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3. Orígenes de este tipo de poesía

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Es natural pensar que los Himnos homéricos , tal como los conocemos, son el resultado de una tradición literaria rica, dada la imposibilidad de crear ex nouo unas composiciones de tal perfección. En las líneas siguientes vamos a tratar de rastrear esta tradición, con mayor razón si tenemos en cuenta que existe muy poco parecido entre un poema tal y como hoy lo concebimos, en el que se busca la originalidad y formas de expresión totalmente nuevas, y un himno en el que lo que se pretende es reelaborar una larga tradición.

Los himnos recogen en realidad dos tradiciones distintas; una, la de la lírica popular; otra, la de la épica. Algunos autores consideran plenamente épicas estas obras; sin embargo, otros, creo que con mayor acierto, las definen más bien como composiciones de lírica literaria muy influidas por la épica 14 . Esta influencia se ejerce primordialmente por el hecho de que, en origen, los aedos de la épica y los de la lírica son los mismos.

Aunque luego trataremos concretamente de la figura del aedo, conviene adelantar que Adrados 15 pone de manifiesto la identidad de autores en una serie de ejemplos en dos planos: uno, el de los poetas conocidos: así Eumelo, poeta épico, compone también un procesional lírico (igual cabría decir de Asio); otro, en el plano de los aedos que aparecen como personajes en la propia épica griega: así, en la Odisea 16 , Demódoco, un reputado bardo épico, canta también la monodia lírica. Por todo ello es verosímil, aunque no comprobable, que los compositores de nuestros preludios fueran también los que recitaban luego versos épicos, algo así como la situación que vemos en la Teogonía de Hesíodo, comenzada por un himno a las Musas (1-103), seguida de una nueva invocación: Salve, hijas de Zeus, concededme el canto que mueve a deseo y celebrad la sacra estirpe de los inmortales que por siempre existen , tras lo cual prosigue la narración épica propiamente dicha. En este caso no existe duda alguna sobre la identidad de autores.

Por todo ello, merece la pena decir algunas palabras sobre las líneas que convergen en las composiciones que nos ocupan. De un lado, prosiguen una tradición épica, desde luego oral, que remonta probablemente a época micénica, en los siglos XV-XVII a. C. Con ella comparten en primer lugar el verso, el hexámetro dactilico —y digo comparten porque no es en absoluto evidente que este metro fuera en origen exclusivamente épico— y de ella heredan, de un lado una lengua literaria, decantación de elementos lingüísticos pertenecientes a diferentes épocas, y, de otro, una serie de fórmulas, esto es, segmentos de verso con contenido fijo, del tipo de «Apolo, certero flechador», «Zeus, cuya voz se oye a lo lejos», o combinaciones más complejas, como «Extranjeros, ¿quiénes sois? ¿Desde dónde navegáis los húmedos senderos? ¿Acaso por el negocio, o andáis errantes a la ventura como los piratas sobre el mar, que vagan arriesgando sus vidas y acarreando la desgracia a los de otras tierras?» 17 . Este hábito en ocasiones lleva a un uso ornamental de los epítetos, que puede producir determinados atentados a la lógica, como, por ejemplo, en el Himno IV 192 se califica a unas vacas como «retorcidas de cuernos» y en el verso 220 como «de recta cornamenta». Los estudios recientes, a partir de Milman Parry 18 quien partió de la comparación con otras poesías orales actuales, como los cantores servios, sirvieron para clarificar las características de los procedimientos de composición de la épica arcaica. Éstas pueden sintetizarse en dos: una, la abundancia de fórmulas capaces de aplicarse a casi todas las situaciones de una narración; otra, la economía: sólo una fórmula para cada idea en cada segmento del verso 19 . Yendo más adelante, se han identificado una serie de escenas que se narran siempre de la misma manera, aunque varíen las fórmulas: son las llamadas «escenas típicas», que constituían también un repertorio amplio y variado.

Sin embargo, el aedo, especialmente en las épocas de vitalidad del género, no es un mero ensartador de cliches, sino que su libertad de expresión individual no se ve limitada por esta tradición, sino enriquecida, al ir acumulando sobre los logros poéticos de sus predecesores los creados por él mismo.

De otro lado, los himnos se encuentran en el tránsito de la lírica popular a la lírica literaria. La lírica popular, cuyos orígenes han sido estudiados recientemente por Adrados 20 a partir de las huellas dejadas en las descripciones de la épica y de los propios restos conservados, había ido creando en el ambiente de la fiesta una serie de géneros, sobre un germen de pequeñas monodias respondidas por gritos o refranes de los coros, originariamente con grandes dosis de improvisación. Luego se haría literaria, con lo que aumentaría la extensión de sus creaciones, elaboraría más su estilo y especializaría sus géneros, separando principalmente la monodia y la lírica coral. Con ello el poeta adquiere mayor conciencia de su individualidad y sabiduría, y su personalidad aparece con mayor nitidez en sus obras. Papel fundamental en esta transición de la lírica popular a la literaria lo desempeñaron los agones o certámenes sobre los que luego volveremos. De la lírica, estos poemas tienen su función que no es, como en la épica, una narración de hechos del pasado seleccionados por su valor ejemplar o por afán meramente lúdico, sino un género cultual, propio de la fiesta, que trata de conseguir efectos sobre las personas a las que se dirige 21 o sobre un dios. En segundo lugar, su estructura, con un comienzo dirigido a una segunda persona (en este caso, un dios), una parte central mítica o narrativa —que es la que en los himnos largos aparece desarrollada a influjos de la épica— y un final en el que el poeta saluda a la divinidad en cuyo honor canta o solicita su favor. Posteriormente la lírica literaria se independizará progresivamente de los influjos de la épica, ampliará su espectro métrico, temática y géneros y, en frase de Adrados 22 , «el poeta triunfará en definitiva sobre el aedo».

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