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Cuatro

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El viaje más importante que una persona puede hacer en su vida es hacia el encuentro consigo misma. Esas múltiples jornadas en las que uno se va conociendo y desconociendo, experimentando con alegría, con dolor, las variadas facetas de lo cotidiano y las expresiones calladas, heredadas algunas y que hablan por nosotros mismos; es un camino mágico y sorprendente.

Como si en el transcurso del tiempo cumpliéramos diferentes roles y personajes de toda índole que se apoderan de nuestro ser.

Sentimos que a veces somos nuestra propia madre o padre, o abuelo, hablándoles a otros y también a uno mismo. Somos nuestro árbol genealógico y también somos individuos únicos; la gran paradoja del uno y del todo.

Siempre me pregunté cosas, dialogué conmigo misma, y me llamó la atención por qué yo nací siendo yo y cuál sería el sentido de mi vida.

Anduve en la búsqueda constante de conocimientos, información, viví en diversos países, habité lugares, casas, departamentos, estudié variadas disciplinas, trabajé cumpliendo funciones diferentes, fui nómade y sedentaria, siempre en un viaje inagotable por descubrir la vida, a las personas y sus pensamientos, sus costumbres, y tomé los caminos que en cada momento surgían como una inspiración, casi una necesidad, una especie de mandato inconsciente que me apremiaba, me empujaba a seguir, para ir a las profundidades y analizarme.

La idea de familia va más allá de un concepto meramente biológico de consanguineidad y la herencia no solo se produce por transmisión genética, sino que también influyen en nosotros personas, hechos y decisiones de quienes han estado cerca o han jugado un papel preponderante en la infancia tanto nuestra como de nuestros progenitores.

Podemos recordar a aquellos que nos cuidaron, las amistades de niños y sucesos del pasado. Aunque hayan pasado décadas, los vínculos emocionales siguen presentes y los identificamos y/o replicamos en otras personas y circunstancias.

Vemos a un desconocido en la calle y le encontramos un parecido a alguien que conocemos.

Si bien la mente humana siempre está asociando lo nuevo a lo conocido y el sentido de la vista completa imágenes inconclusas con lo que estamos acostumbrados a ver, hay algo más, como una especie de fuerza que nos mueve a acercarnos a ciertas personas y rechazar a otras.

El instinto de sobrevivencia, acentuado por las creencias familiares y reglas sociales, nos empuja a cruzar la vereda si nos sentimos potencialmente amenazados por quienes caminan a nuestro lado.

Así mismo puedes conocer en un minuto a una persona y sentir que la conoces desde siempre.

La vida no es solo una explicación científica, más bien es un experimento repleto de energías, movimientos, que se agrupan por motivos desconocidos, como una magia incesante que produce amaneceres y crepúsculos, encuentros y desencuentros; eso es lo que maravilla.

El misterio de los días

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