos du passage de l’oral à l’écrit, Berna, Société suisse d’ethnologie, 1987, pp. 1-28; George E. Marcus, “Writing culture”, en David Levinson y Melvin Ember (comps.), Encyclopedia of cultural anthropology, vol. 4, Nueva York, Henry Holt and Company, 1996, pp. 1384-1387, y Dominique Memmi, “L’enquêteur enquêté: de la ‘connaissance par corps’ dans l’entretien sociologique”, Genèses: sciences sociales et histoire 35, “L’Europe vu d’ailleurs”, junio de 1999, pp. 131-145 (con una bibliografía muy abundante).

20- La cita pertenece a Maurice Agulhon, “Vu des coulisses”, en Pierre Nora (comp.), Essais d’ego-histoire, París, Gallimard, 1987, pp. 9-59 (cita en p. 36). Se encontrarán recapitulaciones recientes en Stéphane Van Damme, “La sociabilité intellectuelle: les usages historiographiques d’une notion”, en École doctorale d’histoire (comp.), Hypothèses: travaux de l’École doctorale d’histoire de l’Université de Paris I, Panthéon Sorbonne, París, Publications de la Sorbonne, 1998, pp. 121-132, y la reseña del seminario de Daniel Roche, “Un Ancien Régime de la sociabilité”, Annuaire du Collège de France, 1999-2000: résumé des cours et travaux, París, Collège de France, 2001, pp. 878-886. Con respecto a los estudios de sociabilidad de los intelectuales, véase “Sociabilités intellectuelles: lieux, milieux, réseaux”, Cahiers de l’Institut d’histoire du temps présent 20, 1992, y para el dominio de la historia de las ciencias, “Sciences et sociabilités, XVIe-XXe siècle”, Bulletin de la Société d’histoire moderne et contemporaine 3-4, 1997; estas dos publicaciones justifican mi conclusión.

21- Para atenernos a los principales trabajos, mencionaremos: Eric Havelock, The muse learns to write: reflections on orality and literacy from Antiquity to the present, New Haven-Londres, Yale University Press, 1986 [trad. esp.: La musa aprende a escribir: reflexiones sobre oralidad y escritura desde la Antigüedad hasta el presente, trad. de Antonio Alegre Gorri, Barcelona, Paidós, 2008]; Walter J. Ong, Orality and literacy: the technologizing of the word, Londres-Nueva York, Methuen, 1982 [trad. esp.: Oralidad y escritura: tecnologías de la palabra, trad. de Angélica Scherp, México, Fondo de Cultura Económica, 1993]; Jack Goody e Ian Watt, “The consequences of literacy”, en Jack Goody (comp.), Literacy in traditional societies, Cambridge, Cambridge University Press, 1968, pp. 27-68 [trad. esp.: “Las consecuencias de la cultura escrita”, en Cultura escrita en sociedades tradicionales, trad. de Gloria Vitale y Patricia Willson, Barcelona, Gedisa, 1996, pp. 39-82]; Jack Goody, The domestication of the savage mind, Cambridge, Cambridge University Press, 1977 [trad. esp.: La domesticación del pensamiento salvaje, trad. de Marco Virgilio García Pineda, Madrid, Akal, 1985], y The interface between the written and the oral, Cambridge, Cambridge University Press, 1987, y David Olson, The world on paper: the conceptual and cognitive implications of writing and reading, Cambridge, Cambridge University Press, 1994 [trad. esp.: El mundo sobre el papel: el impacto de la escritura y la lectura en la estructura del conocimiento, trad. de Patricia Willson, Barcelona, Gedisa, 1999].

22- En David Olson, The world on paper…, op. cit., pp. 6-7 y 11-12, se encontrará una sucinta recapitulación.

23- Ruth Finnegan, Literacy and orality: studies in the technology of communication, Oxford, Basil Blackwell, 1988, pp. 140 y siguientes (cita en p. 143), y, de la misma autora, la entrada “Oral tradition”, en David Levinson y Melvin Ember (comps.), Encyclopedia of cultural anthropology, op. cit., vol. 3, pp. 887-891.

