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ОглавлениеCuando Fox volvió a la oficina, solo encontró allí a Ricky Compston y Alec Bell. Estaban comiendo tarta de crema y bebiendo té con los pies encima de sus respectivas mesas.
—¿Dónde ha estado? —preguntó Compston—. Aparte de dorándole la píldora a su jefe.
—La verdad es que no he visto a Doug Maxtone. Pero he ido a hablar con Big Ger Cafferty.
—Si quiere podemos esperar todo el día.
—¿Dónde están los demás?
—Los Stark han estado moviéndose. Utilizamos dos coches para que no nos detecten. De ahí el éxodo. ¿Con eso le basta, inspector Fox?
Fox se sentó en una de las sillas vacías.
—Por lo visto, Cafferty cree que un criminal de la zona llamado Darryl Christie podría estar detrás del tiroteo, quizá para impresionar a los Stark. Piensa que los Stark han venido aquí para que Dennis pueda tantear la ciudad antes de tomar las riendas del negocio familiar. Eso también explicaría las paradas en Aberdeen y Dundee.
—Ya le hemos dicho por qué están aquí los Stark.
—Sea como sea, decidí hablar con Darryl Christie. Él ya sabía que los Stark estaban en la ciudad.
—¿Sacó él el tema o lo hizo usted?
—No necesitó que lo incitaran.
—¿Me está diciendo que dos jefes de Edimburgo se sinceraron con usted?
Fox se encogió de hombros.
—¿Quiere oír que más dijo Christie?
—Adelante, figura, impresióneme.
Compston se limpió unas migas de hojaldre de la corbata.
—Christie es de la opinión que los Stark han venido para reunirse con Cafferty. ¿Para qué? Para que Cafferty pueda ayudarlos a derrocar a Christie e imponer a Dennis como nuevo jefe de la ciudad. Hasta donde sabemos, eso no es cierto, pero es lo que opina Christie.
—¿Cómo sabía que estaban en la ciudad? —preguntó Alec Bell.
—Por el propietario del hostal.
—Vaya, vaya, vaya —dijo una voz por detrás de Fox. La puerta, que este no había cerrado del todo, ahora estaba abierta de par en par, y Rebus tenía las manos apoyadas en las jambas—. Debo reconocer que esto no es lo que me esperaba.
Fox se levantó como un resorte.
—¿Cómo has entrado?
—Alguien se ha olvidado de informar a los de recepción de que ya no figuro en los registros.
—El puñetero John Rebus —dijo Bell.
—Eh, Alec. —Rebus saludó con la mano—. ¿Sigues al pie del cañón?
—He oído hablar de usted —dijo Compston.
—Entonces me lleva ventaja.
Rebus le tendió la mano y Compston se la estrechó al tiempo que se presentaba.
—Tenemos mesas para cinco, lo cual significa que nos faltan unos cuantos —reflexionó Rebus mientras estudiaba la sala—. Y apenas hay documentos. Es confidencial, ¿verdad? ¿Están aquí para atrapar a los Stark?
Compston miró a Rebus con cara de pocos amigos, esperando una explicación. Rebus intentó poner a Fox una mano en el hombro, pero este se apartó.
—La culpa no la tiene Malcolm —dijo Rebus—. Yo era la única forma de llegar hasta Cafferty y Christie.
—¿Es eso cierto?
Compston tenía la mirada clavada en Fox y este en el suelo.
—Al jefe de policía deben de provocarle erecciones los Stark. Un equipo como este no sale barato. —Rebus se sentó encima de una mesa con los pies colgando—. Supongo que Foxy es su enlace local y me pidió ayuda porque quería impresionarlos con su actitud entusiasta y voluntariosa. ¿Qué tal lo ha hecho?
—Este no es sitio para un civil, Rebus —dijo Compston.
—Si estallan guerras en la ciudad, es malo para cualquiera, vaya de uniforme o no. Si están vigilando a los Stark, ya conocen el paño. Puede que estén preparándose para acabar con Darryl Christie.
—No están aquí por eso —terció Alec Bell, que recibió una mirada fulminante de Compston.
—Darryl sí lo cree. Se le ha metido en la cabeza que van a por él, espoleados por Cafferty.
—No se han reunido con Cafferty ni con el tal Darryl Christie —afirmó Compston.
—¿De modo que no están introduciendo a Dennis en los bajos fondos? —Rebus se rascó la mejilla—. ¿Están seguros?
