Читать книгу Te echo de menos - Харлан Кобен - Страница 15

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Dos semanas más tarde, Kat estaba acabando con el papeleo en la comisaría cuando Stacy entró de pronto haciendo que muchos se giraran, que algunos babearan y que la actividad cerebral superior de la mayoría cesara de golpe. Básicamente, no hay nada que rebaje más el cociente intelectual de un hombre que una mujer con buenas curvas. Chaz Faircloth, que desgraciadamente seguía siendo compañero de patrulla de Kat, se alisó la corbata, ya perfectamente lisa de por sí. Se le acercó, pero Stacy le echó una mirada que le hizo dar un paso atrás.

—Almuerzo en el Carlyle —dijo Stacy—. Invito yo.

—Vale —dijo Kat disponiéndose a cerrar la sesión en su ordenador.

—¿Cómo fue la cita de anoche? —preguntó Stacy.

—Te odio.

—Ya, pero aun así tienes que venirte a almorzar conmigo.

—Has dicho que invitabas tú.

Los tres primeros hombres de EresMiTipo.com con que había salido Kat habían sido tipos educados, bien vestidos y, bueno, sosos. Sin gracia, sin gancho, sin... nada. La última noche —la cuarta en las dos semanas desde que Jeff la había medio abandonado de nuevo—, le había hecho albergar esperanzas. Ella y Stan No-se-qué —no había motivo para que memorizara el apellido hasta que llegaran a la hasta ahora casi inalcanzable Segunda Cita— iban caminando por la calle Sesenta y nueve Oeste, en dirección al restaurante Telepan, cuando Stan le preguntó:

—¿Te gusta Woody Allen?

Kat sintió un soplo de esperanza en su interior. Le encantaba Woody Allen.

—Mucho.

—¿Qué tal Annie Hall? ¿Has visto Annie Hall?

Era una de sus películas favoritas de todos los tiempos.

—Claro.

Stan se rio y se paró.

—¿Recuerdas esa escena en que Alvy va a su primera cita con Annie y dice algo así como que se den un beso antes de empezar, para que luego puedan estar más relajados?

Kat se quedó impresionada. Woody Allen se para antes de que él y Diane Keaton lleguen al restaurante, como ella y Stan en aquel momento, y le dice: «Escucha. Dame un beso». Diane Keaton responde: «¿Ahora?». Woody dice: «Sí, ¿por qué no? Luego iremos a casa, ¿no? Y como es lógico habrá cierta tensión porque es la primera vez, y yo no sabré cómo seguir. Así que ahora nos besamos, acabamos con eso y luego nos vamos a cenar. ¿De acuerdo? Digeriremos mejor la comida».

Ah, cómo le gustaba aquella escena. Sonrió a Stan y se quedó esperando.

—Escucha —dijo Stan haciendo una mediocre imitación de Woody—, echemos un polvo antes de cenar.

Kat abrió bien los ojos y parpadeó.

—¿Perdona?

—Sí, ya sé que no es el guion exacto, pero piénsalo. Luego no sabré cuándo plantear el tema, ni cuántas veces tendremos que quedar antes de acabar en la cama y, si lo piensas bien, podríamos empezar por el mambo horizontal, porque si no nos va bien en la cama..., bueno, ¿qué sentido tiene? ¿No?

Se lo quedó mirando, esperando que se echara a reír. No lo hizo.

—Un momento. ¿Lo dices en serio?

—Claro. Digeriremos mejor la comida, ¿no?

—Ahora mismo siento que mi última comida me está volviendo a la boca —dijo Kat.

Durante la cena, intentó hablar de las películas de Woody Allen para no arriesgar. Muy pronto se hizo evidente que Stan no era un gran fan, pero sí que había visto Annie Hall.

—¿Sabes? Esto es lo que yo hago —le confesó Stan, bajando la voz—. Busco en el sitio web a mujeres que les encante esa película. Esa frase contigo no ha funcionado, pero la mayor parte de fans de Woody inmediatamente se me abren de piernas.

Genial.

Stacy escuchó atentamente la historia de Kat sobre Stan, haciendo un esfuerzo para no reírse.

—Vaya, parece todo un cretino.

