Читать книгу Te echo de menos - Харлан Кобен - Страница 13

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Kat acababa de colgar el teléfono, recordando mentalmente las palabras de Monte Leburne por enésima vez, cuando el ordenador emitió un sonido y en la pantalla apareció una ventana emergente con la notificación de un mensaje instantáneo de EresMiTipo.com.

El mensaje instantáneo era de Jeff; se veía su minúscula foto de perfil. Por un momento, Kat se quedó allí sentada, casi con miedo a moverse o a clicar el botón Leer, porque aquel contacto, aquella conexión, quizá fuera tan frágil y tenue que cualquier acto repentino por su parte podía quebrar el fino hilo que le unía a él.

El icono del corazón junto a su fotografía presentaba un interrogante, a la espera de que ella diera su aprobación para iniciar la conversación. Kat se había pasado las últimas tres horas trabajando en el caso de su padre. El dosier no decía nada nuevo, y todos los problemas de siempre seguían allí. A Henry Donovan le habían disparado en el pecho a bocajarro con una Smith & Wesson pequeña. Eso también le había inquietado desde el principio a Kat. ¿Por qué no en la cabeza? ¿No sería más fácil presentarse por detrás, ponerle la pistola en la nuca y disparar un par de veces? Ese había sido el modus operandi de Monte Leburne. ¿Por qué cambiarlo? ¿Por qué dispararle al pecho?

No cuadraba.

Como tampoco encajaba algo que Monte Leburne le había dicho a la enfermera Steiner cuando le preguntó quién había matado a Henry Donovan: «¿Y cómo voy a saberlo? Vinieron a verme. El día después de mi detención. Me dijeron que cogiera el dinero y me cargara el muerto».

Pregunta obvia: ¿quiénes eran «ellos»?

Pero quizá Monte le hubiera dado la respuesta. «Ellos» habían ido a verle a la cárcel. No solo eso, sino que habían ido a verle el día después de su detención.

Hummm...

Kat había cogido el teléfono y había llamado a un viejo amigo, Chris Harrop, que trabajaba en el Departamento de Prisiones.

—Kat, qué alegría saber de ti. ¿Qué hay?

—Necesito un favor —dijo Kat.

—Qué sorpresa. Yo que pensaba que me llamabas para ofrecerme una sesión de sexo caliente y sudoroso.

—Yo me lo pierdo, Chris. ¿Puedes conseguirme el registro de visitas de un recluso?

—No debería ser un problema —dijo Harrop—. ¿Quién es el prisionero y dónde cumple condena?

—Monte Leburne. Estaba en Clinton.

—¿Qué fecha quieres?

—Bueno..., el 27 de marzo.

—Vale, déjame que lo mire.

—De hace dieciocho años.

—¿Cómo?

—Necesito su registro de visitas... de hace dieciocho años.

—Estás de broma, ¿no?

—Pues no.

—Vaya.

—Ya.

—Mira, llevará un tiempo —dijo Harrop—. La informatización se inició en 2004. Creo que los registros antiguos están en los almacenes de Albany. ¿Es muy importante?

—Más que una sesión de sexo caliente y sudoroso —dijo Kat.

—Estoy en ello.

En el momento en que colgó el teléfono, en la pantalla apareció el globo de mensaje de EresMiTipo.com. Con la mano temblorosa, hizo clic en el interrogante, dijo que sí, y luego, tras un instante de espera, aparecieron las palabras de Jeff:

EH, KAT. HE RECIBIDO TU MENSAJE. ¿CÓMO ESTÁS?

El corazón se le detuvo de golpe.

Kat leyó el mensaje de Jeff dos veces más, quizá tres, no podría decirlo. Vio el corazón palpitante junto a su nombre: estaba en línea, en aquel mismo momento, esperando su respuesta. Las yemas de sus dedos encontraron el teclado.

EH, JEFF...