—Los tenemos vigilados.
—Por casualidad uno de ellos no se pasaría por el rinconcito de Cafferty anoche y le disparó...
—No lo creemos.
—Puede que haya lagunas en el dispositivo de vigilancia —intervino Fox—. Lo bastante grandes para que eso sea una posibilidad.
—Ahora mismo desearía haberle dejado en un rincón con el puto juego de Angry Birds —masculló Compston, que se levantó y recorrió la sala.
—Por si sirve de algo —dijo Rebus—, Malcolm no me ha contado absolutamente nada sobre esta operación y no ha revelado nada delante de Cafferty y Christie.
—Pero usted lo averiguó.
Rebus sacudió la cabeza.
—Me picaba la curiosidad, eso es todo. —Miró el reloj de pared—. ¿Me permiten llevarlos aquí enfrente a tomar una copa? No es el peor bar de la ciudad, y estoy seguro de que nadie ha tenido la decencia de bautizarles, por así decirlo.
—Se supone que debemos esperar el informe de los muchachos —advirtió Bell.
Compston meditó unos instantes.
—Pero no nos haría ningún mal, ¿verdad? No más del que ya ha causado el inspector Fox. Puedes quedarte al mando si quieres, Alec.
—Cuantos más seamos, mejor, Ricky. Te acompaño.
—Entonces hay unanimidad. —Rebus se bajó de la mesa—. Tú primero, inspector Fox. A fin de cuentas, la ronda la pagas tú.
El pub estaba lleno de trabajadores que volvían a casa y de estudiantes jugando al ajedrez y las damas. No quedaban mesas libres, así que el grupo se instaló al fondo de la barra. Fox pagó las bebidas: tres pintas y un agua con gas.
—Si hubiera sabido que no bebía —le reprendió Compston—, habría estado fuera de mi equipo desde el primer minuto.
Cogió la primera de las cervezas que le ofrecieron, bebió un sorbo y se relamió.
—¿Cómo estás, John?
Bell y Rebus brindaron.
—No me puedo quejar, Alec. ¿Sigues en Glasgow?
—Ahora mismo me han trasladado a Gartcosh.
—Enhorabuena. Es un avance si lo comparamos con detener a drogatas y maltratadores de mujeres.
—Sí.
—Y bien, ¿alguien está paseándose por su ciudad con un arma de fuego? —interrumpió Compston—. No lo he visto en las noticias.
—Cafferty dice que fue un accidente, que tropezó y rompió una ventana. Los vecinos cuentan una historia diferente y hay un agujero de bala en la pared de su salón.
—¿Son ustedes íntimos, entonces?
—En la medida en que me he pasado media vida intentando meterlo entre rejas.
—¿Hubo suerte?
—Fue puesto en libertad por problemas de salud, seguidos de una recuperación milagrosa. —Rebus dejó el vaso encima de la mesa—. Entonces, ¿van a contarme algo o seguiremos mareando la perdiz?
Compston miró a Alec Bell.
—Pese a su apariencia, John es buen tipo —confirmó Bell.
—Los Stark —dijo Compston tras pensárselo unos instantes— están buscando a un hombre llamado Hamish Wright. Es propietario de una empresa de transportes y distribuía droga por todo el país en sus contenedores. Llevamos tiempo vigilando a los Stark y, cuando abandonaron Glasgow y visitaron el guardamuebles de Wright en Inverness, supimos que se cocía algo. Después fueron a Aberdeen y Dundee, y ahora están aquí.
—¿Han buscado a Wright?
—Se ha largado. La mujer está cubriéndole el trasero. Dice que ha viajado a Londres por negocios, pero no ha hecho una sola llamada con su teléfono y nada corrobora que esté allí.
—¿Y su coche?
—Aparcado en el garaje de casa.
—¿La mujer parece asustada?
—Yo diría que sí.
—¿Tiene Wright algo que pertenezca a los Stark? —especuló Rebus.
—Probablemente droga y dinero —aventuró Bell.
El teléfono de Compston empezó a vibrar.
—Es Beth —dijo.
Se llevó el teléfono a la oreja y se tapó la otra con la mano que tenía libre. Pero el ruido del bar era excesivo, así que se dirigió a la puerta. Una vez fuera, Rebus se centró en Bell.
—¿Qué tal es, Alec?