—Pues sí.

—Pero, aun así, me parece que eres demasiado escrupulosa. Ese tipo con el que saliste dos veces. Parecía agradable.

—Sí, es verdad. Quiero decir, que no se cargó ninguna de mis películas favoritas.

—Me ha parecido oír un «pero».

—Pero pidió una Dasani. No una botella de agua, no. Una Dasani.

—Perdona —dijo Stacy frunciendo el ceño—, digámoslo de otro modo: ¡puaj...! ¡Qué tipo más insufrible!

Kat soltó un sonoro gruñido.

—Estás siendo demasiado exigente, Kat.

—Probablemente necesite más tiempo.

—¿Para superar lo de Jeff?

Kat no dijo nada.

—¿Para sobreponerte al hecho de que un tipo te dejó? ¿Hace cuánto? ¿Veinte años?

—Cállate, por favor —dijo Kat. Y luego añadió—: Dieciocho años.

Estaban a punto de salir cuando Kat oyó a sus espaldas una voz que la llamaba por su nombre. Ambas se pararon y se volvieron. Era Chaz.

—Te necesito un segundo —dijo él.

—Nos vamos a comer.

Chaz le pidió que se acercara con un dedo, sin apartar la vista de Stacy. Kat suspiró y fue a ver qué quería. Chaz se dio la vuelta y señaló con el pulgar hacia Stacy.

—¿Quién es ese bombón, calidad superior, selección del chef?

—No es de tu estilo.

—Pues parece de mi estilo.

—Es que ella tiene la capacidad de pensar.

—¿Cómo?

—¿Qué es lo que quieres, Chaz?

—Tienes una visita.

—Es mi hora del almuerzo.

—Eso le he dicho al chico. Le he dicho que le atendería yo, pero me ha dicho que prefería esperar.

—¿Chico? ¿Qué chico?

—¿Tengo pinta de ser tu secretaria? —replicó Chaz encogiéndose de hombros—. Pregúntaselo tú misma. Está sentado junto a tu mesa.

Kat le indicó a Stacy con un gesto que esperara un minuto y se dirigió al piso de arriba. Había un adolescente sentado en una silla junto a su mesa. Estaba sentado, bueno, como un adolescente, tan repantigado que casi parecía estar fundido, como si alguien le hubiera quitado los huesos y lo hubiera depositado allí encima. Tenía el brazo pasado por encima del respaldo de la silla, como si no fuera un miembro suyo. Llevaba el cabello demasiado largo, como si quisiera entrar en una banda juvenil de músicos o de delincuentes, y le tapaba el rostro como una cortina con flecos. Kat se le acercó.

—¿Puedo ayudarte?

Él se enderezo y se apartó la cortina del rostro.

—Es la agente Donovan —dijo más afirmando que preguntando.

—Así es. ¿Qué puedo hacer por ti?

—Me llamo Brandon —se presentó tendiéndole la mano.

—Encantada de conocerte, Brandon.

—Lo mismo digo.

—¿Hay algo que pueda hacer por ti?

—Vengo por mi madre.

—¿Qué le pasa?

—Ha desaparecido. Creo que usted me puede ayudar a encontrarla.

Kat canceló el almuerzo con Stacy, volvió a su mesa y se sentó frente a Brandon Phelps. Le preguntó lo primero que le vino a la cabeza.

—¿Por qué yo?

—¿Eh?

—¿Por qué has venido precisamente a verme a mí? Mi compañero me ha dicho que querías hablar conmigo, aunque tuvieras que esperar.

—Sí.

—¿Por qué?

Brandon paseó la mirada por la comisaría.

—He oído que es la mejor —mintió.

—¿Quién te lo ha dicho?

Brandon se encogió de hombros como hacen los adolescentes, de un modo entre perezoso y melodramático.

—¿Eso importa? Quería que fuera usted, no ese otro tipo.

—Esto no funciona así. Uno no escoge quién investiga su caso —dijo, y de pronto dio la impresión de que el chico fuera a echarse a llorar.

—¿No va a ayudarme?

—Yo no he dicho eso. —Kat no lo entendía muy bien, pero había algo extraño en todo aquello—. ¿Por qué no me cuentas qué ha pasado?

