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Las ediciones

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Haremos ahora un breve sumario de las principales ediciones impresas, limitándonos, además, a las completas y dejando las parciales para las introducciones a cada una de las obras a las que correspondan 76 .

Parece ser que la editio princeps de Horacio es una publicada sin indicación de fecha, lugar ni editor, pero sí con muchos errores y omisiones. Se la data en torno a 1470 y podría deberse al impresor Basilius, de Venecia. Ya con su fecha se publica en Milán, en 1474, la de Zarotto. La sigue otra incompleta, y sin indicación de año ni lugar, promovida por G. Alvise Toscani y realizada por Marchese y Sabino, que parece haberse impreso en Roma hacia 1475. La primera completa parece ser la impresa en Treviso o Venecia hacia 1481 por M. Manzolo, bajo la dirección de R. Regio y L. De Strazarolis. Dejando de lado otras ediciones incunables 77 , llegamos a la Aldina aparecida en Venecia en 1501, por obra del famoso Aldo Manuzio, sucesivamente reeditada. Transcurrida ya la primera oleada de entusiasmos humanísticos, que dio paso a una época de mayor reflexión crítica —más filológica— sobre los textos clásicos, aparecen, en Lión, en 1561, la muy importante edición comentada de D. Lambin (Lambinus ), y en Amberes, en 1578, la de J. Cruquius, ya aludida por ser el único testimonio del perdido códice Blandinianus . Hay que mencionar también las de H. Estienne (Stephanus ), París, 1575, y D. Heinsius, uno de los prohombres del período holandés de la Filología Clásica (Leiden, 1605). Sigue, ya al final del siglo, la de E. Dacier, con traducción francesa y amplio comentario (París, 1681-1689).

Y así, saltando sobre contribuciones menores, llegamos a la que cabe llamar la revolución bentleyana . Nos referimos, naturalmente, a la edición comentada de Horacio que Richard BENTLEY , profesor en Cambridge, publicó por primera vez en 1711 78 . Es tal vez la más famosa, pero sin duda la más discutida de las ediciones de nuestro poeta, dado que llevó hasta el extremo el procedimiento de la conjetura o emendatio ope ingenii . Cierto que el ingenium de Bentley era grande, pero en opinión de algunos más le hubiera valido aplicarlo a un mejor conocimiento de los manuscritos disponibles antes de formular las nada menos que 700 enmiendas que propuso a pasajes de la vulgata horaciana que consideraba corruptos. Pero él tenía las ideas claras: «Para mí, el propio contenido y la razón tienen más fuerza que cien códices» (nota a Od . III 27, 15, en su 2a edición, 1713). Como derivación descontrolada de la línea abierta por Bentley cabe considerar las sucesivas ediciones del holandés P. H. Peerlkamp (Harlem, 1834; Amsterdam, 1864), que podó como espurios centenares de versos del texto de Horacio conocido y admitido hasta la fecha. Por esos mismos tiempos publicó la suya el suizo J. K. von ORELLI (Zúrich, 1837-38), mucho más conservadora y sensata, y que ha mantenido hasta nuestros días su interés gracias a sus sustanciosos comentarios.

Hay acuerdo entre los estudiosos en que las ediciones propiamente modernas de Horacio se inician con la ya citada de O. KELLER y A. HOLDER (Leipzig, Teubner, 1864-70). No es de extrañar, porque algo antes K. Lachmann había dado a la luz sus principios de crítica textual. Tras haber ampliado notablemente el espectro de los manuscritos colacionados (al parecer, hasta unos 60), esos editores fueron también los primeros que intentaron clasificarlos en familias; y también los primeros que, a la postre, pusieron el dedo en la llaga que, como veíamos, afecta gravemente a la tradición textual de Horacio: la de la contaminación o «nivelación» entre manuscritos de distintas estirpes 79 , que perturba gravemente el reconocimiento de sus relaciones genealógicas.

Siguiendo la línea del tiempo, creemos de justicia mencionar una edición que, sin pretensiones de añadir novedades al establecimiento del texto de Horacio —algo comprensible tras la entonces reciente edición de KELLER -HOLDER — prestó y sigue prestando a los estudiosos notables servicios con su rico comentario exegético, en su día tal vez el más completo de los disponibles. Nos referimos a la de A. KIESSLING y R. HEINZE , que vio la luz en Leipzig en los años 1884-89 a cargo del primero, y que de la mano del segundo alcanzó numerosas reediciones corregidas y actualizadas, hasta la 4a de las Epístolas (1914), la 5a de las Sátiras (1921) y la 7a de las Odas y Epodos (1930) 80 . De mayor gálibo en cuanto a crítica del texto, pero de inferior nivel en su comentario es la de PLESSIS -LEJAY -GALLETIER (París, 1911-1924), que los latinistas españoles tuvieron en su día como la edición anotada más accesible. Pero en el mundo de habla francesa vino a ocupar poco después el puesto de edición canónica de Horacio la de F. VILLENEUVE (París, Les Belles Lettres, 1927-1934), que tomaba posiciones propias en cuanto al texto y ofrecía además una buena traducción.

