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Día 51
ОглавлениеHe convencido a Dylan para que me deje las llaves de los despachos de recepción a fin de que pueda empezar mi investigación. Esta mañana ha ido a asegurarse de que el depósito donde encontramos a la niña seguía cerrado, lo que resulta un alivio: ya no estamos bebiendo de esa agua.
Me he encerrado en el despacho y he sacado todas las carpetas y los libros de registro que he encontrado, los he apilado en un escritorio y me he sentado. Estaba todo en silencio. El ambiente me resultaba familiar.
Primero he buscado el listado de reservas de un par de semanas antes de que terminara todo, justo la semana anterior a que los asistentes a nuestro congreso empezaran a registrarse en el hotel. Nosotros habíamos contado con un montón de reservas que tuvieron lugar a principios del verano, no en temporada alta. He marcado todas las reservas que hubo con niños, he descartado las que incluían una cuna supletoria y he terminado con una breve lista de seis familias.
Luego ha venido la parte difícil. He vuelto a subir a la azotea, pero esta vez me he llevado a Nathan conmigo, junto con una cuerda, una muda de ropa y una linterna.
—¿Qué crees que vas a encontrar? —me ha preguntado mientras ascendíamos por la escalerilla de nuevo.
—Puede que nada. Solo quiero ver si hay alguna evidencia que pasáramos por alto la primera vez.
—De modo que te ocupas de la investigación... Me gusta.
—¿No crees que deberíamos averiguar quién era la niña? Fue asesinada. La persona que lo hizo podría seguir entre nosotros.
—¡Venga ya!
He mirado por encima del hombro y he detectado su escepticismo.
—¿Por qué no?
—Casi todos se largaron enseguida. Si hubieras asesinado a alguien, ¿te habrías quedado con un grupo pequeño arriesgándote a que te descubrieran?
He abierto la puerta de la azotea, que estaba cerrada con llave. Por suerte, hoy hacía más calor. Y no soplaba el viento. No he tenido que fruncir el ceño ni poner cara de frío.
—Piénsalo bien: ¿por qué no ibas a quedarte? —le he dicho mientras me ayudaba a atarme la cuerda a la cintura—. Es el fin del mundo. Dudo mucho que la policía vuelva a venir por aquí. El asesino ni siquiera debió de pensar que alguien fuera a encontrar el cadáver. Se cree a salvo. ¿Eso no te... inquieta un poco?
Ha puesto una cara rara.
—¿No? ¿Eso es malo?
—¿Y entonces? ¿El bien y el mal ya no existen?
—No, es solo que, a menos que a alguien le diera por empezar a asesinar a gente ahora, a mí no me va a quitar el sueño.
—Alguien ha sido asesinado.
—Vale, de acuerdo, he subido contigo, ¿no? —me ha dicho como rindiéndose—. Venga, terminemos con esto cuanto antes. Tengo un poco de maría que te vendrá bien.
He trepado por la escalerilla lateral y me ha costado menos abrir la trampilla que la otra vez. Me he asomado al interior a oscuras y me he asegurado de que llevaba la cuerda bien sujeta a la cintura. Puesto que no había pensado mucho en cómo entrar, solo se me ha ocurrido hacer un rápel de aficionado, el único que conocía.
—¿Seguro que vas a poder con mi peso? —le he gritado.
—Creo que sí. Démosle una oportunidad.
De pronto, he perdido la confianza en mi plan. No tenía ni idea de cómo entrar en el depósito y volver a salir. He cogido la linterna y he iluminado a mi alrededor, pero no he podido ver mucho en el agua. Si la ropa de la niña se encontraba allí abajo, cualquier prueba o forma de identificarla, tendría que meterme en el agua para sacarla.
—¿Estás seguro? —le he vuelto a gritar.
—Lo único que podemos hacer es intentarlo.
—No paras de decir eso, pero es que son unos diez metros, Nath. ¡Si salto y me sueltas, me puedo quedar seco del golpe!
—¡Si la cago, te prometo que voy a buscar a Dylan y él te saca con sus potentes brazos masculinos!
He mirado al fondo, y Nathan se ha contoneado y me ha hecho reír.
—Vale —le he dicho—. Dame un segundo, que tengo que...
—Tranquilo, tómate todo el tiempo que necesites. No voy a llegar tarde a ninguna cita.
