Читать книгу Aprender a rezar en la era de la técnica - Gonçalo M. Tavares - Страница 13
ОглавлениеRADIOGRAFÍA Y DESEO
RITUAL Y RUTINA
1
Una provocación espontánea y al principio casi lúdica se había convertido en un hábito, dependiente ahora del empujón de las fuerzas que rodean el deseo: aquel vagabundo volvió a casa del doctor Lenz B. –recibía su pan, comía, recibía dinero– y el doctor Lenz repetía lo que su mujer había aceptado, pasiva, casi alegre, como un nuevo compromiso entre ambos. Delante del vagabundo, en la cocina, Lenz la fornicaba. La mujer –Maria Buchmann– lo aceptaba todo, con el ocasional refinamiento de fingirse ingenua, sorprendida. Ella, que era lo opuesto a todo eso.
Pero antes humillaban al vagabundo con una lentitud atípica. Él –o incluso la mujer– hacían ademán de ir a sacar dinero de la cartera para dárselo, pero se detenían y decían: Aún no es el momento”.
Lenz leía y comentaba las noticias de los periódicos del día, le hacía preguntas, se mofaba de la ignorancia de aquel hombre: Pero ¿de dónde sales? Qué poco informado. ¿Acaso no te interesa la política?
Y con cada visita se repetía el ritual: Lenz no le daba dinero ni comida hasta que el vagabundo cantaba el himno.
Las primeras veces el doctor Lenz había corregido frases adulteradas, pero ahora el vagabundo ya cantaba correctamente, sin errores.
Cierta noche, cuando aún no había llamado a su mujer para que les hiciera compañía –aumentando así adrede su excitación con la expectativa–, el doctor Lenz dijo de pronto dirigiéndose a aquel hombre al que, después de seis meses, aún no había preguntado cómo se llamaba:
–¿Sabes que mi hermano Albert va a morirse? Tiene dos manchas aquí –señaló–, en la cabeza.
MEDIR EL MAL
2
Lenz sostiene en la mano derecha la radiografía del cráneo de su hermano Albert B. y se la enseña al hombre que, como siempre, apenas dice nada, sino que asiente en silencio, intenta escuchar, mostrarse atento.
–Fíjate –y Lenz señala las dos manchas en la radiografía.
Están ambos sentados a la mesa de la cocina. El vagabundo no ha comido más que pan. Hay comida en la mesa, pero Lenz todavía no ha permitido que se sirva. El vagabundo intenta olvidar el hambre y concentrarse en las palabras de Lenz, pues sabe que, si no demostrara interés, sería peor: el doctor Lenz alargaría más aún el ritual y hasta podría molestarse, echarlo de casa sin darle de comer y sin dinero. Lo fundamental era el rostro y, por encima de todo, la expresión de los ojos: el vagabundo sabe que son los ojos los que pueden echar todo a perder. Por eso se esfuerza en concentrar cierta energía, la energía de la atención, alrededor de los ojos. Y este sentido de atención dirigido a un hecho era una masa exacta e indivisible: no era posible estar al mismo tiempo atento al olor de la comida y a la radiografía del cráneo que el doctor Lenz le enseñaba. El esfuerzo del vagabundo era impresionante. Conocía ya las reglas del juego, en el que no había más que una voluntad: la de recibir dinero o comer; nada más. Y para obtener ambas cosas sabía lo que tenía que hacer. En aquel momento se trataba de eso: mostrar interés por la radiografía de una cabeza.
–Fíjate –insiste Lenz–. Dos manchas, enormes –Lenz señala las manchas–. Voy a buscar una regla, las voy a medir.
El doctor Lenz se levanta, sale de la cocina, se va hacia el interior de la casa. El vagabundo se queda inmóvil, sentado; intenta no moverse, intenta no mirar siquiera la comida. El estómago le sigue doliendo, pero debe esperar.
El doctor Lenz regresa. Trae una regla.
–La he encontrado. Una regla. Para encontrar una regla casi hace falta un mapa. Ya conoces a mi mujer... –Lenz se ríe.
El vagabundo asiente en silencio.
–Fíjate –dice Lenz, sujetando la regla y midiendo–, aquí un centímetro, más de un centímetro. Y aquí sólo tres milímetros, pero es mucho. Tres milímetros es mucho, un centímetro ya es un volumen que nadie puede arrancar: es un peso, ¿comprendes? Estas cosas pesan, y a partir de un momento dado es imposible levantar ese peso, sacarlo de ahí, de su sitio. La medicina no tiene una grúa a su disposición. Se trata realmente de un proceso de ingeniería, pero la ingeniería no ha evolucionado tan rápidamente en el dominio de las cosas pequeñas como en el de las cosas grandes. Los bichos minúsculos siguen causando más estragos que un bisonte; aún no hemos encontrado las pinzas adecuadas, ¿comprendes?
CINEMA
3
–Pero, ¿sabes qué? –añadió el doctor Lenz–. El que esta radiografía sea de mi hermano, Albert, y no tuya, es tan sólo una casualidad. Son dos cabezas: una, dos. Claro que, en tu caso, si tuvieras algo así ni siquiera tendrías el placer de ver una imagen semejante: sencillamente sufrirías un fuerte dolor de cabeza y luego, poco tiempo después, todo se habría acabado.
Por lo menos algunas personas tienen derecho a ver cierta clase de cine. A ver la secuencia de la película que se desarrolla en el interior de su propia cabeza. Es casi un divertimento como otro cualquiera. Pero, claro está, este divertimento acaba mal. ¿Sabes qué? Voy a buscarte comida. ¿Quieres dinero?