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ОглавлениеA la mañana siguiente, Doug Maxtone pidió a Fox que saliera de la atestada oficina y lo acompañara al pasillo de la comisaría de St. Leonard’s, donde no había nadie.
—Acabo de recibir noticias de nuestros amigos del oeste —dijo Maxtone.
—¿Algo que pueda comentar?
—Hemos hablado de la petición de «apoyo complementario» que mencioné ayer...
Maxtone guardó silencio y esperó. Fox se golpeteó el pecho con el dedo y observó mientras su jefe asentía lentamente.
—Usted trabajaba en Asuntos Internos, Malcolm, así que sabe cómo mantener la boca cerrada. —Maxtone hizo una pausa—. Pero también es un experto en espionaje. Será usted mis ojos y mis oídos ahí fuera, ¿entendido? Quiero partes con regularidad. —Consultó su reloj—. En un minuto, llamará usted a la puerta. Para entonces, ya sabrán cuánto deben contarle y cuánto creen que pueden ocultar.
—Me parece recordar que querían vetar a posibles candidatos.
Maxtone hizo un gesto negativo.
—He dejado muy claro que usted es nuestra única oferta.
—¿Saben que antes trabajaba en Asuntos Internos?
—Sí.
—En ese caso, imagino que me recibirán con los brazos abiertos. ¿Algún otro consejo?
—El jefe se llama Ricky Compston. Es un cabrón enorme con la cabeza afeitada. Típico de Glasgow: cree que está de vuelta de todo y que nosotros nos pasamos el día indicando a los turistas dónde está el castillo. —Maxtone hizo una pausa—. Los demás no se han molestado en presentarse.
—Pero ¿le han dicho por qué están aquí?
—Guarda relación con...
Maxtone frenó en seco cuando se abrió la puerta de la sala del DIC y apareció un rostro que los fulminó con la mirada.
—¿Es él? —preguntó con brusquedad—. Cuando esté listo...
La cabeza desapareció y la puerta quedó entreabierta.
—Será mejor que vaya a saludar —dijo Fox a su jefe.
—Hablamos al final de la jornada.
Fox asintió y se fue. Se detuvo delante de la puerta, concediéndose un momento, y luego la abrió de par en par. Dentro había cinco personas, todas de pie, la mayoría de ellas de brazos cruzados.
—Cierre la puerta —dijo el que la había abierto primero.
Fox dedujo que aquel era Compston. Tenía más o menos las dimensiones y la apariencia general de un toro. No se estrecharon las manos. Fueron directos al grano.
—Para que quede constancia —anunció Compston—, todos sabemos que esto es una mierda, ¿verdad? —Parecía esperar respuesta, así que Fox realizó un gesto que podía interpretarse como afirmativo—. Pero, por un espíritu de cooperación, aquí estamos. —Compston extendió un brazo y describió un arco. En las mesas apenas había nada, tan solo ordenadores portátiles y teléfonos móviles enchufados a sus cargadores. Casi no había papeles y las paredes estaban desnudas. Compston dio un paso al frente, llenando el campo de visión de Fox, para que supiera quién estaba al mando—. Ya sé qué piensa su jefe: cree que irá a verlo cada cinco minutos con el último cotilleo. Pero eso no sería muy inteligente, inspector Fox, porque, si se filtra algo, estoy tan seguro como de que he echado una cagada hace un rato que no será responsabilidad de mi equipo. ¿Está claro?
—En el cajón tengo lactulosa, si puede servirle de algo. —Uno de los agentes soltó una risilla por debajo de la nariz e incluso Compston dibujó una leve sonrisa—. Como ya saben, antes trabajaba en Asuntos Internos —prosiguió Fox—. Eso significa que mi club de fans aquí cuenta ni más ni menos que con cero socios. Probablemente eso explique por qué me ha elegido Maxtone. Así no tiene que aguantarme. Además, dudo de que crea que esto vaya a ser una fiesta continua. Puede que me necesiten ustedes y puede que no. Me parece perfecto quedarme sentado jugando al Angry Birds el tiempo que dure todo esto. Seguirán ingresándome la nómina en el banco.
Compston estudió al hombre que tenía delante y luego volvió la cabeza hacia su equipo.
—¿Cuál es vuestra valoración inicial?
—El típico gilipollas de Asuntos Internos —respondió un hombre que llevaba una camisa azul claro y que parecía ejercer de portavoz del grupo.
Compston arqueó una ceja.