Se detuvo, intentando decidir qué más poner antes de apretar el botón Enviar—. Decidió optar por lo que tenía en la mente en aquel momento:

EH, JEFF. SUPONGO QUE NO ME HABÍAS RECONOCIDO.

Kat esperó su respuesta, quizás alguna explicación que probablemente iría unida a algún tipo de cumplido defensivo, como «ahora estás aún más guapa» o «tu nuevo corte de pelo te sienta estupendo», algo así, lo que fuera. Tampoco le importaba. ¿Por qué pensaba siquiera en eso? Menuda tontería.

Pero su respuesta le sorprendió:

NO... TE RECONOCÍ ENSEGUIDA.

El corazón junto a la foto de su perfil seguía palpitando. Se quedó pensando en aquel pequeño icono, avatar o comoquiera que le llamaran. Un corazoncito rojo palpitante, un símbolo de romance y de amor; un corazón que, si Jeff se iba en aquel momento, si decidía desconectar, dejaba de latir y desaparecía. Y tú, la usuaria y pareja potencial, no quieres que eso suceda.

Kat escribió: ¿Y POR QUÉ NO ME LO DIJISTE?

El corazón seguía palpitando: TÚ SABES POR QUÉ.

Ella frunció el ceño, se quedó pensando un momento y escribió: EN REALIDAD NO LO SÉ. Pero luego se lo pensó mejor y añadió: ¿POR QUÉ NO DIJISTE NADA DEL VÍDEO DE MISSING YOU?

Corazón. Parpadeo. Corazón. Parpadeo.

ES QUE AHORA SOY VIUDO.

Vaya. ¿Y a eso qué se le podía responder?

LO HE VISTO. LO SIENTO.

Quería hacerle un millón de preguntas: dónde vivía, cómo se llamaba su hijo, cuándo y cómo había muerto su esposa, si aún pensaba en ella en algún momento... Pero en lugar de eso se quedó allí sentada, casi paralizada, esperando la respuesta de Jeff.

Él: ESTAR EN ESTE CHAT ME RESULTA RARO.

Ella: A MÍ TAMBIÉN.

Él: ME HACE MÁS PRECAVIDO Y DESCONFIADO. ¿TIENE SENTIDO ESO?

Por una parte, ella habría querido responder: «Sí, claro. Tiene todo el sentido del mundo». Pero, por otra, sentía el impulso, mucho más fuerte, de escribir: «¿Precavido? ¿De quién tienes que protegerte? ¿De mí?».

Pero se contuvo: SUPONGO.

El corazoncito palpitante la tenía hipnotizada. Casi tenía la sensación de que su corazón latía al ritmo del que había junto a la fotografía de perfil de Jeff. Aguardó. La respuesta tardó más de lo que se esperaba.

Él: NO CREO QUE SEA BUENA IDEA QUE SIGAMOS HABLANDO.

Las palabras le cayeron encima como una ola que te moja por sorpresa en la playa.

Él: TENGO LA IMPRESIÓN DE QUE VOLVER ATRÁS SERÍA UN ERROR. NECESITO EMPEZAR DE CERO. ¿LO ENTIENDES?

Por un momento, odió profundamente a Stacy por liar las cosas y apuntarla a aquella estúpida página web. Intentó reaccionar, recordar que todo aquello era una fantasía ridícula, que Jeff ya la había dejado antes, le había hecho daño, le había roto el corazón, y que desde luego no iba a permitir que eso volviera a suceder.

Ella: SÍ, CLARO, LO ENTIENDO.

Él: CUÍDATE, KAT.

Parpadeo. Corazón. Parpadeo. Corazón.

Se le escapó una lágrima que cayó rodando por su mejilla. «Por favor, no te vayas», pensó, mientras escribía: TÚ TAMBIÉN.

El corazón de la pantalla dejó de palpitar. Pasó del rojo al gris antes de desaparecer para siempre.

Te echo de menos

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