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ОглавлениеClarke se pellizcó el tabique nasal y cerró los ojos con fuerza. Durante casi tres horas había estado leyendo acerca de David Minton: su infancia, su educación, su trayectoria en el mundo del derecho, su fallido intento por convertirse en parlamentario conservador y su posterior título de noble. Como abogado de Su Majestad, había podido hablar en el Parlamento escocés, pero la administración actual había modificado su papel, de modo que ya no asistía a las reuniones del gabinete. El compañero más cercano a Minton era la agente de la Corona Kathryn Young. Esta estaba presionando a Page y su equipo; llamó por teléfono cuatro veces y se presentó sin avisar en dos ocasiones. Lo mismo ocurrió con la procuradora general, que al menos hizo que uno de sus esbirros ejerciera de inquisidor; era más fácil despedirlo a él que a la propia agente de la Corona.
Clarke creía saber algo sobre el mundo del derecho. En su trabajo pasaba mucho tiempo con abogados de la fiscalía. Pero aquello estaba por encima de su salario y tenía problemas para esclarecer la función del abogado de Su Majestad. Pertenecía al gobierno, pero no estaba en el gobierno. Dirigía el servicio de la fiscalía, pero su papel como asesor legal del gobierno de la época entrañaba complicaciones, a saber, posibles conflictos de intereses. Después del traspaso de competencias, el cargo de abogado de Su Majestad ya no contemplaba la prebenda de un título nobiliario vitalicio, pero el nombramiento de Minton era anterior a la instauración del Parlamento escocés. Era inusual en el sentido que había decidido no convertirse en juez una vez que hubo terminado su trabajo como abogado de Su Majestad, algo que solo había hecho otro compañero, lord Fraser de Carmyllie.
¿Y qué función desempeñaba la procuradora general?
Luego estaba el fiscal general de Escocia, que asesoraba al gobierno británico en cuestiones de ley escocesa. Vivía en Londres, pero tenía una oficina en Edimburgo, y había habido llamadas telefónicas de ambas. La fiscal (en realidad una delegada del fiscal) adjunta al caso Minton se llamaba Shona MacBryer. Clarke había trabajado con ella en el pasado y le caía muy bien. Era avispada y meticulosa, pero lo bastante relajada como para poder bromear con ella. Había ido a ver a Page varias veces, pero Clarke todavía no había pedido de rodillas una breve explicación sobre la jerarquía legal escocesa. Ningún agente de policía quería que un abogado los considerara más estúpidos de lo que ya los consideraban la mayoría de los abogados.
A falta de algo mejor que hacer, Clarke se dirigió a la cafetería —lo bueno de Fettes es que al menos tenía cafetería— y se sentó a una mesa con una taza de té y un Twix. Estaba recordando que Malcolm Fox trabajó allí durante toda su estancia en Asuntos Internos. No creía que se hubiera adaptado todavía al DIC. Era un buen tipo, quizá demasiado. Visitaba a su padre en la residencia de ancianos casi todos los fines de semana y llamaba a su hermana de vez en cuando en un intento fallido de reconciliarse con ella. A Clarke le gustaba estar con él, y no porque lo considerara un gesto caritativo, como le había explicado semanas antes. Su respuesta —«Por supuesto, yo tampoco lo hago por caridad»— la había enfurecido, y no había mediado palabra durante el resto de la película que estaban viendo. Aquella misma noche, había contemplado su reflejo en el espejo del cuarto de baño.
—Cabrón engreído —había dicho en voz alta—. Soy una joya.
Y, para rematarlo, había dado varios puñetazos a la almohada antes de conciliar el sueño.
—¿Le importa que me siente?
Clarke levantó la cabeza y vio a James Page, taza de café en mano.
—Claro que no —dijo.
—Parecía que estaba pensando en cosas importantes.
—Siempre.
Page dio un sonoro sorbo a su taza.
—¿Estamos progresando? —preguntó.
