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NATURALEZA Y OTRA FORMA DE ORACIÓN

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Al día siguiente, cuando vio la carta todavía en el mismo sitio, aunque ya ligeramente desplazada –unos milímetros quizá hacia el interior del armario–, la observó de un modo completamente distinto. Ahora Lenz no estaba desatento, no estaba enfrascado en ningún razonamiento interior ni vuelto hacia preocupaciones futuras. Lenz miró la carta, la vio con nitidez y pensó en ella.

¿Qué quería aquella mujer? ¿Por qué lo había elegido a él para echar la carta al correo?

Él era médico. ¿Sabría aquella mujer que entre los quehaceres y los deberes más amplios de un médico no constaba, desde luego, la función de cartero? ¿Quién se había creído? Los moribundos exigían todo a los demás, como si fueran nuevos reyes, una especie de monarquía intempestiva instalada no por la fuerza absoluta, la espada ni los genes, sino por la cualidad opuesta: la debilidad. Los actos de compasión no podían instalar monarquías ni nuevos reinos, pensaba Lenz, pues de lo contrario la ciudad no tardaría en ser devorada. La naturaleza sigue esperando ahí fuera, pero mantiene exactamente la misma fuerza: ha retrocedido, es cierto, pero ni siquiera permanece prisionera. Está en otro sitio, en otro punto de la batalla, y afila sus armas; no reza, no suplica, no pide clemencia.

No reza, afila las armas.

Aprender a rezar en la era de la técnica

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