Читать книгу Teoría y análisis de la cultura - Gilberto Giménez Montiel - Страница 6

Оглавление

FICHA DE IDENTIDAD INDIVIDUAL (*)

Toda unidad compleja es al mismo tiempo una y compuesta. El Uno, aunque irreductible en tanto que Todo, no es una sustancia homogénea y comporta en sí alteridad, escisión, negatividad, diversidad y antagonismo (virtuales o actuales). (1)

La identidad del individuo comporta esa complejidad, y más todavía: es una identidad una y única, no la de un número primo, sino al mismo tiempo la de una fracción (en el ciclo de las generaciones) y la de una totalidad. Si hay unidad, es la unidad de un punto de innumerables intersecciones.

La no–identidad de la identidad individual

Un ser viviente no tiene identidad substancial, puesto que la sustancia se modifica y se transforma sin cesar: las moléculas se degradan y son reemplazadas, las células mueren y nacen dentro del organismo al que constituyen; los seres pluricelulares desarrollan numerosas metamorfosis, desde la célula huevo hasta la forma adulta, la cual sufre enseguida un proceso de envejecimiento. Por otra parte, nosotros los mamíferos, y singularmente nosotros los humanos, vivimos verdaderas discontinuidades de identidad cuando pasamos de la enemistad al deseo, del furor al éxtasis, del fastidio al amor.

Y, sin embargo, a pesar de esas modificaciones y variaciones de componentes, formas y estados, hay una cuasi–invariancia en la identidad individual.

La triple referencia. La identidad genética

La primera clave de esta invariancia es ante todo genética. El genos es generador de identidad en el sentido de que opera el retorno, el mantenimiento y la conservación de lo mismo.

En el fundamento de la identidad del individuo viviente hay, por consiguiente, una referencia a una singularidad genética, de la que procede la singularidad morfológica del ser fenoménico. Llama la atención el que toda identidad individual deba referirse en primer lugar a una identidad trans–individual, la de la especie y el linaje. El individuo más acabado, el hombre, se define a sí mismo, desde adentro, por su nombre de tribu o de familia, verdadero nombre propio al que une modestamente su nombre de pila, no exclusivamente suyo, puesto que puede o debe haber sido llevado por un pariente e ir acompañado por otros nombres de pila.

Esto nos indica que la autorreferencia individual comporta siempre una referencia genética (a la especie, al antepasado, al padre). Al llamarme hijo de fundo mi identidad asumiendo la identidad de mi (mis) padre(s) y, al mismo tiempo, mantengo, aseguro y prolongo la identidad de mi linaje, la cual no es una identidad formal y abstracta sino siempre encarnada en individuos singulares, entre ellos yo mismo.

La identidad particular

Al mismo tiempo que se define por su conformidad y su pertenencia, la identidad individual se define por referencia a su originalidad o particularidad. En efecto, en todo ser viviente, incluso el unicelular, hay una identidad particular formada por los rasgos singulares que lo diferencian de todos los demás individuos. Estas singularidades, como es sabido, se diversifican y se multiplican, convirtiéndose en anatómicas, fisiológicas, psicológicas, etcétera, entre los individuos del segundo tipo. (2)

La identidad subjetiva

Las particularidades de un individuo viviente le permiten, por cierto, reconocerse por diferencia respecto al otro, así como le permiten al otro identificarlo entre sus congéneres. Pero diferencias y particularidades sólo cobran sentido a partir del principio subjetivo de identidad.

El fundamento subjetivo de la identidad individual reside en el carácter no compartible, único, del yo (del je o moi). (3) Esta identidad se profundiza, se autoafirma continuamente, se autoinforma y se autoconfirma, empezando por la distinción ontológica entre sí–mismo y no–sí–mismo, a través de la experiencia autoegocéntrica en el seno del entorno. Esta experiencia recomienza y reverifica sin cesar la invariancia identitaria, no sólo a despecho de las transformaciones, modificaciones y turnovers físico–químicas del ser material sino a través de sus transformaciones, modificaciones y turnovers ejecutadas precisamente por el cómputo. El cómputo está en el corazón del principio de identidad individual, porque al mismo tiempo que está nutrido de identidad genética, es el fundador de la identidad subjetiva y el mantenedor de la identidad morfológica del sí–mismo (soi). (4)

Así, la invariancia identitaria no es sólo morfológica (mantenimiento de formas estables a través del flujo irreversible de los constituyentes), sino también topológica: se instala en la ocupación autorreferente y autoegocéntrica del centro espacio–temporal de su universo, lugar intangible que sólo la muerte le arranca al individuo.

La triple referencia

Vemos, pues, que la identidad individual se constituye en virtud de una triple referencia: a) a una genericidad trans–individual, portadora de una identidad a la vez interior (el patrimonio inscrito en los genes), anterior (el progenitor, el antepasado), posterior (la progenitura) y exterior a sí mismo (el congénere); b) a una singularidad individual que diferencia a cada uno de cualquier otro semejante; y c) a un egocentrismo subjetivo que excluye a cualquier otro semejante del propio sitio ontológico y asume un carácter autoafirmativo.

Las tres referencias no están yuxtapuestas ni fusionadas: forman juntas una unidad de carácter circular. La diferencia individual se forma con base en ramas de pertenencia y de conformidad (con los progenitores y congéneres). La exclusión subjetiva del otro tiene como corolario la inclusión trans–subjetiva. La identidad constituye una especie de circuito cerrado entre similitud/inclusión y diferencia/exclusión.

