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En el entorno del Príncipe
ОглавлениеEntretanto, y gracias a Mecenas, Horacio se había convertido también en amigo del propio César Octaviano, como seguramente ya lo eran los demás poetas de su círculo. Por entonces, el que ya era señor indiscutido de la mitad occidental del Imperio se preparaba para el inevitable enfrentamiento que habría de acabar con la anómala diarquía en la que había parado el Segundo triunvirato una vez que, eliminado Lépido, Marco Antonio, dueño de las provincias orientales, se convirtió en el único obstáculo para su gobierno personal. Antonio estaba aquejado del que cabría llamar mal del Oriente : vivía y actuaba en aquellas lejanas tierras a la manera de los reyes y déspotas exóticos por los que tanto desprecio sentía todo romano castizo, por poco republicano que se considerara. Su conducta, tan contraria a la tradicional gravedad romana, llegó a considerarse en la Urbe como una provocación cuando, tras abandonar a su esposa Octavia, hermana de Octaviano y prenda de la penúltima paz acordada, se unió a Cleopatra, reina del Egipto ptolemaico, el único gran reino subsistente de la fragmentación de la herencia de Alejandro Magno. En efecto, aparte los aspectos personales de su gesto —más sensibles entonces de lo que algunos historiadores modernos se avendrían a admitir—, aquella alianza/liaison tenía unas dimensiones políticas que Roma no podía dejar de ver como una amenaza para su hegemonía en el Mediterráneo e incluso para su propia soberanía. Eso es lo que daba a entender la propaganda cesariana y, desde luego, la contribución de Horacio a la misma. Así, en Epod . 9, 11 ss., al contemplar o imaginar la situación de los soldados romanos de Antonio aliados a la que habría de ser la última faraona , escribe:
¡Ay!, el romano —y vosotros, los que estáis por venir, diréis que no—, vendido como esclavo a una mujer y llevando, como soldado que es, sus postes y sus armas, es capaz de servir a unos eunucos arrugados; y entre las enseñas militares contempla el sol un infame mosquitero.
El enfrentamiento decisivo entre los dos caudillos tuvo lugar, como se sabe, en Accio, a la entrada del golfo de Ambracia (actualmente de Preveza), en el N.O. de Grecia, el 2 de septiembre del año 31 a. C. Allí estaba apostada la flota de Antonio y Cleopatra, apoyada por importantes contingentes terrestres en la costa próxima. Algo más al norte había fondeado la de Octaviano, que también tenía en tierra una tropa numerosa. En aquel trance fue su amigo, y luego yerno, Marco Vipsanio Agripa el estratega principal.
Hemos de preguntamos qué hacía Horacio en aquellos momentos críticos. La respuesta depende de la interpretación que se haga de los dos poemas que dedicó a la memorable jornada de Accio, los Epodos 1 y 9. El Epodo 1, se inicia al modo de un propemptikón , un poema de despedida para el amigo Mecenas, que se dispone a embarcar en la flota que marcha contra Antonio; pero acto seguido Horacio expresa su voluntad de acompañarlo y de combatir a su lado (cf . nuestra nota previa a Epod . 1). Más explícito sobre su relación con la gran batalla parece su testimonio en el Epodo 9 , en el cual se expresa en. términos que para muchos intérpretes indican que incluso estuvo presente en ella, en la misma nave que Mecenas 24 .
Llegado el momento de la verdad, la flota de Antonio y Cleopatra no resistió el embate de la cesariana y trató de refugiarse, ya maltrecha, en la bahía de Ambracia. Al día siguiente se rindió y en los sucesivos lo hicieron también las fuerzas terrestres que la apoyaban. Antonio y Cleopatra huyeron a Alejandría, donde, ya en el año 30, ante la inminente llegada de Octaviano, optaron por los suicidios que inmortalizaría Shakespeare. El milenario reino de Egipto quedó entonces convertido, más que en una provincia romana, en patrimonio privado de la familia de los Césares. Octaviano regresó triunfante a Roma en el año 29 a. C., y asumió al siguiente el título de Princeps senatus . En el 27 pasaría a llamarse Imperator Caesar Diui Filius Augustus , el primer emperador romano en el sentido que luego adquiriría ese término y el Augusto que daría nombre a toda una época.
Pero entretanto Horacio había añadido a su curriculum de poeta dos nuevas publicaciones. El año siguiente a la victoria de Accio, el 30 a. C., debieron de ver la luz el libro II de sus Sátiras y el de sus Epodos . Puede decirse que con la publicación de estos dos nuevos libros Horacio entra en la década de los años 20 a. C. como un poeta plenamente consagrado ante la crítica y la opinión pública. A partir de entonces serán otros ritmos, los de la lírica, los que absorban su atención.