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Seis
ОглавлениеArya iba entrando a la “casa árbol” en Nairobi, mientras yo estaba de pie en una de las habitaciones revisando la pequeña biblioteca, en busca de los libros que me interesaban. Unos minutos atrás conversando con la dueña del lugar, le había comentado que me dedicaba a la sanación y entre otras cosas era maestra de reiki.
La “casa árbol” es una cafetería con espacios abiertos, ubicada en un entorno de naturaleza maravilloso, llena de árboles y flores.
Entonces, Arya se presentó ante mí. Vestía de blanco, era muy delgada y menuda, parecía nerviosa, y dijo que yo era a quien buscaba.
Al principio me sorprendió, pero a medida que me hablaba en un inglés con acento muy británico vi en sus ojos una inmensidad conocida, un túnel de luz que me transportaba con su brillo hacia un lugar sagrado. Nos sentamos en el jardín a tomar un té y me dijo: “Sabía que hoy tenía que venir aquí porque hace mucho tiempo que te estoy buscando. Quiero que seas mi maestra”.
Así se inició una amistad y aprendizaje que perduró para siempre.
La magia del día brilló claramente en este encuentro de almas.
Arya venía de una familia india asentada en la ciudad, muy tradicionalista, una parte vivía en Inglaterra y la otra en Kenia. Estaba casada con un hombre, Jaidev, también de familia india, que tenía dos hijos a los cuales Arya había adoptado como propios.
Hablaba varios idiomas, era una mujer elegante, muy artista, tenía un negocio en el que vendía telas y ropa diseñada y estampada por ella.
Nuestro encuentro parecía concertado con anterioridad, en el momento justo en el que debíamos estar y en el mismo lugar.
Algo en nuestro interior resplandecía, como si fuéramos cercanas.
La apertura en nuestro corazón permitió que pudiéramos reconocernos desde esa ventanita mágica que se abre cuando la vibración de la otra persona emite su magnetismo y sentimos que ya nos conocíamos.
Arya buscaba una maestra espiritual y terminó por ser ella mi maestra en todo sentido.
Comenzamos a reunirnos dos veces por semana, yo le enseñaba reiki y conversábamos sobre la nueva era y los maestros espirituales de Oriente y Occidente. Ella también me corregía la forma de hablar inglés y mi mala pronunciación.
Me invitaba a la casa de sus padres con frecuencia y así pasé a ser parte de una familia de la India en Nairobi; seres muy amables y cariñosos con los que compartía su comida repleta de aliños y sabores indescriptibles. Realmente Arya era un prodigio en la cocina y sus recetas ancestrales eran un tesoro que se abría para mí cada vez que me sentaba en su mesa.
Disfrutábamos de estar juntos conversando de cualquier tema. Lo importante en ese comedor era que además no faltaban los invitados casuales, a veces hermanos, amigos, eran todos recibidos con simpatía y abundancia.
Su padre me recordaba al mío. Se sentaba en un cómodo bergere a disfrutar un vasito de whisky, como si el mundo y las obligaciones cotidianas no existieran. Sus momentos importantes eran solo para él, eran la pausa necesaria para saborear el día a través de un pequeño sorbo de alcohol, un aroma que lo deleitaba, y luego suspiraba y sonreía.
Era un recordatorio para gozar de los pequeños momentos y los simples regalos de la existencia.