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Los tiempos duros..., la tempestad civil

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Con esos términos describiría Horacio la serie de dramáticos acontecimientos que lo arrancaron de la placentera vida de estudio y diversión que llevaba en Atenas (Epi . II 2, 47). Todo empezó en las famosas idus de marzo del año 44 a. C. con el asesinato de Julio César. La noticia debió de causar una especial sensación en la capital del Ática, la ciudad que desde tanto tiempo atrás tributaba honores públicos a los tiranicidas (cf . FRAENKEL 1957: 9). Como es sabido, los que acabaron con el dictador romano no lograron hacerse con el control de la situación: Marco Antonio, sobrino carnal de César —era hijo de su hermana Julia— y uno de sus más inmediatos colaboradores, se las agenció para movilizar al pueblo de Roma y de Italia en contra de ellos. A él se uniría pronto el entonces jovencísimo Octavio, sobrino nieto del dictador, adoptado como hijo en su testamento y que así pasó a llamarse César Octaviano. Al igual que Horacio, Octavio se encontraba en Grecia —o, para ser más exactos, en una colonia griega del Ilírico, Apolonia— completando su formación; pero al saber del asesinato de su ya padre adoptivo, voló a Roma para hacerse cargo de su herencia y organizar su venganza (SUET ., Aug . 8). En consecuencia, los tiranicidas hubieron de buscarse apoyos en otros lugares del Imperio. Y así, el más distinguido de ellos, Marco Junio Bruto, se presentó en Atenas en octubre del propio año 44 10 , dispuesto a poner en pie un ejército republicano.

Gracias a testimonios antiguos como los de PLUTARCO (Bruto 24) y DIÓN CASIO (XLVII 20), y a su interpretación por estudiosos como R. SYME 11 y FRAENKEL (1957: 10 ss., con particular referencia a Horacio), conocemos bastante bien el ambiente y los sucesos de la Atenas de aquellos días, que tan decisivos habrían de ser para el porvenir de Roma y para la suerte personal de nuestro poeta.

Bruto apareció en la capital del Ática con la idea de reclutar fuerzas contrarias a los cesarianos. Pronto se le unió Casio, el otro caudillo de la conjura. Uno y otro daban por perdida en Italia la causa republicana, y sobre todo desde que «César Octaviano empezó a intervenir en los asuntos y a ganarse la adhesión de la plebe» (DIÓN XLVII 20, 3). Por el contrario, Atenas los recibió con los brazos abiertos, viendo en ellos a los sucesores de Harmodio y Aristogitón, los tiranicidas por antonomasia, que en el 514 a. C. habían acabado con Hiparco, el hijo y sucesor de Pisístrato. La ciudad les había dedicado un famoso grupo escultórico en bronce, y lo mismo decidió hacer entonces con Bruto y Casio, siempre según lo que Dión Casio nos cuenta.

Por lo demás, Plutarco, en la biografía de Bruto que incluyen sus Vidas Paralelas , nos dice que, tras llegar a Atena y recibir el público homenaje de sus ciudadanos, en un primer momento se dedicó a frecuentar las escuelas de filosofía, sin dar a entender que abrigara planes de guerra contra los cesarianos. Sin embargo, y seguramente en las propias escuelas,

se ganaba y reclutaba a los jóvenes estudiantes de Roma que estaban en la ciudad, uno de los cuales era el hijo de Cicerón, al cual alababa señaladamente diciendo que, despierto, dormido y en sueños, se admiraba de lo noble que era y del odio que tenía a la tiranía (DIÓN XL VII 24, 2 s.).

Entre aquellos jóvenes, como decíamos estaban también Horacio y algunos de sus amigos, como el Pompeyo al que en Od . II 7 recordaría con emoción las aventuras antaño compartidas, y probablemente Mesala Corvino, que andando el tiempo rivalizaría con Mecenas en la protección de los poetas. La Vita en este punto es tan clara como escueta:

En el conflicto que culminó con la batalla de Filipos, Horacio, arrastrado por Marco Bruto, uno de los generales, sirvió con el grado de tribuno militar (Vida 2 ss., B. C. G. no 81, pág. 97).