—Alec no suele ser tan efusivo. Por otro lado, casi nunca se equivoca con la gente. Efectivamente, es un gilipollas de Asuntos Internos, así que vamos a sentarnos y pongámonos cómodos.
Tomaron asiento y finalmente hicieron las presentaciones. El de la camisa azul era Alec Bell. Debía de rondar la cincuentena; era cinco o seis años mayor que Compston. Un agente más alto, joven y desnutrido respondía al nombre de Jake Emerson. La única mujer se llamaba Beth Hastie. A Fox le recordaba un poco a la primera ministra: tenían más o menos la misma edad, cabello y forma facial. Por último estaba Peter Hughes, probablemente el más joven del equipo y enfundado en una chaqueta tejana con parches y vaqueros negros.
—Pensaba que eran seis en total —comentó Fox.
—Bob Selway anda ocupado en otras cosas —explicó Compston.
Fox esperó más información.
—Eso suman cinco —dijo.
Los miembros del equipo se miraron. Compston se sorbió la nariz y cambió de postura.
—Exacto —respondió.
Fox se percató de que no se habían mencionado rangos. Estaba claro que Compston llevaba las riendas y que Bell era su mano derecha. Los otros parecían soldados rasos. Si tuviera que hacer una suposición, diría que se conocían desde hacía poco.
—Sea cual sea su cometido, necesitarán que exista una vigilancia —dijo Fox—. Comprenderán que la vigilancia era una parte importante de mi trabajo, así que en ese aspecto podría resultarles útil.
—De acuerdo, listillo. ¿Cómo lo sabe?
Fox se quedó mirando fijamente a Compston.
—Selway anda «ocupado en otras cosas». Por su parte, Hughes va vestido para no llamar la atención en determinadas situaciones. Se le ve bastante cómodo, además, lo cual significa que ya lo ha hecho antes. —Fox hizo una pausa—. ¿Voy bien?
—¿De verdad que Maxtone no se lo dijo?
Fox sacudió la cabeza y Compston respiró hondo.
—Habrá oído hablar de Joseph Stark...
—Supongamos que no.
—Su jefe tampoco había oído hablar de él. Increíble. —Compston sacudió la cabeza con afectación—. Joe Stark es un gánster de Glasgow de muy mala reputación. Tiene sesenta y tres años y no está dispuesto a pasar el testigo a su hijo...
—Dennis —interrumpió Alec Bell—, también conocido como un mierda repugnante.
—Hasta el momento coincido con usted —dijo Fox.
—Últimamente, Joe y Dennis, junto con algunos de sus hombres, han estado disfrutando de un pequeño viaje por carretera. Primero Inverness y luego Aberdeen y Dundee.
—¿Y ahora están en Edimburgo?
—Llevan un par de días aquí y no parece que vayan a moverse.
—¿Y los han tenido vigilados en todo momento? —preguntó Fox.
—Queremos saber qué se traen entre manos.
—¿No lo saben?
—Tenemos una corazonada.
—¿Me dirán de qué se trata?
—Es posible que estén buscando a un tal Hamish Wright. Vive en Inverness, pero tiene amigos en Aberdeen, Dundee...
—Y aquí.
—Digo «amigos», pero contactos sería una descripción más acertada. Wright regenta una empresa de transporte, lo cual significa que tiene camiones viajando hasta las Hébridas Occidentales, Orcadas y Shetland, e incluso Irlanda y el continente.
—Sería el hombre perfecto para distribuir algo ilegal. —Habían entregado a Fox una fotografía de Wright y estaba estudiando su rostro. Era rollizo y pecoso, y tenía el cabello pelirrojo y rizado—. Tiene la pinta escocesa de alguien que se llame Hamish —comentó.
—Sí.
—¿Está transportando droga?
—Por supuesto.
—¿Para los Stark? —Fox vio que Compston asentía—. ¿Y por qué no le han detenido?
—Estábamos a punto de hacerlo.
—Pero pensamos que cazaríamos también a Stark y a su hijo —añadió Bell—. Entonces, Wright desapareció.
—¿Y Stark es la mejor opción para encontrarlo? —Fox asintió para indicar que lo entendía—. Pero ¿por qué está tan interesado Stark?
—Tiene que haber alguna razón —dijo Compston.
—¿Relacionada con el dinero?
—Con el dinero y la mercancía, sí.
—¿Y dónde están Stark y sus hombres? ¿Con quién están hablando?
—Ahora mismo están en una cafetería de Leith. Se hospedan en un hostal situado cerca de allí.
