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LAS RAZONES DE LA ETNICIDAD ENTRE GLOBALIZACIÓN Y ECLIPSE DE LA POLÍTICA (*)

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La presente contribución se propone presentar una definición de grupo étnico y un análisis de sus características esenciales. Trata de someter a prueba las razones que determinan la adopción del paradigma étnico dentro del discurso político. La tesis que pretendo argumentar es que la identidad étnica no puede ser considerada como una simple sobrevivencia residual destinada a ser marginada de los procesos de modernización, por el contrario, representa una de las repuestas posibles a la creciente dificultad que experimentan las sociedades contemporáneas para lograr la integración y el desarrollo. En la época de la globalización existen procesos económicos, sociales y políticos —de las migraciones masivas a la competencia exasperada, del fin del desarrollo a la crisis de la política y de las grandes narraciones— que impulsan a redefinir la pertenencia política en términos exclusivos y particularistas, tornando actual y practicable la adopción del paradigma étnico.

Identidad étnica y vínculo de sangre: el problema de la frontera

En las disciplinas que por diferentes motivos se ocupan del fenómeno de la etnicidad (de la antropología cultural a la sociología y a la ciencia política), la definición de grupo étnico es todavía una cuestión abierta. A la divergencia de posiciones en torno a la naturaleza objetiva o subjetiva de la frontera social del grupo étnico, (1) se añade la gran variedad de los elementos objetivos asumidos de tanto en tanto como indicadores de la naturaleza étnica de un grupo humano: descendencia común, características bioantropológicas, lengua, cultura, religión, prácticas sociales, memorias o narraciones compartidas. (2)

Habitualmente, sin embargo, la definición de grupo étnico se aplica a todos los grupos sociales —sean o no de base territorial— que asocian el hecho de compartir elementos objetivos (características físicas, lengua, cultura, “instituciones”) al reconocimiento subjetivo de la pertenencia, esto es, a la autoidentificación como grupo social autónomo. (3)

A mi modo de ver, la limitación principal de esta clasificación radica en su excesiva inclusividad, es decir, en que abarca formas de agregación social y tipologías identitarias extremadamente diversas e inspiradoras de dinámicas conflictivas irreductibles entre sí. Incluir en una misma categoría a grupos humanos identificados en términos lingüístico–culturales como los francófonos de Quebec o los occitanos, y las etnias de la ex Yugoslavia o de la ex Unión Soviética, en donde los límites del grupo social se definen esencialmente por la consanguinidad y la descendencia común, me parece una excesiva reducción de la complejidad y diversidad de los fenómenos. Una acepción tan amplia de grupo étnico no permite captar su especificidad, es decir, el elemento que permite distinguir entre un grupo étnico y una secta religiosa, entre una minoría lingüística y cultural y un grupo de interés, y así por el estilo.

Sancionar una pertenencia significa al mismo tiempo delimitar una diversidad: reconocer y circunscribir un espacio compartido, trazar una frontera, definir un “afuera”. Muchas de las características más significativas de una identidad de grupo, y una gran parte de los conflictos que ésta puede generar, se deciden a partir de la naturaleza y modalidad de construcción de esa frontera. Por lo tanto, definir qué es la identidad étnica significa interrogarse sobre la naturaleza específica y el fundamento particular de la frontera social de ese grupo humano que llamamos étnico. La atención sobre la forma y el fundamento de la frontera permite, además, evaluar las prestaciones que cierto tipo de identidad puede ofrecer, o su mayor o menor adecuación a los desafíos que los individuos deben de afrontar.

Propongo definir el grupo étnico como aquel grupo humano en el que la pertenencia se funda, en última instancia, en la representación subjetiva de un vínculo de parentesco. (4) El grupo étnico es aquel que, a partir de las semejanzas más variadas entre los miembros del grupo mismo, cree en la descendencia de antepasados comunes y se delimita respecto de los demás grupos en virtud de la representación de un vínculo de sangre. El léxico de la etnicidad refleja la gramática de la familia porque el cemento aglutinador del grupo étnico está constituido por la convicción de un origen común. (5)

Esta caracterización del grupo étnico con base en la consanguinidad, comporta una restricción evidente del número de grupos humanos que pueden ser definidos como étnicos. La naturaleza étnica de un grupo se reduce, entonces, a una característica específica que puede ser reconstruida empíricamente analizando los fundamentos con base en los cuales los individuos deciden sobre la pertenencia o no pertenencia: (6) nos encontramos frente a un grupo étnico en todos los casos en donde las modalidades —individuales y colectivas, públicas y privadas— de delimitación del grupo social remiten al elemento puramente “objetivo–natural” del nacimiento.