—Es mi madre.

—Ya.

—Ha desaparecido.

—Vale, primero lo primero —dijo Kat cogiendo papel y bolígrafo—. ¿Te llamas Brandon Phelps?

—Sí.

—¿Y tu madre?

—Dana.

—¿Phelps?

—Sí.

—¿Está casada?

—No —dijo él, y empezó a morderse la uña de un dedo—. Mi padre murió hace tres años.

—Lo siento —dijo ella, porque..., bueno, porque eso es lo que se dice—. ¿Tienes hermanos?

—No.

—¿Así que estáis solos tú y tu madre?

—Sí.

—¿Cuántos años tienes, Brandon?

—Diecinueve.

—¿Dónde vives?

—1279, Tercera Avenida.

—¿Número de apartamento?

—Eh... 8J.

—¿Teléfono?

Brandon le dio su número de móvil. Ella tomó nota de unos cuantos detalles más y luego, viéndolo cada vez más impaciente, preguntó:

—¿Y cuál es el problema?

—Que ha desaparecido.

—Cuando dices que ha desaparecido, no estoy muy segura de saber qué quieres decir.

Brandon levantó las cejas.

—¿No sabe qué significa «desaparecido»?

—No, quiero decir... —Meneó la cabeza—. Vale, empecemos por aquí: ¿cuánto tiempo lleva desaparecida?

—Tres días.

—¿Y por qué no me cuentas qué ha pasado?

—Mamá me dijo que se iba de viaje con su novio.

—Bien.

—Pero no creo que lo haya hecho. La he llamado al móvil. No contesta.

Kat intentó no fruncir el ceño. ¿Por eso se estaba perdiendo un almuerzo en el Carlyle?

—¿Adónde iba de viaje?

—A algún lugar en el Caribe.

—¿Adónde?

—Dijo que iba a ser una sorpresa.

—A lo mejor la conexión telefónica es mala.

—No creo —dijo él frunciendo el ceño.

—O a lo mejor está ocupada.

—Dijo que al menos me enviaría un mensaje cada día. —Luego, al ver la expresión en su rostro, Brandon añadió—: No es algo que hagamos normalmente. Pero era la primera vez que se iba desde la muerte de papá.

—¿Has intentado llamar al hotel?

—Ya se lo he dicho. No me dijo dónde iba a alojarse.

—¿Y tú no se lo preguntaste?

Él volvió a encogerse de hombros.

—Me imaginé que nos enviaríamos mensajes, o lo que fuera.

—¿Has intentado contactar con su novio?

—No.

—¿Por qué no?

—No lo conozco. Empezaron a salir cuando yo iba a la universidad.

—¿Dónde estudias?

—En la Universidad de Connecticut. ¿Y eso qué importa?

Bien pensado.

—Solo estoy intentando hacerme una composición de lugar, ¿vale? ¿Cuándo empezó a salir tu madre con ese tipo?

—No lo sé. No habla de esas cosas conmigo.

—¿Pero sí te dijo que se iba de viaje con él?

—Sí.

—¿Cuándo?

—¿Cuándo me dijo que se iban a ir de viaje?

—Sí.

—No lo sé. Hace una semana, supongo. Oiga, ¿podría mirar qué puede hacer? ¿Por favor?

Kat se lo quedó mirando. Él se encogió un poco.

—¿Brandon?

—¿Sí?

—¿Qué está pasando aquí?

La respuesta del chico le sorprendió:

—¿De verdad no lo sabe?

—No.

Brandon la miró con escepticismo.

—¡Eh, Donovan! —dijo por detrás una voz.

Kat se giró hacia aquella voz familiar. El capitán Stagger estaba de pie junto a la escalera.

—A mi despacho —dijo.

—Ahora mismo estoy...

—Será un momento —insistió el capitán.

Su tono no dejaba lugar a debates. Kat miró a Brandon.

—Espera aquí un segundo, ¿vale?

Brandon asintió y apartó la mirada.

Kat se puso en pie. Stagger no la había esperado. Kat bajó corriendo las escaleras y le siguió hasta su despacho. Stagger cerró la puerta tras ella. No rodeó la mesa para sentarse en su sitio ni esperó un segundo:

—Monte Leburne ha muerto esta mañana.