—Hacemos lo que podemos. Todos los ladrones de la ciudad han sido puestos sobre aviso: si nos dan un nombre, tendrán un amigo cuando lo necesiten.
—De momento no ha surtido efecto...
—X delata a Y, Y a Z y Z a X.
—En otras palabras, no son optimistas.
—Optimistas, no; curiosos, sí.
—Continúe.
Page volvió a sorber sonoramente. Las pocas veces que se habían visto —hacía ya un tiempo—, había hecho lo mismo, con independencia de si la bebida estaba caliente, tibia o fría. Ella le había pedido que parara, pero Page era incapaz y no le suponía problema alguno.
—Primero tiene que dejar esa taza hasta que yo me vaya. —Page intentó mirarla fijamente, pero acabó cediendo—. Al principio —prosiguió Clarke— dejamos a un lado la vida privada de Minton. Pensamos que era un robo que se había complicado. Pero la nota lo cambia todo. El difunto hizo algo que molestó a alguien.
—Probablemente en su vida profesional, no en su vida privada —advirtió Page.
—Esa es la razón por la que Esson y Ogilvie están escrutando varios años de casos y juicios. La cuestión es que debía ser un caso muy importante para que alguien llegara a la conclusión de que la presunta injusticia merecía una amenaza de muerte, ¿no cree? Además, tenía que ser algo reciente. De lo contrario, ¿por qué mostrarse tan encolerizado de repente?
—A lo mejor el culpable acaba de salir de la cárcel.
—También tenemos a alguien comprobando historiales. Pero puede que estemos abordando el asunto de la manera equivocada. Por lo que he descubierto sobre lord Minton, es casi demasiado perfecto. Todo el mundo tiene secretos.
—Hemos registrado su casa y hemos examinado el contenido de sus ordenadores personales y de trabajo. No hay correos electrónicos inusuales o acusatorios. En su oficina dicen que no han recibido cartas fuera de lo común. He preguntado y, aunque el correo electrónico fuera privado o personal, lord Minton había dado instrucciones de que lo abrieran. No hubo llamadas telefónicas; hemos comprobado su teléfono fijo y el móvil. Ahí no hay nada, Siobhan.
—Entonces, ¿de qué estamos hablando? ¿De un caso de identidad errónea? ¿De una nota enviada a la persona equivocada, de una ventana rota en la despensa de la casa equivocada? —No pudo evitar pensar en la víspera en casa de Cafferty—. Conservó la nota, James. Es más, la llevaba con él. Yo creo que sabía que significaba algo.
—Pero ¿por qué no se lo contó a nadie?
—No lo sé. —Clarke se pasó una mano por el pelo—. Quizá deberíamos hablar otra vez con sus amigos, empezando por los más íntimos.
—Íntimos como Kathryn Young, ¿no?
—Según tengo entendido, sí.
Page guardó silencio unos instantes.
—Aun así, no estoy convencido, Siobhan. El agresor entró por la fuerza. Minton no abrió la puerta a un conocido.
—Entrar por la puerta principal es peligroso, hay una calle llena de testigos potenciales.
—Pero trepar muros, colarse por jardines traseros...
—Dudo que estemos buscando a alguien de la generación de la víctima, aunque nunca se sabe.
Page suspiró ruidosamente.
—¿Ya puedo tomarme el café?
Clarke sonrió y se puso en pie.
—Nos vemos arriba —dijo.
Había un Starbuck’s en Canongate, y Kathryn Young había acordado reunirse con ellos allí. Disponía de cuarenta minutos hasta la siguiente reunión en el Parlamento escocés, así que mandó un mensaje de texto a Clarke diciéndole lo que quería tomar. Las mesas eran pequeñas y poco discretas, pero Page hizo lo que pudo. Estaban en un rincón al fondo de la sala, y creía que el ruido regular de los trabajadores calentando leche y moliendo granos de café impediría a los demás clientes oír la conversación.