La consanguinidad, que representa el corazón de la etnicidad, constituye una creencia, una convicción subjetiva. Su eficacia como aglutinante del grupo social no depende de su valor de verdad. (7) El parentesco que legitima la pertenencia al grupo constituye una opinión no demostrada y no demostrable, una convicción no irracional sino a–racional, porque está desvinculada de toda verificación empírica. Esta independencia no implica, sin embargo, que la pertenencia étnica sea necesariamente una forma consciente de autoengaño o una manipulación consciente operada por un líder o por una élite intelectual o política; sólo indica que la capacidad cohesiva de la creencia en un origen común no está vinculada a la verdad de un hecho.

La identidad étnica posee, de este modo, una especie de inconsistencia de segundo grado. La naturaleza “creída” de la consanguinidad se sobrepondrá a la naturaleza arbitraria de cualquier tipo de identidad. La identidad no es una propiedad de los objetos, no es una verdad ligada a la naturaleza de las cosas. Es más bien la adopción de una frontera —motivada pero indemostrable— cuyas razones no radican en la naturaleza de los objetos sino en las exigencias de definición y de autolimitación del sujeto. La identidad es la inserción de una diferencia en el continuum de lo semejante, en virtud de la cual se establece la distinción entre nosotros y los otros: la introducción de un nosotros artificial en la infinidad privada de sentido de la singularidad. Por consiguiente, no sólo el nosotros del parentesco constituye una simple opinión sino que ni siquiera existen fundamentos racionales para la preferencia del nosotros del parentesco respecto de otros nosotros.

Si bien es cierto que la consanguinidad no requiere de una demostración, necesita, sin embargo, argumentos, y éstos se basan en todas las semejanzas que parecen atestiguar un pasado compartido: rasgos somáticos, lengua, cultura y tradiciones comunes, religión, mitos y memorias, usos y costumbres. El carácter superfluo de la demostración empírica de un vínculo de sangre no exonera la búsqueda de rasgos comunes capaces de argumentar indirectamente a favor de la pertenencia a una misma estirpe. Por consiguiente, los diversos elementos que de tanto en tanto han sido identificados por los estudiosos como fundamentos del grupo étnico, deben de interpretarse más bien como argumentos de una creencia.

Las semejanzas capaces de apoyar la creencia en la identidad étnica son de una gran diversidad desde el punto de vista cualitativo, y de consistencia muy variable desde el punto de vista cuantitativo. Las creencias en el origen común de un grupo de individuos se apoyan en fundamentos muy diversos a pesar de las muchas semejanzas con otros grupos humanos. (8) Por tanto, no es posible establecer un umbral de semejanza que comporte por necesidad la emergencia de la representación de un vínculo de estirpe. Para apoyar una pertenencia basada en la consanguinidad no existen pruebas, sólo argumentos y, entre éstos, no hay ninguno indispensable.

La imposibilidad de fijar en un nivel mínimo de elementos compartidos la conditio sine qua non para la emergencia de una identidad étnica (9) no significa, sin embargo, afirmar la total ausencia de condiciones. Significa más bien identificar las condiciones de éxito del paradigma étnico en cuanto a su capacidad de proporcionar respuestas adecuadas a las demandas materiales y simbólicas que en un momento determinado se ciernen sobre los individuos. Esto quiere decir que la credibilidad de una pertenencia étnica no depende de condiciones objetivas de semejanza sino de su mayor “eficiencia” respecto de otras propuestas identitarias concurrentes.

Si bien la creencia en un vínculo parental puede extraer argumentos del hecho de compartir una misma cultura, lengua, religión, etcétera, el grupo étnico no constituye precisamente un grupo cultural, lingüístico o religioso. Existe una distancia insalvable entre un grupo étnico, cuya lengua o religión son argumentos, y un conjunto de individuos que simplemente comparten el mismo idioma o confesión religiosa. A través de la percepción de un parentesco entra en escena algo más: algo que excede la suma de las partes. Este algo más está ligado a la naturaleza específica de la frontera que, en virtud de la representación de una consanguinidad, ha sido trazada entre quienes están fuera y quienes están dentro del grupo social. El simple hecho de compartir algunos elementos genéricamente culturales identifica a un grupo con características completamente diferentes de aquéllas que son propias de un grupo social, el cual deriva de este mismo hecho argumentos suficientes para apoyar la creencia en la consanguinidad.

