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SE HACE CAMINO AL ANDAR

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Una frase tan genuinamente nuestra describe bien la larga ruta de la innovación. Se hace camino al andar. No hay camino preestablecido, no hay ruta predefinida, no hay un estándar que nos guíe de manera nítida a la hora de decidir cuál es la mejor estrategia para desarrollar una idea, para innovar.

En esta ruta obviamente el conocimiento y la experiencia son necesarios, obviamente hay un marco general definido y también un rango de decisiones posibles muy amplio. ¿Cuándo debo proteger? (desde luego antes de publicar…); ¿qué modelo de protección debo utilizar? ¿Debo licenciar y/o seguir desarrollando la idea?

¿Cuál es la mejor vía para avanzar en el desarrollo de la idea? ¿Cuál es el socio tecnológico que me puede ayudar de manera óptima? ¿Qué información y cuando la debo compartir con él? ¿Debo dar el salto a crear una empresa? Son decisiones clave que dependen del estado del arte general, de la situación concreta del inventor, de sus capacidades, de su interés y el de la propia organización, del entorno, de los recursos existentes, de la propia potencialidad de la idea, entre otros.

Sin duda el aspecto clave en este camino son las personas, el innovador con todas sus capacidades, ilusión, y su equipo, el que él lidera y de que el gestor de innovación puede ser parte. Sin duda la innovación sucede esencialmente porque hay personas que la impulsan y sobre todo porque hay equipos que trabajan para hacerla posible.

Sin duda la innovación requiere de un equipo. Tal como nos recuerda Pere-Condom, uno de los autores de este libro, hoy, nadie, de manera individual, puede realizar una gran contribución tecnológica a la sociedad. La era de los inventores es cosa del pasado. La evolución tecnológica actual, de crecimiento exponencial, y la gran complejidad de las soluciones impiden las aportaciones solitarias. Hoy, el desarrollo de la tecnología es resultado de un trabajo conjunto y colaborativo. Y sistemático, ya que la máquina mundial de producción de tecnología está permanentemente en funcionamiento (7).

Y en este camino los fallos son compañeros ineludibles de los que aprender. Para enfrentarse a lo nuevo, para innovar uno debe estar dispuesto a errar, debe resistir cada de esos pequeños fracasos, aprovechando todo el aprendizaje que de ellos se puede obtener. Esto implica abandonar el estigma de fallo y normalizarlo como parte de juego, sin que por ello debamos dejar de asumir responsabilidades ni buscar el éxito con todas nuestras fuerzas. Un buen ejemplo de cómo una sociedad innovadora se enfrenta al fallo es el museo del fallo creado en Suecia en 2017 (https://museumoffailure.com) que, partiendo de la premisa de que la innovación necesita fracaso, aglutina una colección de productos y servicios fallidos de todo el mundo para brindar a sus visitantes una experiencia de aprendizaje fascinante y aportar una visión única del arriesgado negocio de la innovación.

Experiencias en gestión de la innovación en salud

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