24- Walter J. Ong, “Writing is a technology that restructures thought”, en Gerd Baumann (comp.), The written word: literacy in transition. Wolfson College Lectures 1985, Oxford, Clarendon Press, 1986, pp. 23-50, en pp. 23-24 (“he llamado oralidad primaria a la oralidad de las culturas que no tienen absolutamente ningún conocimiento de la escritura, en oposición a lo que califiqué de oralidad secundaria, la oralidad electrónica de la radio y de la televisión, que es el producto de culturas de un alto grado de instrucción y que, para su invención y su funcionamiento, depende de una práctica muy amplia de la escritura y la lectura”). Esto no quiere decir que las tecnologías modernas de reproducción y difusión del habla no hayan suscitado un interés retrospectivo por la oralidad (véase, por ejemplo, Eric Havelock, The muse learns to write…, op. cit., capítulo 3, “The modern discovery of orality”, y capítulo 4, “Radio and the rediscovery of rhetoric”), pero esta se consideró en momentos históricos cruciales o en su dimensión “popular”.

25- E incluso lo es exclusivamente para Marcel Detienne, “Avec ou sans écriture”, CNRS: Sciences de l’homme et de la société. Lettre du département 60, diciembre de 2000, p. 3.

26- Se advertirá que, de manera característica, si bien Günther Lothes convoca a los historiadores de las ideas a tomar en cuenta los modos de comunicación y las diversas situaciones de habla del mundo universitario, solo puede proponer como referencia trabajos consagrados a la predicación y la comunicación política (“‘The state of the art’: Stand und Perspektiven der ‘intellectual history’”, en Frank-Lothar Kroll (comp.), Neue Wege der Ideengeschichte: Festschrift für Kurt Kluxen zum 85. Geburtstag, Paderborn, Schöningh, 1996, pp. 27-45, en p. 43.

27- Y enumeración no equivale a análisis: sobre este aspecto, véanse las observaciones de Olivia Rosenthal, “Introduction. Du temps que les bêtes parlaient”, en Olivia Rosenthal (comp.), À haute voix: diction et prononciation aux XVIe et XVIIe siècles. Actes du colloque de Rennes des 17 et 18 juin 1996, París, Klincksieck, 1998, pp. 7-16.

28- Roger Chartier, “Loisir et sociabilité: lire à haute voix dan l’Europe moderne”, Littératures clasiques 12, “La voix au XVIIe siècle”, enero de 1990, pp. 127-147 [trad. esp.: “Ocio y sensibilidad: la lectura en voz alta en la Europa moderna”, en El mundo como representación: estudios sobre historia cultural, trad. de Claudia Ferrari, Barcelona, Gedisa, 1992, pp. 121-136].

29- Véase, entre otros, Cahiers de Fontenay 23, “Écrit-oral”, junio de 1981, en particular el artículo de Paul Zumthor, “Entre l’oral et l’écrit”, pp. 9-33. Se encontrará un ejemplo de estas investigaciones aplicadas al género epistolar en Bernard Beugnot, “Les voix de l’autre: typologie et historiographie épistolaires”, en Bernard Bray y Christoph Strosetzki (comps.), Art de la lettre, art de la conversation à l’époque classique en France: actes du colloque de Wolfenbüttel, octobre 1991, París, Klincksieck, 1995, pp. 47-59.

30- Keith Thomas, “The meaning of literacy in early modern England”, en Gerd Baumann (comp.), The written word…, op. cit., pp. 97-131.

31- Respecto de este punto, el historiador comparte las dificultades del escritor; aun así, tiene prohibidas algunas de las soluciones de la escritura “literaria” (Claude Simon, Discours de Stockholm, París, Éditions de Minuit, 1986, pp. 26-28).

32- De manera general, véanse Christian Delacroix, François Dosse y Patrick Garcia, Les Courants historiques en France, 19e-20e siècle, París, Armand Colin, 1999, pp. 218-219, 226-230 y 251-252 (cita en pp. 228 y 229), y el artículo de François Furet, “Le quantitatif en histoire”, en Jacques Le Goff y Pierre Nora (comps.), Faire l’histoire, vol. 1, Nouveaux problèmes, París, Gallimard, 1974, pp. 42-61 [trad. esp.: “Lo cuantitativo en historia”, en Hacer la historia, vol. 1, Nuevos problemas, trad. de Jem Cabanes, Barcelona, Laia, 1985, pp. 55-73].

33- Se encontrará un ejemplo en la obra fundacional de Daniel Roche, Le Siècle des Lumières en province: académies et académiciens provinciaux, 1680-1789, París-La Haya, École des hautes études en sciences sociales-Mouton, 1978.