Me he subido a la tapa del depósito y he puesto un pie a cada lado de la trampilla. Al iluminar de nuevo el interior he visto que había una escalerilla de mantenimiento por dentro, una que no se veía de buenas a primeras desde el otro lado.
—¡Oye, Nath, no pasa nada: hay una escalerilla aquí dentro!
—¡Genial, tío, porque la verdad es que no tengo fuerza para aguantar el peso de un adulto: te habrías caído de todas todas!
—¡Eres un capullo!
—Pues sí. Lo soy.
He inspirado hondo un par de veces, me he metido por el hueco y he buscado a tientas la escalerilla. Con la linterna en la boca, me he agarrado al borde del depósito y he ido descendiendo hasta que he podido asirme al primer peldaño. He parado un segundo, he cogido la linterna con la mano derecha y he seguido bajando.
La cuerda que llevaba atada a la cintura se ha tensado y ha vuelto a aflojarse en cuanto Nathan la ha soltado un poco.
—¡Lo estás haciendo muy bien! —he oído que me gritaba.
He dado unos golpecitos en la pared del depósito. Son asombrosamente espaciosos. Si los vaciáramos, nos vendrían de maravilla como búnkeres.
El agua oscura olía muy fuerte, peor cuanto más adentro. Me he detenido a escasa distancia de la superficie y he intentado calcular cuánto había descendido y cuánto iba a cubrirme el agua. La cuerda estaba muy suelta. He dado un par de golpes en la pared del depósito y Nathan la ha tensado.
—Tranquilo —me he dicho por lo bajo, examinando el contenido del depósito, con la superficie completamente quieta y tranquila—. Tranquilo, tú puedes. No pasa nada.
La escalerilla se adentraba hasta el fondo. Me he metido y he hecho una mueca cuando el agua gélida me ha inundado los zapatos. Estaba tan fría que dolía. Conteniendo la respiración, he bajado un peldaño más, y otro, y el agua me ha llegado hasta la cintura. He reprimido las ganas de vomitar y he seguido bajando hasta tocar el suelo. Con el agua por el pecho, he sostenido la linterna por encima de la cabeza, mientras me castañeteaban los dientes.
Consciente de que no iba a encontrar gran cosa moviéndome por allí con una sola mano, he apoyado la linterna en uno de los travesaños metálicos de la escalerilla y he agitado los pies por el agua con la esperanza de detectar algún tejido con las piernas. Conteniendo de nuevo la respiración, he sumergido los brazos y he palpado el interior del depósito en busca del extremo de la tubería que suministraba el agua al hotel, difícil de localizar sin la orientación que proporcionaba la sensación de succión.
El hedor era intenso. Olía como cuando dejas un caldo de pollo mucho tiempo en la nevera, con ese toque dulzón, fuerte, como de albaricoques podridos. Me ha dado una arcada, pero no he vomitado.
El pie se ha resbalado hacia un desnivel lateral y he sumergido de nuevo ambas manos en el agua para buscar a tientas el extremo de la tubería. El agua me llegaba hasta cuello, lo que me ha hecho jadear; entonces he notado una tela empapada atrapada en la abertura y he metido la cabeza entera. He soltado la prenda de un tirón y me la he echado al hombro y, entusiasmado por el hallazgo, me he vuelto a zambullir en busca de alguna otra cosa. Me he topado con algo blando, una especie de animalito y, sin querer, me he apartado enseguida de él.
Me he obligado a mirarlo, lo he sacado del agua y he visto que, en efecto, se trataba de un animal. Al darle la vuelta, horrorizado, me ha consolado comprobar que era de peluche, un conejo.
Abrumado por el peso de mi propia ropa y con los pies completamente entumecidos, he vuelto a la escalerilla. Con el conejo de peluche bajo el brazo y la prenda al hombro, he subido hacia la luz. Durante el ascenso, me ha parecido que pesaba tres veces más.
—Joder, ¿has encontrado algo? —me ha gritado Nathan en cuanto me ha visto.
He intentado protegerme del aire cortante que me azotaba la ropa mojada y la piel.
Sin mediar palabra, he soltado la prenda y el peluche y he procurado concentrarme en la tarea de bajar al suelo sin resbalar. En cuanto he aterrizado de nuevo en la azotea, Nathan me ha envuelto en una toalla.
—Hueles a cloaca, colega, ¡qué horror! —me ha dicho.
No me salían las palabras. Me he quitado la ropa mojada, me he desatado la cuerda con dificultad y he intentado secarme bien antes de ponerme los pantalones, la camisa y los zapatos que había traído para cambiarme. Aun con tres pares de calcetines, me ha costado recuperar la sensibilidad en los pies.
