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Día 55

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Se me ha ocurrido una idea, pero necesito un cómplice, o dos, y no tengo confianza suficiente con nadie para pedírselo. Esta mañana, en el desayuno, he pasado un buen rato explorando el comedor, escudriñando a la gente. Hay personas con las que ni siquiera he hablado aún.

Aparte de mí, la única persona que se encontraba sola era Tomi. Yo estaba esperando a Tania, pero no ha bajado. Mi primera opción, antes que cualquiera de las dos, habría sido Patrick, por su fortaleza física y porque el hecho de que formara parte de una pareja lo hacía más fiable que ningún otro que estuviera allí solo.

Me he levantado y me he acercado a Dylan.

—¿Tania está bien?

—He pasado a verla. Se ha subido comida a su habitación a primera hora, antes de que llegara nadie al comedor. No se te escapa una, ¿eh? —me ha dicho sonriente.

—Me alegra saberlo —le he contestado yo, verdaderamente aliviado.

He vuelto a mi mesa y me he terminado el café. Llevamos un tiempo tomándolo soluble y estaba amargo y casi frío. Bebo todo lo que me dejan de esa cosa, aunque no sea mucho.

Al fondo del comedor, Tomi se ha levantado y se ha ido. En ese instante, he decidido que se lo iba a pedir a ella primero. Dudo que esté implicada en el asesinato (es una mujer joven, y las mujeres jóvenes rara vez comenten delitos) y, con lo bien que se le dan el hurto y el psicoanálisis, podría resultarme una aliada muy útil.

Como no quería llamar mucho la atención, la he seguido a cierta distancia.

Dylan me ha visto marcharme, así que he esperado a alcanzar la escalera antes de llamarla.

—¡Oye, Tomi!

Se han detenido un instante los pasos que oía por encima de mi cabeza y, al acercarme a la barandilla, la he visto asomarse.

—Ah, eres tú —me ha dicho divertida.

—¿Podemos hablar?

—Claro.

La he oído subir trotando un par de tramos más y luego alejarse de la escalera. La he seguido y, cuando he llegado a la sexta planta, me la he encontrado esperándome en el pasillo. Aún sostenía en la mano la taza de café.

—Me repugna esa cosa —le he dicho.

—Está asqueroso, pero a veces le añado un chupito —me ha dicho, incómoda—. ¿Vamos... a mi habitación o...?

—Sí, mejor en privado.

—Ah, «en privado».

—No es nada de eso, te lo aseguro.

Ha reído.

—Como si yo te fuera a invitar a mi habitación si lo creyera...

Tomi se aloja en la 505. No creo que esa fuera su habitación original. Como los demás, se ha mudado de una de las habitaciones con la caprichosa tarjeta-llave a otra de las que puedan cerrarse manualmente. Me he preguntado si elegiría ese número por ser capicúa y también por qué no se habrá mudado a la cuarta planta, más baja y con más compañía femenina.

He pensado que tenía que estar al tanto de lo ocurrido con Victor Roux. Debía de saber que habían estado a punto de matar a hachazos a una mujer a escasos metros de donde estábamos, y aun así había decidido alojarse en esa planta, ella sola.

Supongo que no es tan extraño, si no es supersticiosa. Pero yo no habría querido instalarme en la sexta.

—Bueno, ¿qué es tan urgente como para que me sigas desde el comedor? —me ha preguntado.

He cerrado la puerta y ella se ha sentado en el borde de la cama.

—Quería hablarte del cadáver del depósito de agua.

—¿El de esa niña?

—Sí. —He retirado la banqueta de su tocador y me he sentado en ella y, mientras lo hacía, he explorado la habitación en busca de objetos—. No sé cuánto sabes ni qué rumores corren por ahí.

—Que la asesinaron, pero que fue antes.

—Eso parece.

Entonces se ha levantado, se ha inclinado sobre mí y ha alargado la mano sorteándome para abrir los cajones del tocador.

—Si lo que quieres es ver si guardo algo aquí que te apetezca, dímelo sin más. No hace falta que te inventes un pretexto solo porque te dije que tengo un alijo de whisky.

Para fastidio mío, no he podido resistir la tentación de bajar la mirada y he visto que guardaba varios tubos de pasta de dientes, montones de botecitos de gel de baño y algunos cepillos plegables. Estaba demasiado cerca y me he tenido que levantar.

—Mira, no me malinterpretes. Me llama la atención todo lo que has robado, pero no he venido por eso. La verdad es que necesito tu ayuda.

—¿Para qué?

