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¿Para qué hablar la lengua del Otro?

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No es cuestión de que el analista salga de su consultorio o de su Escuela y se pare en la calle a vociferar tres o cuatro verdades, ya que los demás lo ignorarán o lo tomarán por loco. Semejante aclaración debería ser innecesaria, pero no lo es. Si prestamos atención al empleo de la jerga propia de una parroquia psicoanalítica por parte de analistas que hacen circular su palabra en medios de comunicación masiva, notaremos que, al igual que muchos psicóticos, ellos no se dirigen al interlocutor presente, sino a uno secreto… que en este caso no es más que otro miembro de su propia parroquia.

El primer requisito para no desempeñar un papel tan lamentable e inútil es abandonar la jerga y hablar la lengua del Otro. El analista ciudadano debe hacer uso de la lengua común de su ciudad si quiere tener en ella una incidencia no nula. Hablar la lengua del Otro para decirle, si es posible, lo que prefiere ignorar, no es una mala guía para la acción política del analista39, siempre y cuando éste encuentre un buen modo de hacerse escuchar. Y sólo será bueno el modo si lleva al Otro a una posición más digna, ya que no hay otra orientación coherente con la ética del psicoanálisis40. La pugna entre las terapias que sirven al discurso del amo y el psicoanálisis nace de la incompatibilidad entre dos éticas: la que procura someter la «rareza» del paciente a la norma general que éste debería acatar para adaptarse a los cánones sociales, y la que hace valer la singularidad del analizante para que se las arregle con ella sin comprometer su dignidad en las relaciones que mantiene41. En esa pugna, el análisis cuenta con dos ventajas: es más largo y costoso que cualquier psicoterapia. Quien vacacione cinco días en un hotel de cinco estrellas y luego dos días en uno de dos, entenderá por qué son ventajas.

En el diálogo del analista con la ciudad, orientarse por lo singular y por la dignidad no deja mucho lugar a lo real, y acaso no le deje otro que el de la rosa de los vientos42. Vimos que de nada sirve tomar lo real como orientación en la experiencia analítica, y, por más que definir una ética independiente de lo real parezca una herejía para el psicoanálisis, es evidente lo que con ello se gana, sobre todo si atendemos a la multiplicidad de reales ya mencionada. En efecto, cuando los psicoanalistas se ponen a hablar de cosas tan raras e incomprensibles (excepto en alguna parroquia) como «el real de la ciencia»43, «el real de la naturaleza», «el real de las matemáticas», «el real de la inexistencia», «el real del cuerpo» y «el real de la religión», por citar sólo algunos ejemplos corrientes, no hacen más que reforzar la pretendida extraterritorialidad del psicoanálisis44, bajo la bandera de «un real» que sería el suyo y nada más que suyo, ese magnífico e incomparable «real del psicoanálisis». Y esto cierra el discurso analítico sobre sí mismo, pues la fórmula «A ellos su real y a nosotros el nuestro» tiene la estupidez y la potencia suficientes para abortar cualquier diálogo con otros discursos. ¿Para qué hablar la lengua del Otro, entonces, si al hablarle de este modo no hacemos más que callarlo? Es absurdo sostener una ética del psicoanálisis que, a diferencia de la que hacia 1960 esbozó Lacan45, sólo interese a los analistas: toda ética apunta al lazo, y ésta lo cortaría de cuajo. Volver a lo singular, que es lazo, es aquí muy útil.

En Sobre la interpretación, Aristóteles definió lo singular como lo que es propio de uno solo; Spinoza captó su relevancia clave; para el caso del ser humano, Schopenhauer lo denominó «núcleo de nuestro ser» y lo entendió como voluntad inconsciente46. Freud lo tomó de él, lo equiparó a ciertas «mociones de deseos inconscientes [que entrañan] una compulsión»47, y así le dio el sentido clínico de ese coercitivo y siniestro rasgo de estilo que rige los lazos libidinales del sujeto, cuyo paradigma halló en el Hombre de los Lobos:

El fenómeno más llamativo de su vida amorosa […] eran ataques de un enamoramiento sensual compulsivo que emergían en enigmática secuencia y volvían a desaparecer, desencadenaban en él una gigantesca energía aun en épocas en que se encontraba inhibido en los demás terrenos, y se sustraían por entero a su gobierno48.

Lacan tomó de Freud esa interpretación de la singularidad como el peculiar estilo de los lazos eróticos, y así la conservó de punta a punta de su obra, por más que, como vimos, la haya tipificado de diversas maneras.

Al fundar la ética en lo singular (que es lazo), sorteamos el peligro de basar la acción analítica en un real que el psicoanálisis podría no compartir con ninguna otra disciplina. En cambio, las tres extensiones (universal, singular, vacía) y las cuatro modalidades (posible, imposible, contingente, necesaria) crean una trama común a todo discurso49, y ello, por no cerrar las puertas al diálogo, hace posible la confrontación efectiva. Los debates sobre evaluación de la práctica, regulación de la salud mental y tratamiento del autismo, por dar sólo ejemplos recientes, tienen alcances políticos, económicos y sociales que rebasan la intimidad de la experiencia analítica, pero serían insostenibles o yermos si los analistas nos limitáramos a invocar «nuestro real» en vez de contraponer, a la aspiración de la ciencia y el mercado, la ética de lo singular que el psicoanálisis propugna.

Pues bien, «¿cómo introducir esta dimensión en la política?», se pregunta Bassols. Hay que «escuchar a cada sujeto en su singularidad más allá de sus identificaciones», responde, y lo ejemplifica en referencia al síntoma Cataluña y al Brexit50.

Al igual que en 1956, el porvenir del psicoanálisis vuelve a correr el riesgo de ser absorbido por el discurso dominial en general y por los lazos religiosos en particular51. Por lo tanto, no es seguro que ese porvenir suyo dependa —como pensaba Lacan— de lo real52, pero sin duda dependerá del lugar que lo singular tenga en el mundo. Si hay en el psicoanálisis una orientación con porvenir, no será otra que la que hace de lo singular su Norte en el consultorio, en la Escuela y en la ciudad. El porvenir del psicoanálisis es y será tormentoso, como siempre, y el discurso analítico nunca estará asegurado, pues siempre estará en lucha con los discursos dominiales… y el del amo lleva las de ganar. Pero cuenta con un arma poderosa: el reconocimiento de la dignidad que posee la locura singular que habita en cada uno de nosotros.

Estudios sobre lo real en Lacan

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