Luego lo hemos recogido todo en un montón empapado de agua sin prestar mucha atención a lo que había encontrado y hemos bajado en silencio directamente hasta el sótano. Allí, Nathan ha encendido las calderas durante una media hora para que pudiera sentarme cerca y reconfortarme. No sabíamos cuánto más seguiría funcionando la calefacción, así que ha sido un detalle por su parte.
La mayor parte de la electricidad que nos quedaba procedía de una central hidroeléctrica, pero no teníamos forma de saber cuándo cortarían el suministro. Si eso ocurría, aún nos iba a quedar algo de corriente del generador de emergencia, pero no duraría eternamente.
Envuelto en una manta de piel que Nathan se había traído de su alijo del bar, rodeado por cajas de vasos y menaje de cocina, y algo de alcohol que había escondido allí, he señalado con la cabeza la prenda empapada que estaba en el suelo, junto a mi ropa a medio secar.
—Parece un vestido.
Nathan se ha sentado a mi lado y ha liado un par de porros.
—La presión del agua se lo succionaría de algún modo. Menos mal que no terminó en las tuberías. Jamás lo habríamos encontrado.
He alargado el brazo y he apartado un poco más mi ropa para ver mejor el vestido. Era de cuadritos amarillos y blancos, con un anticuado cuello de encaje blanco. Una de esas prendas que pondrías a tus hijas para que pareciesen muñecas. Yo no se lo habría comprado a Marion. Ruth no se lo habría puesto ni loca.
Al mirar la etiqueta he visto algo escrito con rotulador negro que se había borrado casi del todo.
Podría haber sido un nombre que empezara por «H», por «M» o por «N». No estaba seguro.
Me he sentado contra la pared, al lado de la caldera, y he apartado el vestido con el pie.
Nathan me ha pasado un porro y hemos fumado en silencio un rato.
—Y cuando Tania la examinó, ¿no encontró ninguna marca?
—Nada. Me dijo que no parecía que se hubiera ahogado —he contestado, recapitulando—, que posiblemente la drogaran o la incapacitaran de algún modo antes de tirarla al agua.
Se ha estremecido.
—Suena tortuoso.
—Me cuesta creer que no te preocupe que ese tío pueda seguir por aquí.
—¿Qué te hace pensar que es un tío? Y claro que me preocupa, lo que pasa es que... —Exhaló—. Mi barómetro de preocupación está algo descompensado ahora mismo.
—No podemos dejar de preocuparnos por lo que está bien y lo que está mal solo porque...
—¿Porque haya llegado el fin del mundo?
—Seguimos aquí —repliqué.
La maría me estaba empezando a surtir efecto. Era agradable.
—Aún no me creo que probablemente vaya a morir —me dijo con tristeza—. De hambre o algo así. Es una putada.
—Nos va a entrar el hambre en cuanto terminemos de fumarnos esto. Eso no lo hemos tenido en cuenta.
—Mira, ahí sí has tenido gracia —dijo riendo.
—¿No suelo tenerla?
—No, solo que eres mayor que mis colegas.
—¿Cómo terminaste trabajando aquí? —le he preguntado.
Vi su reacción cuando encontramos el cadáver, así que dudo mucho que haya tenido nada que ver con el asesinato. En cualquier caso, quiero recabar tantos datos biográficos como me sea posible sobre quienes se hayan quedado en el hotel.
—Tampoco llevo aquí tanto tiempo. Unos seis meses. Pero es que fue tan raro que, si te lo cuento, no te lo vas a creer.
—Seguro que sí. Ahora todo es raro.
—Fue por mi padre. Bueno, mi padrastro. Pero, sí, mi padre. Por eso estoy aquí.
—Eso no me parece raro.
—Jo, tío, ni te lo imaginas —me ha dicho sonriendo.
La caldera ha emitido un sonido que le ha recordado a Nathan que igual era hora de apagarla, pero, como el sótano ha seguido caldeado durante un buen rato, nos hemos quedado allí sentados, fumando, unas cuantas horas más, hasta que se ha secado la ropa.
Mientras aún estábamos colocados, me lo ha contado. Era una historia curiosa e interesante y yo no le haría justicia si intentara reproducirla con mis palabras, así que le he pedido que la escribiera; ha prometido hacerlo. La añadiré cuando pueda.