34- De manera general, véase Christian Delacroix, François Dosse y Patrick Garcia, Les Courants historiques…, op. cit., pp. 241-247 (cita en p. 241); sobre la microstoria, la introducción de Jacques Revel, “L’histoire au ras du sol”, a la traducción francesa de la obra de Giovanni Levi, Le Pouvoir au village: histoire d’un exorciste dans le Piémont du XVIIe siècle, París, Gallimard, 1989 [1985], y sobre la Alltagsgeschichte, Hans Medick, “Weaving and surviving in Laichingen, 1650-1900: micro-history as history and as research experience” (texto comunicado por el autor, a quien agradezco).

35- Dominique Pestre, “Pour une histoire sociale et culturelle…”, op. cit., pp. 515-517 (cita en p. 515).

36- Véase, de manera general, el artículo de Roger Chartier “Culture populaire”, en André Burguière (comp.), Dictionnaire des sciences historiques, op. cit., pp. 174-179 (cita en p. 176) [trad. esp.: “Cultura popular”, en Diccionario Akal de ciencias históricas, op. cit., pp. 166-171].

37- Carlo Ginzburg, Il formaggio e i vermi: il cosmo di un mugnaio del ’500, Turín, Einaudi, 1976, p. xxv [trad. esp.: El queso y los gusanos: el cosmos según un molinero del siglo XVI, trad. de Francisco Martín, Barcelona, Península, 2001], y Robert Muchembled, Culture populaire et culture des élites dans la France moderne (XVe-XVIIIe siècle): essai, París, Flammarion, 1978, p. 10.

38- Robert Muchembled, Culture populaire et culture des élites…, op. cit., p. 8.

39- Carlo Ginzburg, Il formaggio e i vermi…, op. cit., p. xiii, y Robert Muchembled, Culture populaire et culture des élites…, op. cit., p. 7.

40- De ahí el gran interés que presenta el artículo de Keith Thomas antes mencionado.

41- Citado en Christian Delacroix, François Dosse y Patrick Garcia, Les Courants historiques…, op. cit., p. 222.

42- Véase la recapitulación de Roger Chartier, “Intellectuelle (histoire)”, en André Burguière (comp.), Dictionnaire des sciences historiques, op. cit., pp. 372-377 [trad. esp.: “Intelectual (historia)”, en Diccionario Akal de ciencias históricas, op. cit., pp. 398-402].

43- Véanse las justas observaciones de Philippe Joutard, “Orale (histoire)”, op. cit., p. 495, y Marcel Detienne, “Avec ou sans écriture?”, op. cit., pp. 3-4, sobre la relación que se estableció entre la jerarquía de las fuentes y la de las ciencias.

44- Émile Durkheim, L’Évolution pédagogique en France, introducción de Maurice Halbwachs, París, Presses universitaires de France, 1999 [1938], primera parte, capítulo 1 (citas en pp. 10-12) [trad. esp.: Historia de la educación y de las doctrinas pedagógicas: la evolución pedagógica en Francia, trad. de María Luisa Delgado y Félix Ortega, Madrid, Ediciones de la Piqueta, 1982].

45- Évelyne Hery señala no solo que en el momento en que Durkheim dictaba sus cursos a los candidatos al concurso de oposición la desconfianza hacia la pedagogía se había debilitado muy poco, sino también que se incrementó en los años treinta: la pedagogía seguía siendo entonces un “arte vulgar”, una “ocupación superflua”; véase Évelyne Hery, Un siècle de leçons d’histoire…, op. cit., pp. 258-266.

46- Según el título de un artículo de A. Bireaud, “En France, une politique de formation pédagogique pour les enseignants du supérieur timide, hésitante et controversée”, en Jean Donnay y Marc Romainville (comps.), Enseigner à l’Université: un métier qui s’apprend?, Bruselas, De Boeck Université, 1996, pp. 113-122, en p. 113. De dar crédito a un artículo de Le Monde, 12 de mayo de 2000, p. 9, “la pedagogía” seguiría siendo “inhallable en la universidad”.

