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Relación del don de Elena de White con la Biblia

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Los primeros adventistas observadores del sábado sostenían que la Biblia enseñaba que los dones espirituales, incluyendo el don profético, existirían en la iglesia hasta la segunda venida de Cristo a esta tierra. Urías Smith brindó a los primeros ad­ventistas una ilustración que aclaraba muy bien el punto: “Imaginemos que vamos a iniciar un viaje. El propietario de la embarcación nos da un libro de instrucciones, diciéndonos que contiene suficientes instrucciones para todo el camino, y que si seguimos esas orientaciones, llegaremos con toda seguridad al puerto de destino. Una vez iniciado el viaje, abrimos el libro y estudiamos su contenido. Allí encontramos que el autor establece algunos principios generales para guiarnos du­ran­te el viaje, y nos instruye hasta donde es posible respecto de las di­ferentes contingencias que podrían presentarse hasta el final. Pero también nos dice que la última parte de la jornada será especialmente peligrosa; que las características de la costa están cambiando constantemente por causa de las arenas movedizas y las tempestades, ‘pero para esa parte de la jornada –dice él– les he provisto un piloto que irá con ustedes, y les dará las orientaciones que requieran las circunstancias y los peligros que los rodeen; y deben prestarle atención’. Con estas instrucciones llegamos al tiempo peligroso especificado y aparece el piloto, de acuerdo con la promesa. Pero algunos de la tripulación se levantan en su contra cuando él brinda sus servicios. ‘Nosotros tenemos el libro original de instrucciones –dicen–, y eso nos basta. Insistimos en eso y solamen­te en eso; no queremos tener nada que ver con usted’. ¿Quiénes hacen caso ahora al libro original de instrucciones? ¿Los que rechazan al piloto o los que lo reciben según las instrucciones del libro? Juzgad por vosotros mismos. “Pero algunos [...] podrían confrontarnos en ese punto y decir: ‘Entonces ustedes quieren que la hermana White sea nuestro piloto, ¿no es cierto? Esta declaración está escrita con el fin de impedir cualquier esfuerzo en esa dirección. No hemos dicho eso. Lo que decimos claramente es esto: que los dones del Espíritu son concedidos por nuestro Piloto en estos tiempos peligrosos, y que siempre y dondequiera encontremos ma­nifestaciones genuinas de ellos, estamos obligados a respetarlos; no podemos hacer de otro modo sin que eso signifique que rechazamos la Palabra de Dios, que nos dirige para recibirlas” (Review and Herald, 13 de enero de 1863).

Los primeros observadores del sábado encontraron algunos textos que ilustraban su punto de vista en cuanto a la continua disponibilidad del don de profecía hasta la segunda venida de Cristo. Estos son: 1 Corintios 12:8 al 10 y 28; Efesios 4:11 al 13. Pero ellos quedaron especialmente impresionados con Joel 2:28 al 32, que indica que en los postreros días Dios de­rramaría su Espíritu sobre toda carne y “vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán”.

También es importante 1 Tesalonicenses 5:19 al 21, que instruye a los creyentes para que no menosprecien las profecías, sino que sometan todo a prueba y retengan lo bueno. Como resultado, los primeros adventistas empezaron a enseñar que los cristianos no debían rechazar por completo a los que reclamaban tener el don de profecía, sino probarlos para ver si hablaban de acuerdo “a la ley y al testimonio” (Isa. 8:20; esto es, para ver si sus enseñanzas estaban en armonía con la Biblia) y si sus “frutos” (vida y enseñanzas) indicaban que eran profetas verdaderos o falsos (Mat. 7:15-20).

Además de estos textos, los primeros adventistas sabáticos llegaron a la conclusión de que la iglesia de los últimos días (“el remanente”) guardaría “los mandamientos de Dios”, y ten­dría “el testimonio de Jesús” (Apoc. 12:17); esto último, creían ellos, era el don de profecía (Apoc. 19:10).

