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4. Aedos y rapsodos

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Vamos a ocuparnos ahora de los principales rasgos que caracterizan a los poetas anónimos a los que hemos de atribuirles los himnos homéricos. Se trata de aedos profesionales que continúan la actividad de los mencionados por Homero y que participaban en el siglo VII y siguientes en los certámenes que se celebraban con motivo de las fiestas religiosas o en ocasiones especiales. Como veremos en el Himno III 23 , colaboraban con coros locales, en este caso el de las Delíadas.

En sus orígenes, la actividad del aedo no siempre era ejercida por profesionales. Así, Homero nos presenta a Aquiles 24 cantando al son de la lira «las hazañas de los hombres» 25 . Es lógico, por otra parte, que no se les mencione en la Ilíada , porque un campamento guerrero no es el lugar más apropiado para los aedos. En cambio en la Odisea aparecen con frecuencia en un ambiente más adecuado, el de los palacios, o ante el pueblo 26 . Generalmente la poesía épica nos los presenta ciegos, pero tratados con respeto, con rango social elevado, e incluso se les encomiendan misiones delicadas 27 . Portavoces como son de la divinidad, y mediante la recitación de hechos gloriosos del pasado con valor ejemplar, pasan a convertirse en el gran vehículo de la educación del pueblo en los primeros tiempos. Aunque asociados normalmente a una localidad concreta, podían acudir a la invitación de los gobernantes o a festivales de otras ciudades.

En estos primeros aedos no es posible distinguir al ejecutante del compositor, ni siquiera entre la voluntad creadora de éstos y la Musa, que es quien verdaderamente inspira el canto. La ejecución misma era un acto de creación, sin texto fijo previo, situación que verosímilmente 28 era similar para la monodia lírica 29 . En efecto, la figura del aedo épico era originariamente paralela a la de los poetas líricos. Éstos eran también aoidoí , esto es, «cantores» y también recorrían el país de un lugar a otro. Sólo con el tiempo se van marcando unas diferencias entre ellos, consistentes fundamentalmente en el menor relieve personal y limitación al hexámetro del aedo épico, frente a la ampliación de horizontes del poeta lírico. La situación se refleja por fin en el léxico en el siglo v, cuando se crea la palabra poiētḗs para designar al ‘autor’ y poiéō para ‘componer poesía’, como actividad específica distinta de su ejecución.

En el origen, sin embargo, las dos actividades de épica y lírica, aun cuando diferentes, eran con frecuencia desempeñadas, como vimos, por las mismas personas. Así Demódoco narra en la Odisea 30 una historia sobre Ares y Afrodita de corte muy semejante a nuestros himnos; pero evidentemente adaptada, pues faltan las invocaciones y las fórmulas de saludo, así como las referencias a las cualidades del dios, elementos típicos de los himnos. Por su parte Hesíodo 31 nos cuenta cómo asistió a una competición en la que recitó un himno:

Desde allí hice yo la travesía, por la competición en honor del ardido Anfidamante, hacia Cálcide. Los múltiples premios anunciados los dispusieron sus magnánimos hijos. Y aseguro que, vencedor allí con un himno, me llevé un trípode con asas.

Asimismo en un fragmento de dudosa atribución 32 nos dice:

En Delos entonces cantamos por primera vez Homero y yo, aedos ambos, zurciendo el canto en nuevos himnos, en honor a Febo Apolo, el de espada de oro, al que parió Leto.

Puede no estar muy lejos de la realidad la descripción que sobre una de estas competiciones nos da el Certamen de Homero y Hesíodo 33 .

Tras haber permanecido (Homero) cierto tiempo en la ciudad (Argos), hizo la travesía a Delos para la gran asamblea, y allí, en pie sobre el altar de cuernos, recitó el himno a Apolo, que comienza:

«Voy a conmemorar —que no quisiera olvidarme— a Apolo el Certero.»

Una vez recitado el himno, los jonios lo hicieron ciudadano de todas sus ciudades y los de Delos, tras escribir el poema en un álbum , lo ofrendaron al templo de Ártemis.

Junto a la palabra corriente en toda la épica antigua, «aedo», Heródoto 34 menciona por primera vez otra diferente, la de rapsodo. Durante cierto tiempo la crítica trató de distinguir claramente dos actividades diferentes: frente al aoidós ‘cantor’, definido como lo hemos hecho hasta ahora como cantor al son de la lira de versos de propia creación, el rapsōdós sería, de acuerdo con su etimología, un ‘zurcidor de cantos’, ejecutante de una serie de trozos breves de poesía épica, empalmados, tomados de un repertorio fijo aprendido de memoria a partir de textos escritos, y sin acompañamiento musical, sino marcando el ritmo con un bastón (rábdos).

Modernamente 35 no se cree que la distinción se basara al principio en este aspecto, sino más bien se estima que aoidós es un término genérico ‘cantor’ y rapsōdós es el término específico, ‘poeta épico’. La no aparición de esta última palabra en la épica antigua se debería a que, en su forma dialectal sin contraer, rapsaoidós , no entra en el ritmo dactílico. Pero es posible que el término existiese antes de aparecer documentado, si tenemos en cuenta que el verbo ráptein ‘zurcir’ se ve ya en Hesíodo (entre otros autores) para mencionar una actividad creadora 36 . Incluso Platón usa el verbo rapsōdeîn para referirse a Homero y Hesíodo 37 . Lo que sí es cierto es que con el tiempo los versos dejan de ser cantados y pasan a ser recitados, y rapsōdós acabaría por servir más bien para designar a los recitadores, por el propio declive de la creación épica oral viva.

Cuando los aedos se profesionalizaron, se constituyeron en gremio y, como otras agrupaciones profesionales griegas 38 , adoptaron una estructura familiar como pretendidos descendientes de un antepasado ilustre, cultivador del oficio. Naturalmente, siendo Homero el nombre indiscutido de la poesía épica, no podían dejar de denominarse «Homéridas» los pertenecientes a este gremio, y con ese nombre los cita ya Píndaro 39 , sin que ello quiera decir que en realidad tuvieran relaciones familiares con Homero. Lo que no sería extraño, no obstante, es que hubiera una cierta tendencia, como en otros oficios, a convertirlo en actividad familiar hereditaria. Esta escuela de rapsodos aparece aún citada por Platón 40 , lo que parece indicar que su actividad continuaba aún viva en el siglo IV a. C., pero no hay ningún testimonio posterior válido para demostrar que continuara más tarde 41 .

Registramos la presencia de Homéridas en diversos lugares, que al parecer coinciden con las supuestas patrias de Homero, fundamentalmente Quíos y Esmirna 42 , pero no parecen ser las únicas escuelas existentes las que pretendían depender de Homero. En otro volumen de esta colección, el dedicado a la poesía épica arcaica, tendremos ocasión de aludir a los múltiples centros de producción de poemas épicos en toda Grecia.

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