La importancia de los criterios que definen la pertenencia se funda en su capacidad para definir la naturaleza del vínculo comunitario y la percepción de la alteridad. La relevancia política de la naturaleza étnica de un grupo social no radica, sin embargo, en la mayor destructividad del conflicto o en la mayor dificultad de su resolución respecto de otros tipos de conflictos también con una base identitaria. En efecto, a pesar de sus características parece difícil atribuir a la identidad étnica una capacidad polemógena superior a la de otros tipos de identidad. (10) La historia moderna, particularmente del siglo XX, por desgracia demuestra sobradamente que también las identidades completamente diferentes de aquellas con un fundamento étnico, poseen la capacidad para activar conflictos de altísima intensidad y con un enorme potencial de barbarie. Poner el énfasis en las diferencias, incluso profundas entre diversos tipos de identidad, no debe comportar la ilusión de que exista una identidad política absolutamente inclusiva. El conflicto es coextensivo a la identidad como delimitación de una alteridad, y la negación de la identidad siempre genera un conflicto radical.

Rigidez de frontera y naturalidad del fundamento

En el caso de la etnicidad, el carácter subjetivo y no fundado, propio de toda identidad, se transfigura en la percepción de un fundamento natural y objetivo de la pertenencia. La especificidad de la pertenencia étnica radica, en primer término, en la negación de su carácter arbitrario. Como cualquier identidad de grupo, también la identidad étnica es una identidad artificial y construida, pero su especificidad radica precisamente en la desmemoria de esa característica de origen, (11) en creerse un dato natural. La identidad étnica propone la “paradoja” de la elección de una “identidad natural”: es la invención subjetiva de un fundamento cuya característica es la de ser, para los actores implicados, algo objetivo. En el caso de la etnicidad, el carácter artificial de toda frontera social coexiste con la convicción subjetiva de los actores de identificarse con base en un dato natural. El actor elige, de hecho, una definición étnica de la propia identidad, pero esta elección no cancela el hecho de que de este modo está decidiendo a favor de una pertenencia garantizada por un fundamento objetivo. El actor puede optar por caracterizar integralmente la propia identidad a través de la referencia étnica, es decir, puede descubrir su propia pertenencia étnica, pero esto no cancela automáticamente el hecho de adoptar, de este modo, una forma naturalmente garantizada y objetivamente fundada de la definición de sí mismo y del nosotros.

Una segunda peculiaridad de la identidad étnica está constituida por su inmodificabilidad. (12) La etnicidad tiene por base un modo de “ser” no sujeto a cambio: la pertenencia a una estirpe puede ser descubierta o escondida, reivindicada o acallada, pero no se puede perder ni conquistar. El nacimiento determina por definición lo único e inmutable. Se trata de una pertenencia que se da de una vez por todas y perpetuamente disponible como recurso objetivo de definición de la propia identidad. La naturaleza adscriptiva de la identidad étnica no implica la inutilidad de la toma de conciencia del actor sino referirse a un “hecho”, a un “dato” natural respecto del cual se puede elegir el tipo de relación que se quiere mantener, pero sin poder modificarlo de ningún modo.

Otro rasgo distintivo de la identidad étnica consiste, en tercer lugar, en su preeminencia. La identidad étnica posee, respecto de la multiplicidad de las identidades funcionales (como las vinculadas con los roles sociales en general), una continuidad temporal incomparablemente superior: puede cambiar la posición económico–social, profesional, económica y geográfica del individuo, pero no la pertenencia étnica. En efecto, la consanguinidad implica una definición del “ser” en su diferencia específica respecto del “hacer” y el “saber”. (13)

La identidad étnica define el núcleo de estabilidad que acompaña al individuo en sus peregrinaciones biográficas, y permanece completamente indiferente a las mismas. Ocupa una posición más elevada respecto de otros tipos de identidad porque es totalmente independiente del talento individual, de los méritos, de los destinos: en suma, de las contingencias que definen la vida.

En cuarto lugar, el grupo definido en términos de parentesco posee fronteras más rígidas e infranqueables que las de otros tipos de grupo social. La referencia al origen —a un hecho natural y objetivo— determina la naturaleza cerrada del grupo social, (14) porque acaba excluyendo de modo definitivo una posibilidad generalizada de ingreso. El nosotros, definido en forma naturalista, presenta una clausura impenetrable respecto de la alteridad, porque la pertenencia se decide, en última instancia, con base en factores rigurosamente no electivos y por principio no universalizables. La identidad étnica posee la capacidad de confinar al otro a una condición de extranjería de la cual no puede liberarse de ningún modo.