—No está mal.
—¿Mejor que tú?
Rebus no parecía convencido.
—Distinto. Es un asunto de drogas y dinero, por cierto. Y ambas cosas en cantidad. Eso de hacer la competencia a Christie no es cierto. Y tampoco que vayan a por Big Ger Cafferty.
—¿Habéis instalado micrófonos? —preguntó Rebus.
—Mejor aún. —Bell miró a Fox, comprobó que la puerta estuviera cerrada y agitó el dedo índice—. Que esto no salga de aquí. —Fox levantó las manos en un gesto apaciguador—. Tenemos un infiltrado. Está muy asentado.
—¿Bob Selway? —aventuró Fox, pero Bell negó con la cabeza.
—Nada de nombres. Lleva tres años infiltrado, acercándose cada vez más a los Stark.
—Hay que tener aguante —dijo Rebus impresionado.
—Eso explica por qué mi jefe pensaba que íbamos a recibir a seis personas —añadió Fox.
—Sí, la cagó alguien en Gartcosh y se llevaron una reprimenda de Ricky Compston por sus esfuerzos.
—¿El equipo existe desde hace tres años?
Bell volvió a negar con la cabeza.
—Ha habido otros antes. Los Stark están detrás de la mitad de los delitos que se cometen en Glasgow y otros lugares. Hasta el momento, ninguna operación ha sido capaz de acabar con ellos.
—Parece que vuestro topo no está ganándose el suelo precisamente —comentó Fox.
Bell lo miró con cara de pocos amigos.
—¿Y cuál es la historia de ese transportista? —preguntó Rebus antes de llevarse la pinta de cerveza a los labios.
—No estaba contento distribuyendo material para los Stark. Podríamos decir que quería ser más autónomo. Estaba hablando con gente de Aberdeen y otros lugares.
—¿Aquí también? —Alec Bell asintió lentamente—. ¿Te refieres a Darryl Christie?
—Muy posiblemente.
—Con lo cual, los Stark querrán un cara a cara con Darryl.
—Puede, pero preferirían encontrar primero a Hamish Wright si tiene en su haber medio millón en cocaína y éxtasis y otro tanto en efectivo.
—¿Os lo ha dicho vuestro hombre?
—Sí.
—¿Basta para llevarlo a juicio?
—Más o menos.
—Pero queréis más.
Bell esbozó una sonrisa de oreja a oreja.
—Siempre.
—Cuanto más tiempo esté infiltrado vuestro hombre, más riesgo habrá de que lo descubran.
—Es consciente de ello.
—Pase lo que pase, se merece una medalla.
Bell estaba asintiendo cuando Compston abrió la puerta y se dirigió hacia el grupo, frotándose las manos para entrar en calor.
—Los Stark se han reunido con un hombre llamado Andrew Goodman.
—Dirige un grupo de porteros de discoteca —dijo Rebus.
—Exacto. Lo cual significa que tiene voz y voto en cuanto a lo que entra y no entra en pubs y discotecas.
—Sus chicos la tienen —corrigió Rebus.
—Incluidas sustancias ilegales —añadió Fox— y a quienes las llevan con intención de venderlas.
—Muy bien —dijo Compston.
—¿Conoce a Hamish Wright? —preguntó Rebus.
Compston se encogió de hombros.
—Esta partida va a ser larga. Pero al final haremos encajar todas las piezas del rompecabezas.
Rebus frunció la nariz.
—Pero a veces se pierde una entre los tablones del suelo. O no venía originalmente en la caja.
—Optimista, ¿eh, cabrón? ¿A quién le toca pagar otra ronda?
—Yo tengo que irme —dijo Fox.
—¿A informar a su jefe en la acera de enfrente? ¿Ya ha decidido cuánto va a contarle?
Al ver que Fox no respondía, Compston le indicó con un gesto que se marchara, pero él no se movió.
—Ya sé por qué se llama Operación Júnior —afirmó.
Compston arqueó una ceja.
—Váyase ya.
—En las películas de Iron Man, Robert Downey Jr. interpreta a un personaje llamado Stark.
Compston fingió aplaudir cuando Fox salió.
—¿Lo mismo, John? —preguntó Bell.
Rebus asintió, observando a la figura que se marchaba. Luego se volvió hacia Compston.
