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Cinco

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Entonces, viene el llamado telefónico, una nueva invitación a África. Esta vez era Kenia, con sus parques de animales salvajes, sus tribus, sus paisajes perturbadores y su gran diversidad de visitantes extranjeros.

En su capital, Nairobi, aún viven los descendientes de los ingleses que colonizaron el país. Bastante multicultural, se encuentran también los árabes que habitaron la costa mucho antes de la colonización europea y los múltiples ciudadanos de diferentes países que eligieron por varios motivos quedarse a vivir. Además, hay europeos, los descendientes de los indios que vinieron durante el tiempo de los ingleses a trabajar en la construcción de caminos y ferrocarriles y la población originaria africana.

Tiene un clima de altura templado con primavera eterna. Hay granjas, flores y mucha pobreza, un gran contraste entre las mansiones y los pequeños cubículos donde se aprietan para vivir centenas de kenianos.

La manera en que Kenia me recibió fue bastante sorpresiva. Fuimos invitados a cenar a la casa de un colega de mi esposo en un barrio muy elegante de Nairobi. Era de noche y en medio de una afable conversación donde el tema principal era “lo seguro que era ese barrio para vivir”, y mientras degustábamos el aperitivo, comenzamos a escuchar ruido de balazos muy cercanos. Ante la situación, corrí a encerrarme en el baño de visitas, completamente agachada. Recordé a mi padre con su buen sentido del humor gritando irónicamente: “¡Sálvese quien pueda!”.

Luego de unos minutos que me parecieron bastante largos, cesó el ruido y salí a ver lo sucedido.

El dueño de casa me dijo que habían entrado ladrones armados a asaltar las viviendas, porque en Nairobi la situación era así, pero dentro de todo ese barrio seguía siendo muy seguro. Él había llamado por teléfono al personal encargado de seguridad, el cual le había respondido que cuando cesaran los disparos volviera a llamar para ir a inspeccionar qué había pasado.

Después de ese incidente regresamos a Chile para empacar nuestras cosas y trasladarnos a Kenia.

Así volvía a África, nuevamente movida por el deseo de seguir los dictados de mi corazón.

Las señales a veces son difíciles de entender.

Con una intención luminosa, cierta dosis de inocencia y un gran deseo de participar en los cambios, el camino se va despejando y aunque parezca un poco arriesgado hay que acudir al llamado.

El misterio de los días

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