Читать книгу Niña y Basurero - Grimanesa Lazaro - Страница 8
ОглавлениеEl nacimiento de Lucero fue un acontecimiento feliz. Mi papá puso carne en la parrilla y algunos familiares vinieron de lejos. Mi esposo era un chico callado. Su mamá me felicitó sin ninguna gloria. Tenía muchas hijas y Lucero era su sexta nieta. Yo no quería que tocaran a la niña. Había mandado a hacer un mosquitero enorme, blanco, para que nadie metiera la mano en el moisés sin dejar una marca, sin que yo me diera cuenta.
¿Para qué querían tocar la mejilla de mi hija? ¿No tenían todos hijos propios? ¿Era culpa de Lucero que los primos fueran niños grandes, babosos, sucios y que rompieran siempre los pantalones en las rodillas?
Luego de esa presentación en sociedad me encerré en mi casa con la niña recién nacida. Tenía en un radio de cinco metros todo lo que necesitaba para sobrevivir. Una pava eléctrica. Almohadas. Pañales. Una bañadera blanca. Un jabón de grasa de vaca para mis heridas y toallas para sacar la grasa de los pliegues de la piel de la bebé.
Puse el moisés al lado de la cama. Lejos de la única ventana, porque a veces aparecían gatos hambrientos buscando comida para sus crías. Si alguien golpeaba las manos, no atendía. No toleraba tener a otras personas cerca. Si eran insistentes sacaba la cabeza por esa ventana y hacía señas de que la niña dormía. Les pedía que se fueran. Les maullaba para ahuyentarlos porque en ese momento la fiera que protegía el nido era yo.
“¿Por qué no dejás entrar a nadie?”, me preguntaba mi marido. Yo le respondía: “Hace frío” o “Todavía me duelen los muslos”. Entonces me pedía que por lo menos dejara correr el aire. No entiendo por qué me causaba tanto enojo. “No puedo dejar abierta la ventana, qué locura. Mirá si alguno de esos gatos entra a la casa y la araña a la Lucero”. Luego reinaba el silencio, pero yo no podía estar más tiempo callada. “¿Cómo le explicamos después al pediatra que la niña está arañada por bestias?”.