47- Para los países de lengua francesa, véase la obra citada en la nota anterior; para Inglaterra, las observaciones de Marie-Madeleine Compère, L’Histoire de l’éducation en Europe: essai comparatif sur la façon dont elle s’écrit, París-Berna, Institut national de recherche pédagogique-Peter Lang, p. 17; para los Estados Unidos, Robert Boice, The new faculty member: supporting and fostering professional development, San Francisco, Jossey-Bass Publishers, 1992, pp. 51-52 (cita) y 76-77, y para Alemania, Jacques Gandouly, Pédagogie et enseignement en Allemagne de 1800 à 1945, Estrasburgo, Presses universitaires de Strasbourg, 1997.

48- Philippe Joutard, “L’enseignement de l’histoire”, en François Bédarida (comp.), L’Histoire et le métier d’historien en France, 1945-1995, París, Éditions de la Maison des sciences de l’homme, 1995, pp. 45-55.

49- Se encontrarán tres ejemplos representativos en Jacqueline Hamesse, “Le vocabulaire de la transmission orale des textes”, en Olga Weijers (comp.), Études sur le vocabulaire intellectuel du Moyen Âge, vol. 2, Vocabulaire du livre et de l’écriture au Moyen Âge, Turnhout, Brepols, 1989, pp. 168-194; Brian Stock, The implications of literacy: written languages and models of interpretation in the eleventh and twelfth centuries, Princeton, Princeton University Press, 1983, y Paul Zumthor, La Lettre et la voix: de la “littérature” médiévale, París, Seuil, 1987 [trad. esp.: La letra y la voz: de la “literatura” medieval, trad. de Julián Presa, Madrid, Cátedra, 1989].

50- Véase Roger Chartier, “Loisir et sociabilité…”, op. cit., así como, del mismo autor, “Avant-propos: La culture de l’imprimé”, en Roger Chartier (comp.), Les Usages de l’imprimé, XVe-XIXe siècle, París, Fayard, 1987, pp. 7-20. El propio Chartier destacó el interés de un estudio sobre “la lectura profesoral en la secundaria y más aún en la universidad” como “acto esencial de la transmisión del saber” (“Loisir et sociabilité…”, op. cit., p. 140). Que sepamos, esta pista de investigación no se ha seguido.

51- Antoine Compagnon, “La réhabilitation de la rhétorique au XXe siècle”, en Marc Fumaroli (comp.), Histoire de la rhétorique dans l’Europe moderne, 1450-1950, París, Presses universitaires de France, 1999, pp. 1261-1282.

52- Tal es al menos el “programa” definido por Marc Fumaroli en la Histoire de la rhétorique…, op. cit.

53- Jean Starobinski, “La chaire, la tribune, le barreau”, en Pierre Nora (comp.), Les Lieux de mémoire, tomo 2, La Nation, vol. 3, París, Gallimard, 1986, pp. 425-485 (cita en p. 459), y Françoise Douay-Soublin, “La rhétorique en France au XIXe siècle à travers ses pratiques et ses institutions: restauration, renaissance, remise en cause”, en Marc Fumaroli (comp.), Histoire de la rhétorique…, op. cit., pp. 1071-1214, en pp. 1099-1103. En el mismo orden de ideas, se advierte que es en la última página (de 658) de su obra Les Cérémonies de la parole: l’éloquence d’apparat en France dans le dernier quart du XVIIe siècle, París, Champion, 1998, donde Pierre Zoberman se refiere al interés que tendría la consideración de “los discursos solemnes pronunciados en el marco escolar y universitario”.

54- Véanse, además de Bernard Bray y Christoph Strosetzki (comps.), Art de la lettre, art de la conversation…, op. cit., Marc Fumaroli, “La conversation”, en Pierre Nora (comp.), Les Lieux de mémoire, tomo 3, La France, vol. 2, Traditions, París, Gallimard, 1992, pp. 679-743, y Jacqueline Hellegouarc’h (comp.), L’Art de la conversation: anthologie, prefacio de Marc Fumaroli, París, Garnier, 1997.

55- Jean-François La Harpe, “Extrait d’un plan sommaire d’éducation publique et d’un nouveau cours d’étude publié en janvier 1791 dans le Mercure de France”, en Lycée o Cours de littérature ancienne et moderne, vol. 24, Brunswick, chez Alex Pluchart, 1805, p. 285.