—Mierda —dijo ella dejándose caer contra la pared.

—Bueno, esa no ha sido exactamente mi reacción, pero pensé que querrías saberlo.

Las dos semanas anteriores, Kat había intentado repetidamente ir a verle una vez más. No había habido modo. Ahora se había quedado sin tiempo.

—Gracias. —Los dos se quedaron allí unos momentos incómodos—. ¿Algo más?

—No. Solo pensé que querrías saberlo.

—Te lo agradezco.

—Supongo que habrás estado investigando lo que dijo.

—Sí que lo he hecho.

—¿Y?

—Y nada, capitán —dijo Kat—. No he encontrado nada.

Él asintió lentamente.

—Bueno, ya te puedes ir.

Kat se dirigió hacia la puerta. Se paró y se volvió.

—¿Va a haber un funeral?

—¿Por quién? ¿Por Leburne?

—Sí.

—No lo sé. ¿Por qué motivo?

—No, por ninguno.

O quizá sí había un motivo. Leburne tenía familia. Habían cambiado de nombres y se habían mudado a otro estado, pero quizá tuvieran algún interés en los restos. Quizá supieran algo. Quizás, ahora que su querido Monte estaba muerto, querrían demostrar su inocencia, al menos en un caso.

Estaba muy cogido por los pelos, pero era una posibilidad.

Kat salió del despacho de Stagger, intentando poner orden en sus sentimientos. Estaba como atontada. Tenía la impresión de que gran parte de su vida estaba llena de preguntas sin respuesta. Era policía. Le gustaba cerrar casos. Ocurría algo malo, pensabas quién podía haberlo hecho y por qué. No obtenías todas las respuestas, pero sí las suficientes.

De pronto, su vida le pareció un enorme caso abierto. Y odiaba aquella sensación.

No importaba. Ya encontraría lugar para la autocompasión más tarde. Ahora mismo tenía que volver y atender a Brandon y su caso de la madre desaparecida. Pero cuando volvió a su planta, la silla que había frente a su mesa estaba vacía. Se sentó, pensando que quizás el chico hubiera ido al baño, cuando vio de pronto la nota:

HE TENIDO QUE IRME. POR FAVOR ENCUENTRE A MI MADRE. TIENE MI NÚMERO POR SI ME NECESITA. BRANDON

Volvió a leer la nota. Había algo en todo aquello —la madre desaparecida, el hecho de que el muchacho hubiera ido a buscarla a ella precisamente..., todo, en realidad— que le daba mala espina. Se le estaba pasando algo por alto. Kat echó un vistazo a sus notas.

Dana Phelps.

¿Qué mal habría en echar un vistazo rápido a la base de datos? En aquel momento sonó el teléfono de su mesa.

—Donovan —dijo cogiéndolo.

—Eh, Kat. —Era Chris Harrop, del Departamento de Prisiones—. Siento haber tardado tanto en responderte, pero ya te dije que el registro no está informatizado y tuve que enviar a un hombre al almacén de Albany. Y luego, bueno, tuve que esperar.

—¿Esperar qué?

—A que tu chico, Monte Leburne, muriera. Es complicado de explicar, pero, básicamente, enseñarte este dosier podía haber supuesto una violación de sus derechos, a menos que él te hubiera dado poderes o hubieras conseguido una orden judicial y todo eso... Así es como va, ya sabes. Pero ahora que está muerto...

—¿Tienes la lista?

—Sí.

—¿Puedes enviármela por fax?

—¿Fax? ¿En qué año estamos? ¿1996? ¿Qué tal si te la envío por télex? Te la acabo de enviar por correo electrónico. Además, ahí no hay nada que te vaya a ser de ayuda.

—¿Qué quieres decir?

—El día por el que preguntaste, la única persona que lo visitó fue su abogado, un tipo llamado Alex Khowaylo.

—¿Y ya está?

—Ya está... Ah, y dos federales. Ahí están sus nombres. Y un poli del departamento de Nueva York llamado Thomas Stagger.

Te echo de menos

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