El de tribunus militum era un empleo de oficial superior (o «jefe», en nuestra terminología) que, como nos recuerda FRAENKEL (1957: 10 s.), solía ser desempeñado por «nobiles adulescentes , de rango senatorial o ecuestre, a los que les servía como escalón para una carrera en el ejército o en la magistratura. Previamente no habían servido con empleo alguno, y algunos de ellos tenían poca experiencia, si es que tenían alguna». Tal era el caso de Horacio, que confiesa «que no sabía lo que era la guerra» (Epi . II 2, 47); pero sus primeros problemas no parece que provinieran de ahí, sino de otra circunstancia que ya conocemos: siendo un liberti filius , en él se cebaban las envidias y menosprecios «porque, en mi condición de tribuno, una legión romana obedecía a mi mando» (Sát . I 6, 48). Verdad es que un tribuno no mandaba toda una legión (solía haber seis en cada una); pero, aparte de ser posible que Horacio lo hubiera hecho en algún momento por exigencias del servicio o de circunstancias extraordinarias, tampoco hay que tomarse al pie de la letra lo que ahí nos dice. Parece admitido, en todo caso, que su empleo militar le valió al poeta el reconocimiento, al menos implícito, de la condición de caballero romano, lo que ya no era poco para un hombre de su condición.

Así, pues, los dura tempora , el ciuilis aestus , arrastraron al joven Horacio a la recia vida de los campamentos y las marchas, llevándolo a empuñar las que al cabo de los años llamaría «unas armas que no iban a estar a la altura de César Augusto» (Epi . II 2, 47 s.). Se pueden reconstruir a grandes rasgos las andanzas militares de Horacio suponiendo que en ellas se mantuviera al lado de su imperator Bruto. Éste se encaminó de inmediato a reclutar en Grecia y en el Oriente romano un ejército que oponer a los cesarianos, los cuales, en el año 43 a. C., constituirían el Segundo triunvirato, formado por Marco Antonio, Octaviano y Lépido. Las primeras acciones de los cesaricidas tuvieron como objeto hacerse con suministros en la propia Grecia y en las regiones adyacentes (Tesalia, Epiro e Iliria). En ellas consumieron el invierno y la primavera del año 43 a. C., no sin algunos enfrentamientos parciales. En la primavera, Bruto estableció alianzas con los reyezuelos de Tracia y, tras una primera exploración de la situación en Asia Menor, decidió pasar a ella en septiembre. Allí permaneció todo un año, dedicado a ganarse adhesiones y a someter a las guarniciones romanas renuentes. Al fin, en septiembre del 42 a. C. volvió a Europa al frente de un importante ejército para afrontar el choque decisivo.

La ciudad de Filipos, fundación macedónica en las cercanías del aurífero monte Pangeo, estaba situada en la franja meridional de Tracia, entre la cordillera del Ródope y el mar. Allí pueden verse todavía hoy sus espléndidas ruinas, sobre todo las de la colonia romana posteriormente establecida, algunos kilómetros al N.O. de la actual ciudad griega de Kavala, antigua Neápolis. En la gran llanura, en parte pantanosa en aquellos tiempos, que rodea a Filipos tomaron posiciones a principios de octubre del 42 a. C. los aproximadamente 80.000 hombre de los tiranicidas y de los triúnviros 12 .

En realidad, no hubo una, sino dos batallas de Filipos. En la primera, librada el 3 de octubre, el ataque de Antonio arrolló al ala mandada por Casio. Sin embargo, lo mismo hizo Bruto con los soldados de Octaviano, enfermo en su tienda, llegando hasta su mismo campamento. Pero Casio, que nada sabía de esto, dio por perdida la batalla y se suicidó.

Bruto logró reconstruir su ejército y recuperó posiciones, mientras los triúnviros esperaban a resolver sus problemas de abastecimiento. El 23 de octubre 13 lanzó contra ellos un ataque masivo, que acabó con una completa desbandada y derrota de sus propias tropas; y siguiendo el ejemplo de Casio se quitó la vida en el mismo campo de batalla. No sabemos en cuál de los dos encuentros se dio a la fuga Horacio relicta non bene parmula , «la adarga malamente abandonada —según él mismo recordaría a su amigo Pompeyo en Od . II 7, 9 ss.—, cuando el valor se quebró y los que tanto amenazaban dieron con el mentón en el suelo polvoriento». Como es sabido, el del abandono del escudo era un tópico literario ya desde Arquíloco, pasando por Alceo y Anacreonte; y cabe pensar que en ese pasaje Horacio quiso, más que describir su propia peripecia, rendir homenaje al yambógrafo de Paros, cuyas aventuras en la isla de Tasos no habían transcurrido muy lejos de Filipos. Y, naturalmente, también ha de entenderse en clave de adorno literario lo que a continuación dice Horacio en la citada oda, de que Mercurio lo sacó de la confusión de la derrota «envuelto en densa nube», como si fuera un héroe homérico. Lo que sí es verdad es que Filipos «licenció» a Horacio de la milicia y «con las alas cortadas» (Epi . II 2, 49 s.).

Odas. Canto secular. Epodos

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