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Arroyo Tapalqué, Provincia de Buenos Aires, abril de 1833

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—Hasta acá, ni un indio —dijo con confianza el coronel Pacheco.

—Nada. Saben que avanzamos y se internan tierra adentro —respondió Juan Manuel mientras los dos avanzaban al paso.

—Parece que nuestro único enemigo es el calor y la sed. A este paso vamos a llegar a Protectora Argentina7 sin novedades.

—Sé que las marchas lo aburren, coronel. Pero, créame que no va a ser así toda la campaña. Ya van a tener, usted y su tropa, oportunidades para lucirse.

—Espero que así sea, mi Comandante —contestó Pacheco.

Finalmente todo ocurrió como Juan Manuel había previsto. Su gobernación fue perdiendo apoyo paulatinamente y, al final del treinta y dos, decidió presentar su renuncia a la Legislatura. Se armó un gran revuelo. Ni sus enemigos estaban preparados para aceptar la renuncia, pero esta tenía carácter de indeclinable. La Legislatura debió buscar candidatos y el partido de Rosas no se la hizo fácil, rechazó a varios hasta que, después de mucho trajinar, se propuso a Juan Ramón Balcarce, un pusilánime que no estaba frontalmente enemistado con Juan Manuel. Era perfecto, estaba destinado a fracasar.

Junto con su renuncia, Juan Manuel presentó su proyecto de hacer una campaña al desierto para conquistar territorio de los indios. Su propuesta fue aprobada sin mayor discusión. Le asignaron tropas pero no presupuesto, la Legislatura quería que él fracasara. Pero eso no preocupó a Rosas, ya que usó sus contactos y su persuasión para lograr que los hacendados le adelantaran dinero, con la promesa de que cada uno de ellos recibiría, a cambio, grandes tierras. Eso funcionó a la perfección.

El siguiente paso fue armar la estrategia de la campaña. Juan Manuel propuso una ofensiva en conjunto con otras provincias, de tal manera que una invasión conjunta dejara a los indios sin posibilidades de escape, por lo que necesariamente deberían presentar batalla y así serían vencidos. Rosas le ofreció la comandancia general de toda la campaña a Quiroga. El riojano no tenía el menor interés en el tema, pero no la podía rehusar. Juan Manuel planificó que se avanzaría en tres columnas. La División Derecha bajaría desde Mendoza barriendo los pasos cordilleranos para impedir que los indios huyeran a Chile. La División Centro saldría hacia el Sur, desde Río Quinto, San Luis. El papel principal le cabría a la División Izquierda, a cargo de Rosas. Esta debería atacar hacia el Sur hasta la aislada ciudad de Carmen de Patagones y, desde allí, girar hacia el Oeste, por el Río Negro, cerrando la huida al sur de los indios, hasta encontrar a la División Derecha al pie de los Andes. Todo esto se coronaba con el pedido a Chile de que también ellos hicieran una ofensiva hacia el Sur, eliminando cualquier posibilidad de escape indígena al vecino país.

Juan Manuel estaba muy conforme con esta estrategia. Por un lado le daba a “su” división el papel protagónico, ya que sería esta la que recorrería la mayor distancia, la que conquistaría el más grande y mejor territorio, y la que estaría encargada de tomar contacto con las otras dos divisiones. El otro punto importante era que, conquistando el territorio entre el Río Colorado y el Río Negro, le estaba poniendo un límite territorial a las otras provincias, y dejaba para un futuro todo el sur del continente para la Provincia de Buenos Aires.

El plan era tan complejo y ambicioso que no tenía la menor probabilidad de éxito. Juan Manuel lo sabía. Estaba seguro de que las otras dos divisiones no cumplirían con su parte. Pero no importaba, era mejor así. “Su” división sí haría su parte, y eso marcaría la diferencia con los otros líderes. Él, y nadie más que él, sería el merecedor del título de “Héroe del Desierto”.


Plan de la Campaña del Desierto de Rosas en 1833.

Los tiempos apremiaban, ya que debía partir antes de que comenzara el frío. La clave de tan osada campaña era la organización, y ese era el fuerte de Juan Manuel. Todo funcionó a la perfección y, para incredulidad de sus enemigos, en febrero juntó sus tropas en la Laguna las Perdices8 e iniciaron la marcha al sur.

—¿Qué le pareció la colonia de Azul? —preguntó Juan Manuel tratando de sacar conversación para que el tiempo pasara más rápido.

—Me parece increíble todo lo que hicieron los colonos en solo tres meses —contestó entusiasmado el coronel Pacheco.

—¿Vio que su fundación fue un acierto?

—La verdad es que sí. ¿Y usted cree que habrá más colonos dispuestos a ocupar los territorios que ganemos?

—No le quepa la menor duda. Vea este campo. ¿Ve qué verde es? Acá hay muy buenas pasturas, la lluvia es buena. Excelente para la ganadería. Y más al sur lo mismo —dijo Juan Manuel imaginándose un futuro promisorio.

—Y pensar que por tanto tiempo la frontera con el infiel fue el Río Salado… fíjese ahora… ¡ni uno para oponérsenos!

Siguieron avanzando a paso cansino sin hablarse, hasta que un revuelo, más adelante de ellos, les llamó la atención. La tropa estaba agitada por algo. Al sudoeste lejano se veía una gran polvareda. ¿Viento?

Un uniformado galopó hacia ellos a toda velocidad. “¡Alerta, mi comandante!” gritaba.

—¿Qué pasa, Sargento? —le preguntó Juan Manuel con autoridad.

—Vienen hacia nosotros a toda velocidad —respondió el militar, apuntando a la polvareda.

—¿Quiénes?

—¡Son indios, señor!

La conquista de Rosas

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