56- Patrick Dandrey, “La phoniscopie, c’est à dire la science de la voix”, Littératures classiques 12, “La Voix au XVIIe siècle”, enero de 1990, pp. 13-76, y Philippe-Joseph Salazar, “La Voix au XVIIe siècle”, en Marc Fumaroli, Histoire de la rhétorique…, op. cit., pp. 787-819 (cita en p. 788), y Le Culte de la voix au XVIIe siècle: formes esthétiques de la parole à l’âge de l’imprimé, París, Champion, 1995.

57- Por ejemplo, contra las “ciencias del discurso”, véase Marc Fumaroli, “Préface”, en Marc Fumaroli (comp.), Histoire de la rhétorique…, op. cit., pp. 1-16, en p. 8.

58- Sobre este punto, coincidimos con las observaciones formuladas por Jack Goody acerca de la división habitual entre la “historia de la familia” de los sociólogos y el “parentesco” de los antropólogos. Véase Jack Goody, L’Orient en Occident, París, Seuil, 1999 [1996], pp. 208-209.

59- Antoine Compagnon, “Déclin et renouveau de la rhétorique américaine”, en Marc Fumaroli, Histoire de la rhétorique…, op. cit., pp. 1251-1259, en pp. 1258-1259, y “La réhabilitation de la rhétorique…”, op. cit.

60- Citado en Françoise Douay-Soublin, “La rhétorique en France au XIXe siècle…”, op. cit., p. 1088.

61- Marc Fumaroli, “Préface”, op. cit., pp. 2-3, y “Postface”, en Marc Fumaroli (comp.), Histoire de la rhétorique…, op. cit., pp. 1283-1296, en pp. 1283-1284.

62- Remito a uno de mis artículos, Françoise Waquet, “Res et verba: les érudits et le style dans l’historiographie de la fin du XVIIe siècle”, Storia della storiografia 8, 1985, pp. 98-109 (donde se encontrarán las referencias de las citas).

63- En lo concerniente a la retórica, el lector puede remitirse a los artículos de Françoise Douay-Soublin, “La rhétorique en France au XIXe siècle…”, op. cit., y Antoine Compagnon, “La rhétorique à la fin du XIXe siècle (1875-1900)”, en Marc Fumaroli (comp.), Histoire de la rhétorique…, op. cit., pp. 1215-1250 (que señala, en la misma época, una descalificación análoga de la retórica en Alemania, Italia y Gran Bretaña); en lo concerniente a la historia, a Charles-Olivier Carbonell, Histoire et historiens: une mutation idéologique des historiens français, 1865-1885, Toulouse, Privat, 1976, pp. 522-525 (cita sobre la École pratique des hautes études en p. 523); Pim den Boer, History as a profession: the study of history in France, 1818-1914, Princeton, Princeton University Press, 1988 [ 1987], y Charles Seignobos, “Conférence sur l’enseignement de l’histoire”, Revue universitaire 22 (2), 1913, pp. 127-128. Además, en lo concerniente a las reformas de la universidad a fines del siglo XIX, véase George Weisz, The emergence of modern universities in France, 1863-1914, Princeton, Princeton University Press, 1983.

64- De manera general, véase Antoine Compagnon, “La rhétorique à la fin du XIXe siècle…”, op. cit.; en el caso de la historia de las ciencias, conviene remitirse más particularmente al artículo de Dominique Pestre, “Pour une histoire sociale et culturelle…”, op. cit., pp. 510-511.

65- David Olson, “Demythologizing literacy”, en The world on paper…, op. cit., capítulo 1, donde se encontrará la mejor exposición de las razones que sostienen esa creencia, así como de las dudas y los cuestionamientos planteados por investigaciones de diversos órdenes.

66- Dos ejemplos en el orden pedagógico: Jean-Médéric Tourneur-Aumont, “Cours et conférences”, Revue universitaire 30 (1), 1921, p. 283, y Alain Choppin, Les Manuels scolaires…, op. cit., pp. 112-113.

67- Lucien Febvre, “Avant-propos”, en Encyclopédie française, vol. 18, La Civilisation écrite, París, Société de l’Encyclopédie française, 1939, 18.02-3.

68- En una bibliografía densa, nos atendremos a la obra de Jean-Yves Mollier (comp.), Où va le livre?, París, Dispute, 2000, y a los puntos de vista expresados por Robert Darnton, así como por Roger Chartier, “Une nouvelle espèce de livre”, Le Monde des livres, 28 de mayo de 1999, p. vii.

