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PRÓLOGO
ОглавлениеAl final, el pasajero sacó la cinta de casete y la lanzó al asiento trasero.
—Eran The Associates —protestó el conductor.
—Pues que vayan a asociarse a otro sitio. Parece que el cantante se haya pillado los huevos en una prensa.
El conductor pensó en ello unos instantes y sonrió.
—¿Recuerdas cuando se lo hicimos a...? ¿Cómo se llamaba?
El pasajero se encogió de hombros.
—Debía dinero al jefe. Eso era lo que importaba.
—No era mucho, ¿no?
—¿Cuánto falta?
El pasajero miró por el parabrisas.
—Menos de un kilómetro. Hay movimiento por estos bosques, ¿eh?
El pasajero no medió palabra. Estaba oscuro y no habían visto ningún coche en los últimos siete u ocho kilómetros. La campiña de Fife, tierra adentro, con los campos esquilados aguardando el invierno. Una granja de cerdos cercana que ya habían utilizado antes.
—¿Cuál es el plan? —preguntó el conductor.
—Solo tenemos una pala, así que nos jugamos a cara o cruz quién suda la gota gorda. Le quitamos la ropa y luego la quemamos.
—Solo lleva pantalones y un chaleco.
—No he visto tatuajes ni pendientes. No hará falta cortar nada.
—Ya hemos llegado. —El conductor detuvo el coche, salió y abrió una puerta. Un sendero serpenteante se adentraba en el bosque—. Espero que no nos quedemos atascados —dijo al subirse de nuevo. Luego, al ver la mirada de su acompañante—: Era broma.
—Más te vale.
Recorrieron lentamente unos centenares de metros.
—Aquí tengo sitio para dar la vuelta —dijo el conductor.
—Pues perfecto.
—¿Te suena esto?
El pasajero sacudió la cabeza.
—Hace mucho tiempo...
—Creo que hay uno enterrado ahí delante y otro a la izquierda.
—En ese caso, podríamos probar al otro lado del camino. ¿La linterna está en la guantera?
—Con pilas nuevas, como pediste.
El pasajero lo comprobó.
—De acuerdo.
Los dos hombres se apearon y permanecieron inmóviles casi un minuto, acostumbrando la vista a la oscuridad y atentos a cualquier sonido inusual.
—Elijo yo el sitio —dijo el pasajero, que se llevó la linterna consigo.
El conductor se encendió un cigarrillo y abrió la puerta trasera del Mercedes. Era un modelo antiguo y las bisagras rechinaban. Cogió el casete de The Associates del asiento y se lo guardó en el bolsillo de la chaqueta, donde entrechocó con unas monedas. Necesitaría una para el cara o cruz. Luego cerró la puerta, se dirigió al maletero y lo abrió. El cuerpo estaba envuelto en una sábana azul. O lo había estado. El trayecto había aflojado la improvisada mortaja. Pies descalzos, piernas delgadas y pálidas y caja torácica visible. El conductor apoyó la pala en una de las luces traseras, pero acabó cayendo al suelo. Maldiciendo, se agachó a recogerla.
Fue en ese momento cuando el cadáver cobró vida, salió de debajo de la sábana y del maletero y casi hizo pegar un brinco al conductor cuando sus pies tocaron el suelo. El conductor jadeó y se le cayó el pitillo de la boca. Apoyó una mano en el mango de la pala e intentó levantarse con la otra. La sábana quedó colgando del borde del maletero y su ocupante desapareció entre los árboles.
—¡Paul! —gritó el conductor—. ¡Paul!
La linterna precedió al hombre llamado Paul.
—¿Qué coño pasa, Dave? —gritó.
El conductor solo acertó a extender una mano temblorosa para señalar.
—¡Ha escapado!
Paul observó el maletero vacío y dejó escapar un siseo entre dientes.
—Vamos a por él —gruñó—. O alguien cavará un agujero para nosotros.
—Ha resucitado —dijo Dave con voz trémula.
—Pues lo mataremos otra vez —repuso Paul, y sacó un cuchillo del bolsillo interior—. Aún más lentamente que antes...