Ningún otro fundamento tiene la posibilidad de determinar una rigidez y un encerramiento del grupo social comparables con los que proporciona la consanguinidad. La comunidad lingüística, por ejemplo, posee ciertamente mayor permeabilidad. (15) Una lengua se puede aprender y, por difícil que sea su aprendizaje, la asimilación lingüística se logra enteramente en la generación sucesiva. La apertura del grupo social es directamente proporcional al carácter electivo de su fundamento: incluso sin ser electiva en sentido propio, la comunidad lingüística posee límites más flexibles y permeables que la étnica.

Ni siquiera la identidad religiosa posee una fijeza y una capacidad excluyente comparables con las de la identidad étnica. A diferencia de esta última, la comunidad religiosa aspira a hacerse universal: se presenta como custodio y promotora de verdades y valores con un destino y validez en principio universales. La comunidad religiosa es tendencialmente inclusiva, e incluso en sus formas extremas de conflictualidad con otras confesiones, auspicia y prevé institucionalmente la inclusión del otro, (16) aunque sea bajo la forma ambigua de la conversión. Por último, la identidad religiosa es formalmente electiva y en principio siempre reversible.

En quinto lugar, la identidad étnica se caracteriza por la particular amplitud de su horizonte temporal. La etnicidad define una continuidad temporal que trasciende la vida individual y el horizonte de una sola generación. (17) La estabilidad de la identidad étnica se manifiesta no sólo en el plano temporal sino también en el histórico, ya que se mueve entre las generaciones y establece un lazo entre pasado y futuro: (18) “Al atribuirse un origen común y distante en el tiempo, los individuos de la colectividad que reivindican una identidad étnica propia experimentan una sensación de continuidad y un sentido de permanencia más allá del tiempo y de la muerte”. (19)

La identidad étnica proporciona la garantía de que la vida individual forma parte de una historia con una continuidad y un sentido, (20) ofrece la posibilidad de insertar la vida individual en un horizonte que la trasciende y posee una garantía objetiva.

La identidad étnica permite, en sexto lugar, la biologización de la tradición y, junto con ella, la del sentido de la acción individual: (21) lo que los individuos singulares son y hacen se encuentra en absoluta continuidad con lo que los individuos de ese grupo siempre han sido y han hecho. La estirpe se convierte en garantía histórica y en fundamento objetivo de la validez de los valores de la tradición: “Miles y miles antes de él han vivido y enseñado del mismo modo”. (22)

El vínculo entre etnia y tradición pone a esta última al reparo de cualquier interrogación y duda: los contenidos de la tradición están anclados en la naturaleza de un pueblo y de este modo adquieren un fundamento que los sustrae a cualquier contingencia. A través de la biologización de la tradición, la identidad étnica asegura una forma particularmente eficaz de legitimación y de estabilización de sus contenidos de sentido.

Finalmente, de la creencia en la consanguinidad deriva la naturaleza particular de la solidaridad entre los miembros del grupo. La etnia es una colectividad con solidaridad “difusa y perdurable”, (23) un grupo social caracterizado por la reproposición en escala ampliada de una forma de cohesión y solidaridad comparable con la familia. La solidaridad entre los miembros del grupo étnico se modela sobre la del parentesco: posee la misma intensidad e incondicionalidad propias de las relaciones entre consanguíneos. Está ligada a algo irreversible y pone a disposición los miembros del grupo la percepción de un vínculo solidario más fuerte y estable que el ofrecido por asociaciones de carácter electivo. Efectivamente, la raíz común coloca al individuo al reparo de los fenómenos de exclusión típicos de los grupos sociales que presentan rasgos fuertes de apertura o de pertenencia condicionada.

La especificidad del grupo étnico y de las formas de conflictualidad que puede inspirar derivan, por consiguiente, de su principium individuationis: esto es, del carácter natural y objetivo del fundamento de la pertenencia, y no de una presunta mayor profundidad del vínculo psicológico. (24) Esta especificidad se resume en la rigidez y definitividad de la exclusión, en la estabilidad y fijación de los contenidos identitarios, en la tranquilizadora indiferencia a la contingencia y al tiempo, y en la incondicionada aunque “viscosa” solidaridad asociada con un vínculo natural. Viceversa, la dedicación total al grupo, la capacidad de sacrificio por la colectividad y la total homologación de los individuos no me parecen características exclusivas de la identidad étnica sino rasgos comunes de todas las formas monolíticas y fuertemente centradas de identidad.

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Teoría y análisis de la cultura

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