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Orientación con porvenir1
ОглавлениеGerardo Arenas
¿Es posible hablar del porvenir del psicoanálisis sin que ello implique transitar el dudoso campo de la futurología? Siempre que encontremos en el psicoanálisis relaciones necesarias o estructuras garantizadas y hablemos de ellas, estaremos discutiendo lo que él tiene de eterno, y esto incluye su futuro, por supuesto. Pero cuando hablamos de porvenir, en general no apuntamos a lo inmutable, sino al futuro de lo que cambia, de modo que, además de aludir a ciertas constelaciones estables, ello implica discutir la historia del psicoanálisis, ya que para pensar el futuro hay que calibrar el presente y para captar el presente hay que saber leer el pasado. Por lo tanto, a continuación deberemos movernos entre esos dos mundos que Aristóteles llamaba supralunar (incorruptible) y sublunar (corruptible), y eso requerirá que primero nos pongamos de acuerdo acerca de qué entendemos por psicoanálisis, más acá de lo que en él pueda cambiar o no.
Durante su primera gran crisis (ligada a los nombres de Adler, Stekel y Jung), Freud fue claro: «Psicoanálisis es lo que yo llamo “psicoanálisis”», dijo en resumidas cuentas2. Y lo que él bautizó así es un método para despejar la oscuridad que envuelve al núcleo de nuestro ser3. Tal acción elimina los síntomas o, en su defecto, reduce el goce involucrado en éstos, de modo que en el proceso la curación llega «por añadidura» —así lo señaló Lacan—, como una suerte de efecto colateral4. En consecuencia, aunque suela olvidárselo, el psicoanálisis no es una terapéutica, si bien los cambios que introduce pueden, llegado el caso, resultar terapéuticos5.
Todo sería más sencillo si el análisis fuera una terapia. Bastaría con definir qué es lo que consideramos «norma», deducir (por comparación y diferencia) qué peculiaridad tiene el padecer de cada uno, y de tal modo dar a esa práctica un aire de cientificidad comparable con el de la medicina. Así como a nadie inquieta el porvenir de la medicina, no nos preguntaríamos por el porvenir del psicoanálisis ni nos preocuparíamos por él. Sin embargo, el análisis no es una terapia, sino una acción que apunta «al corazón del ser»6, a ese núcleo (Kern) del que hablaba Freud y que es lo propio de cada uno de nosotros, nuestra esencia, no como ejemplares de la especie humana, sino como seres únicos e irrepetibles. Luego, la dimensión propia del análisis no es la de lo universal (propia de la línea que crea el límite entre una hipotética «normalidad» y cualquier patología) ni la de lo particular (que caracteriza a todos los casos que forman una clase o un tipo), sino la de lo singular, que es al mismo tiempo lo esencial.
El primer problema que esto plantea fue comparado por Lacan con uno que Platón formuló en ese atípico diálogo suyo llamado Menón7. Allí, el filósofo se pregunta cómo buscar la virtud si no sabemos qué es y cómo saber si lo que hallamos es lo que buscábamos, y la teoría de las ideas le permite sortear la paradoja resultante, al precio de concluir que no hay ciencia de la virtud, dado que ésta no es universal, aunque un saber hacer pueda permitirnos encontrarla. Pues bien, del mismo modo es posible preguntarse cómo ir en busca de lo singular si no sabemos qué es lo singular, y de entrada Lacan halló un modo sencillo de descartar, al menos, las respuestas inconducentes: si despejamos los invariantes estructurales, éstos son universales y, por lo tanto, no deberemos allí buscar lo singular8. Toda estructura es universal (puede ser objeto de ciencia) y por ello mismo nada dice acerca de lo singular, si bien permite demarcarlo.
El problema señalado por Platón y Lacan no impide realizar esfuerzos para tipificar lo singular, y en cierto sentido la historia de las teorías psicoanalíticas es la de los modos de caracterizar la singularidad buscada. La repasaremos para adquirir una visión más clara de nuestro presente y así vislumbrar por dónde pasa nuestro futuro más próximo.