—Malcolm puede ser mejor o peor, pero si algo se puede asegurar sobre él es que no juega sucio. Así que, si se pasa usted de la raya, puede que él haga saltar las alarmas. Hasta entonces, no le creará problemas.
—No me gusta que le haya metido en esto.
—Me ha contado lo mínimo. Hasta que entré en St. Leonard’s no sabía lo que iba a encontrarme.
—Pero se dio cuenta de que él estaba ocultándole algo.
—Solo porque soy bueno en esto. ¿Dónde están los Stark ahora mismo?
—Dennis y sus chicos están comiendo en un hindú de Leith Walk y su padre camino de vuelta a Glasgow. Por lo visto tenía negocios pendientes allí.
—¿Con un par de miembros del equipo siguiéndolo?
—Jake y Bob —confirmó Compston, más para informar a Bell que a Rebus—. Eso significa que puede que tengamos que sustituir a Beth y Peter más tarde.
—Por mí no hay problema —respondió Bell.
Compston volvió a centrar su atención en Rebus, mirándolo de arriba abajo con énfasis.
—Entonces, ¿qué hacemos con usted, señor Rebus?
—¿Aparte de pedir la siguiente ronda, quiere decir?
—Aparte de eso, sí.
—Bueno, supongo que podría hablarle un poco de Cafferty y Christie. Solo por pasar el rato. —Rebus señaló una de las mesas, en la que dos estudiantes habían acabado una partida y estaban levantándose—. O podría darle una paliza a las damas. Lo dejo a su elección.
Doug Maxtone iba caminando por el pasillo, poniéndose el abrigo, cuando Fox llegó a lo alto de las escaleras.
—Pensaba que me habían dejado plantado —dijo Maxtone—. He ido a la oficina pero está todo a oscuras.
—Lo siento, señor. Algunos están de vigilancia y los otros han salido a tomar algo.
Maxtone se detuvo y se colocó la bufanda.
—¿Y bien? —preguntó.
—¿Qué le han dicho en la sesión informativa? Para no contarle lo que ya sabe...
—Compston y su equipo han venido a la ciudad siguiendo a una banda dirigida por Joe y Dennis Stark.
—Y los Stark están aquí porque...
—Porque alguien se ha esfumado y quieren encontrarlo. —Maxtone hizo una pausa—. Creía que era usted quien iba a rendir informe.
—Para serle sincero, no puedo añadir gran cosa. El equipo de Compston está realizando maniobras de vigilancia, pero, hasta el momento, el hombre al que buscan no ha aparecido.
—Y Edimburgo es solo un alto en el camino, ¿verdad?
—Eso es, señor. Ya lo han buscado en otras ciudades.
—Y si no lo encuentran pronto, ¿irán a otro sitio?
—Supongo que sí.
—Perfecto. —Maxtone hizo ademán de irse, pero se detuvo—. ¿Compston está comportándose? ¿Está incumpliendo alguna norma o pisoteando a alguien?
—Que yo sepa, no.
—Pero ¿usted lo sabría?
—Creo que sí.
—Perfecto —repitió Maxtone—. Nos vemos mañana, Malcolm.
—Claro.
Fox observó a su jefe bajar por las escaleras. No había razón para que Maxtone supiera nada sobre Cafferty y Christie, la droga desaparecida o el policía que se había infiltrado en la banda de Stark. No había razón para que nada de aquello alterara la velada de Doug Maxtone.
Se dirigió a la puerta de la oficina de la Operación Júnior y giró la maneta.
Estaba abierta. Encendió las luces y entró. Había dos ordenadores portátiles, ambos en modo reposo. Pasó un dedo por los paneles táctiles y vio que estaban protegidos con contraseña. Encima de una mesa había varios documentos y una fotografía de Hamish Wright. Debajo había una copia de una factura de teléfono; para ser más exactos, la factura de móvil más reciente de Wright. Alguien había comprobado los números y había anotado los detalles en el margen. Fox sacó su teléfono e hizo una foto. Luego volvió a ordenarlo todo, fue hacia la puerta y apagó la luz.
Era la noche en que llamaba a su hermana, cosa que haría en cuanto llegara a casa. Luego pensaba encender el ordenador y ver qué podía averiguar sobre los Stark y sus compinches.
Y si no le llevaba tanto tiempo como se temía, llamaría a Siobhan antes de acostarse para preguntarle cómo le había ido el día y tal vez contarle cómo le había ido el suyo.