69- Françoise Gaudet y Claudine Lieber, Désherber en bibliothèque: manuel pratique de révision des collections, París, Éditions du Cercle de la librairie, 1996 (cita en p. 13) [trad. esp.: El expurgo en la biblioteca, trad. de Amanda Cabo Pan y Teresa Reyna Calatayud, Madrid, Anabad, 2000].

70- Michel Melot, “Des kilomètres de papier”, Cahiers de médiologie 4, “Pouvoirs du papier”, segundo semestre de 1997, p. 125.

71- Louis-Sébastien Mercier, “Des relieurs et de la reliure”, en Mon bonnet de nuit suivi de Du théâtre, ed. establecida bajo la dirección de Jean-Claude Bonnet, París, Mercure de France, 1999, pp. 1538-1539.

72- Françoise Waquet, “La communication des livres dans les bibliothèques d’Ancien Régime”, en Frédéric Barbier, Annie Parent-Charon, François Dupuigrenet Desroussilles, Claude Jolly y Dominique Varry (comps.), Le Livre et l’historien: études offertes en l’honneur du Professeur Henri-Jean Martin, Ginebra, Droz, 1997, pp. 371-380.

73- André Masson, Le Décor des bibliothèques du Moyen Âge à la Révolution, Ginebra-París, Droz, 1972, pp. 45-46, que también señala (p. 47) el caso de los libros puestos en jaulas: sin dejar de estar perfectamente protegidos, era posible leerlos y hojearlos. La cita de Voltaire se extrae de la introducción al tomo 18 de la Encyclopédie française, op. cit., 18.04-2.

74- Dominique Varry, “Les confiscationes révolutionnaires”, en Dominique Varry (comp.), Histoire des bibliothèques françaises, vol. 3, Les Bibliothèques de la Révolution et du XIXe siècle, 1789-1914, París, Promodis-Éditions du Circle de la librairie, 1991, pp. 9-28, en pp. 18-26, y Frédéric Barbier, “Mélanges: à propos de l’histoire des bibliothèques allemandes”, Bulletin de la Mission historique française en Allemagne 35, 1999, pp. 197-198.

75- Jean Viardot, “Livres rares et pratiques bibliophiliques”, en Henri-Jean Martin y Roger Chartier (comps.), Histoire de l’édition française, vol. 2, Le Livre triomphant, 1660-1830, París, Promodis, 1984, pp. 446-467, en p. 467, y Simone Breton-Gravereau, “La restauration des papiers”, Cahiers de médiologie 4, 1997, p. 135.

76- Véase, además de André Masson, Le Décor des bibliothèques…, op. cit., Eva-Maria Hanebutt-Benz, Die Kunst des Lesens: Lesemöbel und Leserverhalten vom Mittelalter biz zur Gegenwart, Fráncfort, Museum für Kunsthandwerk, 1985.

77- Jan Białostocki, Livres de sagesse et livres de vanité: pour une symbolique du livre dans l’art, París, Éditions des Cendres, Institut d’étude du livre, 1993 [1982], pp. 34 y 53 y siguientes.

78- Jean Viardot, “Livres rares et pratiques bibliophiliques”, op. cit., pp. 448-451, y Renaud Muller, Une anthropologie de la bibliophilie: le désir de livre, París, L’Harmattan, 1997, p. 27.

79- Ernst Robert Curtius, “The book as a symbol”, en European literature and the Latin Middle Ages, Nueva York, Pantheon Books, 1953 [1948], capítulo 16 [trad. esp.: Literatura europea y Edad Media latina, 2 vols., trad. de Margit Frenk Alatorre y Antonio Alatorre, México, Fondo de Cultura Económica, 1955], y Renaud Muller, Une anthropologie de la bibliophilie…, op. cit., p. 36 y siguientes.

80- Citado en Françoise Gaudet y Claudine Lieber, Désherber en bibliothèque…, op. cit., p. 13.

81- Sobre este punto, véase la muy interesante introducción de Jocelyn Benoist, “Qu’est-ce que’un livre? Création, droit et histoire”, en Immanuel Kant y Johann Gottlieb Fichte, Qu’est-ce qu’un livre?: textes de Kant et de Fichte, París, Presses universitaires de France, 1995, pp. 11-117 (cita en p. 23).

82- Luciano Canfora, Libro e libertà, Roma-Bari, Laterza, 1994, sobre todo pp. 76-77 [trad. esp.: Libro y libertad, trad. de Juan Manuel Salmerón, Madrid, Siruela, 2017].