Debido a estos versículos y otros, Urías Smith pudo exhortar a los lectores de la Review a “esquivar el consejo de los que profesan tomar la Biblia como regla de fe y práctica pero desa­tienden o rechazan la parte que nos enseña a buscar y esperar el poder y los dones del Espíritu” (Review and Herald, 24 de julio, 1856).

Un aspecto de la preocupación de los primeros adventistas concerniente a la relación de Elena de White con la Biblia era que las mismas enseñanzas de la Biblia proporcionaban y predecían esta genuina manifestación. Otro aspecto era la primacía de la Biblia en asuntos espirituales a medida que los seguidores de Dios buscaban iluminación religiosa. Por eso Jaime White escribió que “el reavivamiento de alguno, o de todos los dones, nunca reemplaza la necesidad de investigar la Palabra [la Biblia] para aprender la verdad” (Review and Herald, 28 de febrero de 1856).

En otra ocasión él escribió que el cristiano “no tiene la libertad de apartarse [de las Escrituras] para conocer su deber por intermedio de ninguno de los dones. En el instante en que lo haga, coloca los dones en una posición incorrecta, y toma una posición extremadamente peligrosa. La Palabra debe ir al frente, y la atención de la iglesia ha de estar sobre ella, como la regla por la cual regirse, y la fuente de la sabiduría donde se aprende el deber [...]. Pero si una parte de la iglesia se aparta de las verdades de la Biblia y se debilita y se enferma, y el re­baño se desbanda, de manera que parezca necesario que Dios emplee los dones del Espíritu para corregir, reavivar y sanar al errante, debemos dejar que él obre. Aún más, tenemos que orar para que Dios obre y rogar fervientemente para que lo haga por el poder del Espíritu, y lleve las ovejas descarriadas a su redil” (ibíd.).

En una ocasión más Jaime White dejó bien claro su concepto de la prioridad de la Biblia sobre el don dado por Dios a su esposa. En noviembre de 1855, después de un estudio profundo de la Biblia, los dirigentes sabáticos llegaron a un consenso sobre un punto teológico (la hora en que comienza el sábado) que los había dividido durante años. Pero Bates y Elena de White seguían sin armonizar con el cuerpo de creyentes. En ese punto, la Sra. de White recibió una visión que confirmó la conclusión a la cual habían llegado mediante el estudio de las Escrituras. Eso fue suficiente para que Bates, la Sra. de White y otros se pusieran en armonía con la mayoría.

Pero entonces se suscitó la cuestión de por qué Dios no había aclarado desde el principio el asunto por medio de una visión. La respuesta que dio Jaime White es iluminadora. Él dijo que “no parecía ser el deseo del Señor enseñar a su pueblo los asuntos de la Biblia mediante los dones del Espíritu hasta que sus siervos hubieran investigado diligentemente su Palabra. [...] Dejemos que los dones ocupen su lugar adecuado en la iglesia. Dios nunca les ha concedido la preeminencia, ni ordenado que los miremos para que nos dirijan en el sendero de la verdad y en el camino al cielo. Él ha magnificado su Palabra. Las Escrituras del Antiguo y del Nuevo Testamento son la lámpara del hombre para iluminar su sendero al reino. Seguidla. Pero si usted se aparta de la verdad bí­blica, y está en peligro de perderse, puede ser que en su mo­mento indicado Dios elija corregirlo, traerlo de regreso a la Biblia y salvarlo” (ibíd., 25 de febrero, 1868).

En resumen, los primeros adventistas eran el pueblo de la Biblia. Debido a que creyeron en la Biblia estuvieron accesibles al don de profecía. Pero ese don fue dado para complementar su estudio de la Biblia en vez de ocupar el lugar de la Escritura. De hecho, la función del don era conducir al pueblo de regreso a la Biblia como palabra autorizada de Dios.

Introducción a los escritos de Elena G. de White

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