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El final
ОглавлениеEn septiembre del año 8 a. C. murió Mecenas, no sin haber incluido en su testamento una cláusula, en la que rogaba a Augusto: «Acuérdate de Horacio Flaco como de mí mismo» (Vida 4, B. C. G. 81, pág. 98). Bastantes años antes, Horacio había escrito a su generoso amigo:
¡Ay!, si un mal golpe se adelantara a llevarse contigo una parte de mi alma, ¿qué me importaría la otra a mí, que ya no valdría lo que antes, sobreviviéndote, pero no entero? Aquel día traerá la ruina de uno y otro. Mi juramento no fue en falso: iré, sí, iré’, a dondequiera que tú vayas por delante, dispuesto a acompañarte en el postrer viaje (Od . II 17, 5 ss.).
Horacio fue fiel a su promesa: antes de que pasaran dos meses, el 27 de noviembre del propio 8 a. C., murió, seguramente en Roma, a los 56 años, sin que le diera tiempo a instituir heredero a Augusto sino de viva voz. Fue enterrado en el barrio del Esquilino, no lejos de donde ya reposaba su querido amigo y protector. Atrás dejaba una obra que él mismo se había permitido considerar como «más duradera que el bronce» (aere perennius, Od . III 30, 1); y, como veremos, no parece que el tiempo le haya negado la razón.