Читать книгу Aprender a rezar en la era de la técnica - Gonçalo M. Tavares - Страница 16
LA CARTA
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Cuando llegó a casa al final de aquel día, tras otra serie de peticiones y de hechos intrascendentes, el doctor Lenz se quitó la chaqueta y, con gesto despreocupado, posó la carta, que ahora ya no era para él más que una carta de tantas. La puso en la mesa en la que siempre dejaba los papeles que traía del hospital, papeles que no tardaban en mezclarse con los de días anteriores y con el diario de la víspera.
La semana siguiente transcurrió con la celeridad habitual, y el doctor Lenz apenas paró en casa. Algunas operaciones quirúrgicas, tres de ellas de suma importancia, operaciones para engañar a la muerte en el último momento (así las denominaba Lenz); aquella semana no hizo más que mantener el sistema de procedimientos que su actividad le exigía habitualmente.
Así pues, la carta de la moribunda pasó toda aquella semana entre una pila de otras cartas y papeles. El sábado, con un poco más de tiempo, Lenz miró la correspondencia atrasada, abrió las cartas que le iban dirigidas, llegó incluso a contestar a una que pedía con urgencia su parecer sobre determinada alteración en la estructura del personal auxiliar del hospital y se topó luego, sin el menor sobresalto, con la carta de la mujer. La separó de sus cosas, la colocó sobre una pequeña repisa del armario del salón para llevarla más tarde al buzón. La carta de la moribunda estaba ahora aislada de los demás papeles, alejada de la confusión y perfectamente visible en un punto de paso constante de la casa.