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¿Era la aceptación de las visiones una prueba de discipulado?

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Un asunto que llamó la atención de los observadores del sá­bado al principio fue si la aceptación de las visiones debía usarse como una condición para pertenecer al grupo. Puesto que los detractores de la Sra. de White alegaban constantemente que los dirigentes sabáticos hacían de las visiones una prueba de discipulado, estos tuvieron que responder. Por eso Jaime White escribió a principios de 1856: “Es de conocimiento general que se nos ha acusado de usar las visiones para probar a las personas, y de hacer de ellas la regla de nuestra fe. Esto es una falsedad descarada” (Review and Herald, 14 de febrero de 1856). Luego prosiguió diciendo que la Biblia era su regla de fe y práctica.

Por otro lado, los primeros adventistas sostenían que la creencia en la doctrina bíblica de los dones espirituales era una prueba de fe. Por eso Urías Smith declaró en 1862 que “la perpetuidad de los dones es uno de los puntos fundamentales de la creencia de esta gente; y podemos tener unión y confraternidad con los que difieren de nosotros en esto, a un grado no mayor del que podemos tener con aquellos que difieren con nosotros en los otros temas importantes como la venida de Cristo, el bautismo, el sábado, etcétera” (ibíd., 14 de enero de 1862).

John Nevins Andrews resumió la posición de la iglesia con precisión en 1870 cuando escribió que “en cuanto a la re­cepción de miembros en nuestras iglesias, queremos saber dos cosas: 1)Que crean en la doctrina bíblica de los dones espirituales. 2) Que se familiaricen imparcialmente con las vi­siones de la Sra. de White” (ibíd., 15 de febrero de 1870). En otras palabras, Andrews sugirió que los miembros deberían estar dispuestos a seguir los preceptos bíblicos para probar a los profetas (ver 1 Tes. 5:19-21).

Pero Jaime White argumentaba que una vez que los miembros aceptaran las visiones como provenientes de Dios, ellas llegarían a tener autoridad en la vida de cada persona. Por eso pudo escribir que en realidad eran “una prueba para los que creían que ellas procedían del Cielo” (ibíd., 14 de febrero, 1856). En otra ocasión Jaime White hizo notar que quienes tenían evidencia de que el don de Elena provenía de lo Alto pero se­guían combatiéndola en forma activa y en público podrían ser excluidos de la feligresía. En esos casos “nuestro pueblo demanda el derecho a separarse de los tales, para que ellos puedan disfrutar de sus opiniones en paz y tranquilidad” (ibíd., 13 de junio de 1871).

Elena de White estuvo de acuerdo con esa posición de los líderes. Ella indicó en 1862 que algunas personas tenían “su­fi­­­cien­tes motivos” para su escepticismo debido al extremismo que algunos miembros manifestaban hacia las visiones. A aque­llos que se sintieran desalentados por los excesos de otros, los que no hubieran tenido oportunidad de examinar per­sonalmente las vi­siones, o que no hubieran llegado a una conclusión decidida, “no se las debiera privar de los beneficios y privilegios de la iglesia si su conducta cristiana en general es correcta, y si han formado un sólido carácter cristiano. [...]. No hay que descartar a tales personas, sino que es necesario ejercer mucha paciencia y amor fraternal hasta que encuentren su lugar y adopten una posición en favor o en contra. [...]. No de­biera mortificarse a los que nunca han visto a una persona que se encuentra en visión, y que no han tenido conocimiento personal de la influencia de las visiones” (Tes­timonios para la iglesia, t. 1, pp. 294, 295).

Por otro lado –siguió diciendo ella–, “si luchan contra las visiones, de las que no tienen conocimiento; si llevan su oposición hasta el punto de oponerse contra lo que no conocen por experiencia, y se sienten ofendidos cuando los que creen que las visiones proceden de Dios hablan en las reuniones y se fortalecen con las instrucciones dadas en visión, la iglesia podrá saber que no están en lo correcto. El pueblo de Dios no debiera retraerse y ceder, abandonando su libertad, para complacer a esas personas que no están satisfechas. Dios ha dado sus dones a la iglesia para que la iglesia se beneficie con ellos; y cuando los creyentes profesos en la verdad se oponen a esos dones, y luchan contra las visiones, las almas corren peligro. Ese es el momento cuando se debe encararlos para que los débiles no se descarríen debido a su influencia” (ibíd.).

Como resultado de dicho entendimiento, George I. Butler (a la sazón presidente de la iglesia) pudo escribir en 1883 que era cierto, como alegaban los enemigos de la iglesia, que había “muchos entre nosotros que no creen en las visiones”. “No obstante –continuó–, están en nuestras iglesias y no han sido excluidos” (Suplemento de la Review and Herald, 14 de agosto, 1883).

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