Desde la de KELLER -HOLDER , hasta las sucesivas ediciones de Fr. KLINGNER (Leipzig, Teubner, 1939, 1950, 1959, 1970, 1982), pasando por la de VOLLMER (1907, 1912) y las que acabamos de citar, la cuestión de la clasificación de los códices siguió desempeñando un papel central, con los poco fructíferos resultados que más arriba hemos visto. En ese período cabe registrar iniciativas editoriales de gran rigor e inspiradas por un espíritu de independencia, entre las que destaca la del gran filólogo italiano M. LECHANTIN DE GUBERNATIS (Turín, Corpus Parauianum , 1957, completada en 1960 por D. BO).

Y así llegamos a los primeros años 80 del pasado siglo, con Alemania todavía dividida en dos estados, en cada uno de los cuales existía una Editorial Teubner, la editorial canónica de los clásicos antiguos. Una y otra casa decidieron reemplazar la edición de Klingner, que, si no en cuanto a la letra de su texto, sí podía considerarse superada en cuanto a la clasificación de los manuscritos que proponía. Tomó la delantera la de Leipzig con la edición del notable filólogo húngaro I. BORZSÁK (1984) 81 . Es un mérito de la misma el de haber llevado hasta el final la crítica de los esquemas genéticos de Klingner, ya iniciada por Brink. Sin embargo, no parecen ser tantos los que se le han reconocido en lo que al establecimiento del texto se refiere. En efecto, se la ha acusado de dejarse llevar de una marcada tendencia conservadora 82 . Al año siguiente, el 1985, fue la Teubner occidental, la de Stuttgart, la que dio a la luz su nuevo Horacio, con la edición del gran filólogo de Cambridge —primero del británico y luego del ultramarino (Harvard)— D. R. SHACKLETON BAILEY . «Richard Bentley redivivus !» llamaba a este nuevo editor uno de sus recensores (J. DELZ , Gnomon 60 [1988]: 495.), a la vista del texto de Horacio absolutamente innovador, por no decir revolucionario, que presentaba ante la comunidad filológica, salpicado de cruces (signo de los presuntos loci corrupti) y de conjeturas, que lo apartaban del de Borzsák en unos 350 pasajes, y del de Klingner en unos 450. Ello no impedía al recensor admitir que la edición era «una contribución magistral» 83 . Por lo demás, el propio BAILEY reconoció en su momento (introducción a su 2a ed., 1995) que su primera edición estaba aquejada de no pocas erratas, luego corregidas.

Entretanto, con ocasión del bimilenario de la muerte de Horacio, y como muchas otras publicaciones conmemorativas, se había gestado la gran edición patrocinada por el Istituto Poligrafico dello Stato de Roma, a cargo de varios de los mejores especialistas italianos del momento. Con introducciones de F. DELLA CORTE se publicaron primero las Odas y Epodos (1991), en edición crítica de P. VENINI (con comentario de E. ROMANO ); luego (1994), las Sátiras , editadas por P. FEDELI (comentadas por él mismo), y al fin (1997), las Epístolas y el Arte Poética , también con texto crítico y comentario de FEDELI . A todas las acompañan traducciones que luego reseñaremos.

Al término de este apartado algún lector puede haberse extrañado de que en nuestro censo no comparezca ninguna edición de Horacio elaborada en España. La razón de ello es que, en efecto, por el momento, no tenemos una de toda su obra que responda a las exigencias filológicas que cumplen todas las mencionadas, e incluso algunas de las omitidas por exigencias de la brevedad. Por lo demás, también es verdad que ya ha aparecido entre nosotros, como veremos, alguna edición parcial que merece considerarse como crítica, y tenemos noticia de algunas otras en curso. Sin embargo, no queremos dejar sin mención una edición completa de Horacio que, aunque publicada en Italia, vio la luz gracias a dos españoles, un político ilustrado y un jesuita expulso, a los que la compartida devoción por Horacio, tal vez ayudada por la lejanía de la patria, logró unir para esta noble empresa: don J. Nicolás de Azara, entonces embajador en Roma, y el segoviano P. Esteban de Arteaga. Es una edición que, al menos, ha pasado a la historia de la tipografía por la belleza y nitidez de sus caracteres. Y es que fue impresa en Parma, en 1793, en el famoso taller de G. B. Bodoni, a expensas de Azara, que también había llevado la dirección de la obra, asistido por Arteaga y otros eruditos. Es difícil de encontrar, dado que de la misma sólo se imprimieron 128 ejemplares 84 . No sabemos si se ha investigado la posición de esa edición en el marco de la crítica horaciana de su época, pero sí que recibió duras críticas de algunos estudiosos del tiempo, que vieron en ella una mera pieza para bibliófilos (cf . A. IURILLI , EO III: 135) 85 .

Odas. Canto secular. Epodos

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