83- Hans-Jürgen Lüsebrink, “‘Hommage à l’écriture’ et ‘Éloge de l’imprimerie’: traces de la perception sociale du livre, de l’écriture et de l’imprimerie à l’époque révolutionnaire”, en Frédéric Barbier, Claude Jolly y Sabine Juratic (comps.), Livre et Révolution: colloque organisé par l’Institut d’histoire moderne et contemporaine (CNRS), Paris, Bibliothèque national, 20-22 mai 1987, París, Aux amateurs des livres, 1989, col. “Mélanges de la Bibliothèque de la Sorbonne”, 9, pp. 133-144.

84- Jocelyn Benoist, “Qu’est-ce qu’un livre?…”, op. cit., p. 21 y siguientes.

85- Para citar a Stéphane Mallarmé, “Le livre instrument spirituel”, en Œuvres complètes, París, Gallimard, 1945, col. “Bibliothèque de la Pléiade”, pp. 378-382 [trad. esp.: “El libro como instrumento espiritual”, en Obra poética, trad. de Miguel Espejo, Buenos Aires, Colihue, 2013], y Paul Claudel, “La philosophie du livre”, en Œuvres en prose, París, Gallimard, 1965, col. “Bibliothèque de la Pléiade”, pp. 72-79, en p. 72 [trad. esp.: “La filosofía del libro”, Biblioteca de México 49, febrero de 1999, pp. 51-55].

86- Como se desprende de los títulos de los volúmenes 2 y 3 de Roger Chartier y Henri-Jean Martin (comps.), Histoire de l’édition française, París, Promodis, 1982-1984: “el libro conquistador” y “el libro triunfante”.

87- Henri-Jean Martin et al., La Naissance du livre moderne (XVIe-XVIIe siècles): mise en page et mise en texte du livre français, París, Éditions du Cercle de la librairie, 2000.

88- Paolo Aresi, Arte di predicar bene…, Venecia, appresso Bernardo Giunti, Gio. Battista Ciotti & compagni, 1611, pp. 727-728.

89- Pio Rossi, Convito morale per gli etici, economici, politici… Portata seconda…, Venecia, appresso il Guerigli, 1657 [1639], s. v. “Voce, suono”.

90- Carlo Ginzburg, Il formaggio e i vermi…, op. cit., p. xiii; las bastardillas son del autor.

91- Jean-Pierre Gutton, Bruits et sons dans notre histoire: essai sur la reconstitution du paysage sonore, París, Presses universitaires de France, 2000; Alain Corbin, Les Cloches de la terre: paysage sonore et culture sensible dans les campagnes au XIXe siècle, París, Albin Michel, 1994, y Bruce R. Smith, The acoustic world of early modern England: attending to the O-factor, Chicago, University of Chicago Press, 1999.

92- Abad Guillaume-André-René Baston, Mémoires de l’abbé Baston, chanoine de Rouen, publicadas por Julien Loth y Charles Verger, vol. 1, París, A. Picard et fils, 1897, pp. 210-211.

93- Georg Wilhelm Friedrich Hegel, Leçons sur la philosophie de la religion, Première partie. Introduction: Le concept de la religion, nueva edición presentada por Walter Jaeschke y traducida por Pierre Garniron, París, Presses universitaires de France, 1996 [1983], pp. xxiii-xxiv y xxxiv-xl [trad. esp.: Lecciones sobre filosofía de la religión, vol. 1, Introducción y concepto de religión, trad. de Ricardo Ferrara, Madrid, Alianza, 1984].

94- Jules Michelet, Cours au Collège de France, 1838-1851, publicados por Paul Viallaneix con la colaboración de Oscar A. Haac e Irène Tieder, París, Gallimard, 1995, vol. 1, pp. 166-167, y vol. 2, pp. 682-683. Se encontrará otro ejemplo de los límites de la taquigrafía en Samuel Coleridge, Lectures: on literature, ed. de Reginald A. Foakes, Princeton-Londres, Princeton University Press-Routledge and Kegan Paul, 1987, vol. 1, pp. lxxxiii-lxxxvi y 168-172, y vol. 2, pp. 435-438. Sobre la taquigrafía, véanse el artículo “Sténographie”, La Grande Encyclopédie, inventaire raisonné des sciences, des lettres et des arts, vol. 30, París, Société anonyme de “La Grande Encyclopédie”, 1901, pp. 468-478, y Adele Davidson, “‘Some by stenography?’: stationers, shorthand, and the early Shakespearan quartos”, The Papers of the Bibliographical Society of America 90 (4), diciembre de 1996, pp. 417-449. Agradezco a Roger Chartier por haberme señalado este último artículo y, de tal modo, despertado mi atención sobre este punto. Si bien el uso de la taquigrafía se tomó en cuenta y se estudió en el caso de la notación de sermones y obras teatrales, su utilización en el mundo universitario fue, por así decirlo, ignorada.