He observado que su habitación olía bien. Ya no olía bien ninguna habitación.

—Para investigar —le he contestado, acomodándome para sentarme en el suelo.

Tras poner un poco los ojos en blanco, se ha vuelto a sentar en la cama.

—¿Quieres encontrar al asesino?

—Quiero saber qué pasó. Lo raro es que nadie más quiera.

—¿Y por qué me lo pides a mí?

—¿Por qué no?

—Ni siquiera te caigo bien.

—Eso no es... —He suspirado y he mirado su café—. ¿Puedo tomar un poco?

Riendo, me ha pasado la taza, ha cogido una botella de whisky y ha añadido un chorrito.

—Si has venido a la habitación de una chica que no te cae bien a por un carajillo, eres un pelín gilipollas.

Me lo he bebido de golpe y he notado cómo el whisky hacía más soportable el café.

—Gracias. Y no me caes mal, simplemente no te conozco. Lo cierto es que nadie conoce bien a nadie.

—Me agobia no conocer a nadie. Pensé que sería al contrario, que me resultaría liberador, pero más bien es como estar encerrada en una habitación a solas contigo misma —me ha dicho, señalando alrededor—. A ver, a mí me gusta estar sola, pero también hace que todo parezca mucho más preocupante.

—Tienes razón.

—Antes no valoraba lo bastante a mis amigos.

—Pensaba que no habías querido llamar a nadie cuando todo esto empezó...

Me ha arrebatado la taza de café.

—¿Qué quieres que haga?

—No sé si es cosa mía, pero los empleados del hotel: Dylan, Sophia..., cuando menciono el cadáver, actúan de forma extraña.

—Estábamos bebiendo todos caldo de cadáver y el mundo se ha vuelto radiactivo. Es normal que la gente se muestre rara. Bastante mierda llevamos ya encima —me ha dicho, mirando a otro lado mientras se encendía un cigarrillo.

—No, yo me refiero a que se muestran esquivos. No es que no quieran hablar de ello, sino que ni siquiera me dejan investigar. Y allí arriba hay cuatro depósitos. No teníamos por qué estar bebiendo... caldo de cadáver.

—A lo mejor les parece inútil.

—No, hay algo más, estoy seguro. ¿Crees que podrías ayudarme a averiguarlo? —Me he llevado la mano al bolsillo y le he enseñado las llaves en señal de confianza—. Tengo las llaves maestras. Puedo registrar todas las habitaciones que quiera. Aunque esto deba parecer cosa de una sola persona, necesito que alguien tenga vigilado a todo el mundo, sobre todo a los empleados.

Una diminuta sonrisa.

—¿Y qué es lo que he de vigilar?

—Aún no lo sé, pero ¿lo harías?

Ha agarrado la botella y se ha servido otro chupito. Le ha dado igual que fuera de día. Cuando se ha agachado para dejar la botella en el suelo, le ha resbalado el pelo por encima del hombro derecho y, justo entonces, los finísimos rayos de sol del amanecer renqueante que se colaban por la ventana lo han hecho brillar.

—Oye, que esto es el fin del mundo —ha dicho, riendo—. Cada uno tiene sus aficiones, ¿no?

Camino de mi habitación, he parado delante de la consulta de Tania y me he quedado allí un buen rato. No tengo ni idea de qué hace ahí dentro cuando no está con algún paciente. Las costumbres de cada cual son privadísimas, sobre todo las suyas.

De pronto, ha abierto la puerta.

—¿Puedo ayudarte en algo? —me ha dicho. Como no me lo esperaba, no me ha dado tiempo a inventarme una excusa—. ¿Es por lo de la muela? —me ha preguntado, enarcando una ceja.

No sé si con ello pretendía buscar una salida que me ahorrara la situación de apuro, pero la he aprovechado. Me ha sentado en su sillón y, de espaldas a mí, se ha puesto unos guantes de látex. La he notado distraída y cansada.

—Apoya la cabeza en el respaldo del sillón. Voy a tener que usar una linterna.

He seguido sus instrucciones. Ha descorrido las cortinas de la ventana todo lo posible, pero no se ha notado mucho la diferencia. Cuando se ha inclinado para alumbrarme la boca, he observado que tenía los labios cortados, como si se los hubiera estado mordiendo.

He notado un pinchazo en la nuca, pero no lo he mencionado.

Tras emitir un suspiro, se ha apartado de mí.

—Tiene pinta de estar muriéndose.

Me he incorporado con dificultad.

—¿Por qué?