La fórmula de la identidad una/triple sería: yo mismo soy el mismo que mis congéneres y progenitores, a la vez diferente de ellos porque tengo mi originalidad particular y soy irremplazablemente yo mismo

[…]

La alter–identidad y la identidad pluriconcéntrica

Ningún sujeto puede acceder a un yo (je) sin la alteridad potencial de un yo (moi) objetivado.

“Yo es otro”: la sorprendente fórmula de Rimbaud es válida para todo ser viviente, en particular para el unicelular. En la identidad del individuo–sujeto hay siempre la presencia de un alter ego y de una “estructura de otredad” virtuales. La autorreproducción celular crea, a partir de una identidad una e indivisible, una doble identidad (dos seres semejantes) y una alteridad (dos sujetos diferentes), sin dejar de mantener la identidad original (el mismo ser que continúa su misma vida en dos existencias). Los dos nuevos seres son dos ego alter, virtualmente alter ego el uno para el otro, y pueden tornarse extranjeros, fraternales o fratricidas.

Ningún sujeto, por lo menos entre los animales superiores, puede realizarse sin la comunicación o comunión con alter ego/ego alter reales que sean congéneres o parientes. La identidad individual se nutre y se enriquece incluyendo en sí misma intensiva y durablemente a padres, hijos y amigos.

Entre nosotros, los humanos, la identidad es todavía más fuertemente una, tornándose al mismo tiempo cada vez más plural, y su circuito engloba a nuestras amadas y amados, mientras que nuestros ego alter/alter ego privilegiados —padres, hermanos, hermanas, tíos, tías, primos y amigos— se inscriben en las órbitas concéntricas de la familia, clan, aldea, provincia, patria, religión e incluso humanidad.

[…]

En el seno del yo: la alteridad, la escisión, la separación

En el seno del yo individual no hay unidad pura y no existe solamente la unidad compleja integrada por componentes múltiples; existe también, de modo sorprendente, la alteridad y la escisión.

Hemos visto que el ser celular más arcaico supone en su seno un alter ego virtual que se escinde en dos semiporciones de ser, y que a partir de estas partes escindidas se desdobla en dos alter ego reales. Por consiguiente, la escisión y la separación internas están inscritas virtualmente (autorreflexión, computación objetiva/subjetiva del sí mismo) y realmente (autorreproducción) en el corazón de la identidad individual.

La organización de la sexualidad no va a suprimir sino a modificar la escisión y la separación, añadiendo la ausencia y la necesidad. Así, cada una de las células sexuales masculinas y femeninas, a diferencia de otras células del organismo, sólo detenta un juego de cromosomas en lugar de dos. Y no solamente a nivel de gameto, sino también —y sobre todo— en el nivel del individuo de segundo tipo, la sexualidad crea seres insuficientes. Se trata de seres de un solo sexo quienes les falta, periódica, y posteriormente sin tregua (homo) su otra mitad.

El homo no supera sino más bien revela la escisión, la separación, la falta y la insuficiencia de la identidad subjetiva cuando encuentra su alter ego en su doble, cuando busca en el ser deseado su falta, cuando encuentra finalmente en el ser amado su otra mitad.

La identidad compleja

“La identidad no radica en la simplicidad del ‘o bien esto o bien aquello’, sino en la diversidad de ‘a la vez esto y aquello’”. (5) La identidad viva comporta no sólo una multiplicidad de facetas, pertenencias y dependencias, sino también algo de infraidentitario (ça), preidentitario (on) y sobreidentitario, que a la vez la nutre y corroe. Ella contiene y produce alteridad. Ella contiene multiplicidad y unidad, originalidad y conformidad, unicidad y serialidad; ella necesita siempre de otro por reproducción y, eventualmente, comunicación.

Esta identidad viva asume sus caracteres de unidad, de unicidad e invariancia a pesar y a través de las degradaciones, variaciones y turnovers que la desagregan, la constituyen y la reconstituyen mediante la ocupación autorreferente (por cierto irrisoria y efímera) del centro espacio–temporal de su universo. Ella se afirma de manera autotrascendente en sus pertenencias, dependencias y multiplicidades, lo que la convierte a la vez en realidad e ilusión absolutas.

Bibliografía

MORIN, Edgar, La méthode. La nature de la nature, vol. 1, Éditions du Seuil, París, 1997.

OLSSON, G., Of Ambiguity, Nordiska Institutet för Samhällsplanering, Estocolmo, 1997.

*- Edgar Morin. Tomado de La méthode, 2. La vie de la vie, Seuil, París, 1980, pp. 269–273. Traducción de Gilberto Giménez.

1- Méthode I, pp. 115–129.

2- Para Edgar Morin, los organismos pluricelulares constituyen un nuevo tipo de individuo, que él llama “individuo de segundo tipo”. (N. del T.)

3- En francés los pronombres je y moi, que designan a la primera persona, tienen usos y significados distintos, que analiza el traductor de Lacan, Tomás Segovia, en su prólogo a los Escritos, Siglo XXI Editores. (N. del T.)

4- Edgar Morin llama “cómputo” a las operaciones permanentes de autoorganización y autoconocimiento reflexivo realizadas por la cuasimáquina genética que procesa información y comunicación. Cf. La méthode, 2, p. 182 y ss. (N. del T.)

5- G. Olsson, Of Ambiguity, Nordiska Institutet för Samhällsplanering, Estocolmo, 1977.

Teoría y análisis de la cultura

Подняться наверх