95- Élisabeth Roudinesco, “Histoire du Séminaire”, en Jacques Lacan: esquisse d’une vie, histoire d’un système de pensée, París, Fayard, 1993, pp. 531-549 [trad. esp.: “Historia del Seminario”, en Lacan: esbozo de una vida, historia de un sistema de pensamiento, trad. de Tomás Segovia, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1994, pp. 597-618].

96- Charles Bally y Albert Sechehaye, “Préface de la première édition”, en Ferdinand de Saussure, Cours de linguistique générale, publicado por Charles Bally y Albert Sechehaye con la colaboración de Albert Riedlinger, París, Payot, 1964 [1916], pp. 7-10, en pp. 7-9 [trad. esp.: “Prefacio a la primera edición”, en Curso de lingüística general, trad. de Amado Alonso, Buenos Aires, Losada, 1978, pp. 31-35]. Véase G. W. F. Hegel, Leçons sur la philosophie de la religion, op. cit., pp. xl-liii, donde se encontrará un ejemplo análogo referido a las ediciones de 1832 y 1840 de este libro.

97- Lucien Febvre, “Honneur et patrie”, ed. de Thérèse Charmasson y Brigitte Mazon, París, Perrin, 1996, pp. 21-22 y 285-297 [trad. esp.: Honor y patria, trad. de Aurelia Álvarez Urbajtel, México, Siglo XXI, 1999].

98- Pierre Boulez, Jalons (pour une décennie): dix ans d’enseignement au Collège de France (1978-1988), textos reunidos y presentados por Jean-Jacques Nattiez, París, Christian Bourgois, 1989, pp. 12-13.

99- Jacques Derrida, “Foi et savoir. Les deux sources de la ‘religion’ aux limites de la simple raison”, en Jacques Derrida y Gianni Vattimo (comps.), La Religion: séminaire de Capri, París, Seuil, 1996, pp. 9-86, en pp. 11-12 [trad. esp.: “Fe y saber: las dos fuentes de la ‘religión’ en los límites de la mera razón”, trad. de Cristina de Peretti y Paco Vidarte, en La religión: seminario de Capri, trad. de Cristina de Peretti et al., Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 1997, pp. 8-106].

100- Paul Virilio, La Procédure silence, París, Galilée, 2000 [trad. esp.: El procedimiento silencio, trad. de Jorge Fondebrider, Buenos Aires, Paidós, 2001]; reseña en Le Monde, 6 de octubre de 2000.

101- “Lettre écrite à l’auteur de ces Nouvelles par Mr. Des Maizeaux, et qui contient diverses remarques de littérature”, Nouvelles de la République des Lettres, agosto de 1701, pp. 151-169, en pp. 154-155.

102- Jean Thévenot, “Les machines parlantes”, en Charles Samaran (comp.), L’Histoire et ses méthodes, París, Gallimard, 1961, col. “Encyclopédie de la Pléiade”, vol. 11, pp. 804-817; Jacques Perriault, Mémoires de l’ombre et du son: une archéologie de l’audio-visuel, París, Flammarion, 1981, e Institut international de coopération intellectuelle, La Radiodiffusion scolaire, París, Société des nations, Institut international de coopération intellectuelle, 1933.

103- Catherine Kerbrat-Orecchioni, Les Interactions verbales, op. cit., y Erving Goffman, “La conférence”, en Façons de parler, París, Éditions de Minuit, 1987 [1981], pp. 167-204.

104- Jules Michelet, Cours au Collège de France…, op. cit., vol. 1, p. 55 (informe policial del 13 de febrero de 1851).

105- Alain Corbin, Les Cloches de la terre…, op. cit., pp. 13-14 (cita en p. 13).

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