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UNA ANÉCDOTA CON UNA ENFERMA TERMINAL LA PETICIÓN

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Una anécdota, que no debe ser malinterpretada.

El doctor Lenz recibió un sobre cerrado de una enferma terminal que llevaba largos meses internada en su unidad.

–Es para mis hijos. Ya he puesto la dirección.

Era sin duda una petición para que los hijos fueran a verla.

Pese a ser alguien que conocía bien la resistencia física, era evidente que aquella paciente estaba llegando al final de su combate. Su aspecto empezaba a acercarse ya a la frontera en la que la compasión de los demás da paso a cierta repulsión que, incluso cuando se controla y reconstruye humanamente en una contención del comportamiento, no permite ya ciertos gestos espontáneos de ayuda o acercamiento. Ella lo comprendía, y por esa razón había cedido. Ella, que nunca había querido llamar a los hijos, había escrito al fin la carta en la que se rendía y en la que sin duda diría algo parecido a necesito sus despedidas.

Los hijos, Lenz no sabía a ciencia cierta si eran dos o tres, no vivían en el país. Sabían que su madre estaba enferma, pero creerían que se trataba de un estado pasajero, sencillo, y no del verdadero epílogo del recorrido.

Lenz cogió la carta con un gesto poco intenso, los dedos en pinza, un gesto casi instintivo, pues la mujer había cerrado el sobre delante de él con su propia saliva en un movimiento que Lenz había considerado muy poco elegante.

Se metió la carta en el bolsillo de la chaqueta:

–La echaré al correo hoy mismo.

–Sí –dijo la mujer–, gracias.

Lenz se despidió inclinando ligeramente la cabeza e hizo girar el pomo de la puerta.

–Necesito despedirme de ellos –añadió la mujer en el último momento.

–No se preocupe –contestó el doctor Lenz.

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