—¿Los está vigilando Bob Selway?
—Hasta que yo lo releve en cuarenta minutos —intervino Peter Hughes.
—¿Cree que el joven Peter pasará desapercibido? —preguntó Compston a Fox—. Estábamos pensando si hoy por hoy no le vendría bien una barba hipster en vista de lo moderno que se ha puesto Leith.
—Como si tuviera edad suficiente para dejarse barba —dijo Alec Bell con un resoplido.
Hughes le dedicó una peineta, pero ya parecía haber oído antes todas aquellas bromas. Fox notó que el equipo estaba ablandándose un poco. No es que lo aceptaran, pero estaban dejando de verlo como una amenaza inminente.
—Así están las cosas y esa es la razón por la que estamos aquí —dijo Compston encogiéndose de hombros—. Y si nos permite ponernos manos a la obra, le dejaremos con su Angry Birds.
Pero Fox tenía una pregunta.
—¿Stark y sus hombres estuvieron en la ciudad ayer por la noche? ¿Qué hicieron?
—Cenaron y tomaron unas copas.
—¿Los vigilaron toda la noche?
—Casi. ¿Por qué?
Fox torció el gesto.
—Imagino que habrá oído hablar de Morris Gerald Cafferty, conocido como Big Ger.
—Supongamos que no.
—Increíble —dijo Fox—. Hasta hace poco era un pez gordo de la costa este. Tiene más o menos la misma edad que ese Joe Stark.
—¿Y?
—Al parecer, alguien decidió dispararle ayer por la tarde, alrededor de las ocho.
—¿Dónde?
—En su casa. El tirador estaba fuera y Cafferty dentro, lo cual significa que pudo ser algún tipo de advertencia.
Compston se pasó la mano por la mandíbula.
—Interesante.
Miró a Alec Bell, que se encogió de hombros.
—«De siete a nueve estuvieron en Abbotsford» —recitó Bell—. «Copa en el bar, comida en el restaurante del piso de arriba».
—¿Y dónde estábamos nosotros?
—Peter estuvo en el bar en todo momento.
Hughes asintió.
—Aparte de una pausa rápida para mear. Pero Beth estaba apostada fuera.
—Al final de Rose Street, a veinte metros de distancia como máximo —confirmó Beth Hastie.
—Probablemente no haya nada, entonces —dijo Compston, que no logró dar credibilidad a sus palabras. Después, a Fox—: ¿Cree que su hombre, Cafferty, tenía tratos con los Stark?
—Puedo intentar averiguarlo. —Fox hizo una pausa—. Suponiendo que estén dispuestos a confiar en mí hasta ese extremo.
—¿Conoce a Cafferty lo suficiente para hablar con él?
—Sí.
Fox logró no pestañear.
—¿Puede mencionar a los Stark sin que sospeche que están sometidos a vigilancia?
—Por supuesto.
Compston miró a los otros miembros de su equipo.
—¿Vosotros qué opináis?
—Es arriesgado —contestó Hastie.
—Coincido —farfulló Alec Bell.
—Pero Fox tiene razón en una cosa —dijo Compston mientras se ponía en pie—. Los Stark llegan a la ciudad y, casi de inmediato, alguien dispara a la competencia en su propia casa. Podría ser un mensaje. —Sus ojos se clavaron en los de Fox—. ¿Cree que puede hacerlo?
—Sí.
—¿Cómo?
Fox se encogió de hombros.
—Me limitaré a charlar con él. Se me da bastante bien interpretar a la gente. Si sospecha de los Stark, puede que suelte algo. —Hizo una pausa—. Supongo que tienen acceso a un arma... —Alec Bell resopló—. Lo interpretaré como un sí. —Luego, a Compston—: Bueno, ¿hablo con él o no?
—Pero no dé una sola pista sobre el dispositivo de vigilancia.
Fox asintió y después señaló a la figura silenciosa y cadavérica de Jake Emerson.
—No habla mucho, ¿no?
—Delante de Asuntos Internos no —dijo Emerson con desdén—. Sois todos bazofia.
—¿Lo ve? —terció Compston con una sonrisa—. Jake suele guardarse sus opiniones para él, pero, cuando habla, siempre merece la pena escucharlo. —Tendió una mano a Fox—. Está usted en periodo de prueba, pero, por si sirve de algo, bienvenido a la Operación Júnior.
—¿Júnior?
Compston sonrió con frialdad.
—Si tiene usted madera de detective, ya averiguará por qué —dijo al soltarle la mano.