—No soy odontóloga, pero está descolorida. Desconozco qué lo ha causado; podría ser por montones de cosas. Probablemente haya que extraerla, me temo. —Ha debido de verme la cara que he puesto, porque enseguida ha añadido—: No tiene que ser ahora. Puede que se caiga sola, o a lo mejor te la arrancas sin querer cuando aprietes los dientes; tienes pinta de ser de esos tipos a los que les rechinan los dientes. Aunque, si empieza a parecer que podría infectarse o te empieza a doler la zona de alrededor, habrá que sacarla.

—¿Tienes anestesia aquí?

—No, pero ya se nos ocurrirá algo. —Se ha quitado los guantes y los ha encestado en la papelera del otro extremo de la habitación—. No digo que vaya a ser agradable.

—¿Te encuentras bien? No te he visto durante el desayuno.

Se ha sentado desanimada al borde de la cama, que ahora tiene pegada a la pared del fondo.

—A veces pienso demasiado en el día en que ocurrió todo. No creo que sea bueno hacerlo.

—¿Quieres que charlemos?

—No me apetece que me entrevistes para tu proyecto.

He sonreído.

—No te lo he preguntado por eso.

—No, pero sí has venido a verme por eso.

Se ha hecho un breve silencio y he pensado en marcharme, pero, en realidad, no me ha importado que haya podido ver el plumero . Me resulta extrañamente reconfortante el hecho de que alguien me vea siquiera.

—Quizá no eres la única persona que necesita hablar de vez en cuando —le he dicho mostrando las palmas de las manos en ademán de franqueza—. No voy a escribir nada que no quieras que comparta.

—Seguramente se trata de una buena terapia para ti —ha musitado cruzando las piernas y apoyando la cabeza en una mano—. ¿Por qué te quedaste en el hotel? Todos los demás del congreso se fueron. ¿Por qué tú no?

—¿Te soy sincero? No me acuerdo. Ese día está lleno de lagunas en mi caso. Y en cuanto a ti, ¿por qué te quedaste?

—Yo me iba a marchar —me ha dicho al final—. Fui hasta el coche, pero luego cambié de opinión. Me acordé de lo que pasó con aquel avión que se estrelló, creo que fue un avión, y de esa niña que, después de haber sobrevivido, bajó corriendo a la pista de aterrizaje y fue atropellada por una ambulancia. Murió. No sé por qué me vino eso a la cabeza, pero caí en la cuenta de que, a lo mejor, marcharse no era lo más sensato. Igual moríamos todos camino del aeropuerto o en la misma estación, porque podía ser ahí perfectamente donde cayera la siguiente bomba, mientras que me pareció poco probable que nadie quisiera atacar el hotel, así que... —ha terminado, encogiéndose de hombros.

—Tiene su lógica —le he dicho yo.

—¿Sí?

—Más que el que te hubieras marchado solo porque se fuera tu novio. —He decidido ir a por todas y preguntar—: ¿Cuánto tiempo llevabais juntos?

Para mi sorpresa, no se ha cerrado en banda.

—Habríamos cumplido los tres años hace... unos dos meses. Por eso estábamos aquí. A solo una semana de nuestro aniversario, con una bonita ciudad cerca, un lago, ya sabes.

—¿Tres años?

Ha asentido con la cabeza.

—Y no era mi novio. Era mi prometido.

Me ha afectado su respuesta.

—¿Y se fue?

De nuevo, ha hecho que sí con la cabeza.

No he sabido qué decir. Me he sentido fatal por haber sacado el tema. No había razón para intentar pillarla así. Es evidente que Tania no guarda ninguna relación con el asesinato de Harriet Luffman.

—Estaba convencida de que volvería cuando se diera cuenta de que no iba a llegar a ninguna parte, de que terminaría volviendo de todos modos. Como puedes ver, ni se le pasó por la cabeza —ha dicho, señalando muy seria la habitación.

Me ha dado mucha rabia y he tenido ganas de volver al vestíbulo del hotel a darle un puñetazo en la cara a ese tío.

—Lo siento.

—No, lo siento yo —ha replicado, mirándose las uñas—. Siento haber malgastado los últimos tres años. Podría haberlos pasado durmiendo sola, saliendo siempre que hubiera querido, comiendo más, teniendo mi propia casa, acostándome con quien hubiera deseado.

—A lo mejor, algo le impidió volver —he dicho, no sé muy bien por qué.

—Espero que esté muerto —ha soltado, mirándome fijamente a los ojos como si yo no hubiera entendido nada.

Los últimos

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