Young llevaba un bolso que parecía pesar mucho. Con él, una de las abogadas más importantes de Escocia recordaba a una profesora abrumada por una semana de trabajos pendientes de corregir. Iba bien vestida, pero el viento que aullaba en dirección al Parlamento había despeinado su melena castaña y le había enrojecido las mejillas.
—Un poco de café con leche —dijo Clarke, empujando la taza hacia ella.
Young asintió a modo de agradecimiento y se quitó el abrigo y la bufanda.
—¿Hay noticias?
—Hay algo que nos gustaría comentarle —dijo Page en voz baja, inclinándose hacia delante con los codos apoyados en las rodillas y las manos juntas como si estuviera rezando—. Hemos estado debatiendo el móvil del crimen.
—Yo creía que era un caso claro de allanamiento.
—Nosotros también, hasta que encontramos esto.
Page hizo un gesto a Clarke, que tendió a Young una fotocopia de la nota. La abogada frunció el ceño mientras leía.
—Alguien se la envió a lord Minton —explicó Clarke—, y este se la guardó en la cartera. A mi entender, eso significa que no se lo tomó a broma. Nos preguntamos quiénes podían ser sus enemigos.
—No lo entiendo. —Young devolvió la nota—. ¿No lo han hecho público?
—No creímos que fuera a resultar útil, al menos de momento —explicó Page.
—Usted lo conocía mejor que nadie —terció Clarke, que, al establecer contacto visual con ella, se dio cuenta de que Young tenía los ojos del mismo tono marrón que su cabello—, así que pensamos que tal vez podía arrojar algo de luz. ¿Alguna vez mencionó que hubiera recibido amenazas o a alguien que le tuviera resentimiento, ya fuera real o se lo pareciera?
La agente de la Corona sacudió la cabeza.
—No habíamos intimado tanto. Conocía a David desde hacía doce o trece años, pero creo que casi todos sus amigos de verdad, de los que hablaba, están muertos. Eran otros abogados, al menos un diputado, empresarios... —Sacudió la cabeza de nuevo—. Lo siento, pero no se me ocurre nadie que pudiera querer hacerle daño.
—¿Pudo ser un caso en el que trabajara? —insistió Clarke.
—Siempre fue muy precavido. Hablaba de manera general o comentaba temas de procedimiento, diligencia o prioridad. Había memorizado juicios famosos del pasado...
—¿Y no notó algún cambio en él recientemente? ¿Estaba más callado, quizá? ¿Tenso?
Young se concentró en el café mientras reflexionaba la respuesta.
—No —dijo finalmente—. Nada. Pero la señora Marischal sabrá más que yo. Pasaba más tiempo compartiendo una taza de té con él que quitando el polvo. O cualquiera que trabaje en su despacho ahora mismo. ¿Les han preguntado?
—Sí, pero quizá volvamos a intentarlo.
—No es seguro que la persona que envió la nota sea la misma que entró en su casa —afirmó Young.
—Somos conscientes de ello.
—Deberían hacerlo público. La nota, quiero decir. Alguien podría reconocer la caligrafía. —Consultó su reloj y bebió otro sorbo de café—. Lo lamento, pero debo irme. Siento no haber sido de mucha utilidad.
—¿Cree que merece la pena que hablemos con alguien del New Club? Iba allí casi a diario.
Young volvió a enfundarse el abrigo y cogió la bufanda.
—Sinceramente, no tengo ni idea. —Dobló las rodillas para recoger el bolso—. Luego hablan de oficinas digitalizadas —dijo con una sonrisa desangelada antes de dirigirse a la puerta.
—A esto lo llamo yo aprovechar bien el tiempo —comentó Page entre dientes.
—Puede que tenga razón en lo de la nota. Es lo único que tenemos; sería una lástima no utilizarlo.
—La prensa armará un escándalo —advirtió Page—. La gente se asustará y se irá de casa porque hay un asesino ahí fuera y cualquiera podría ser su próximo objetivo. Además, saldrán de la nada pirados con las premoniciones y teorías de siempre.
—Y nuestro asesino, sabiendo que ya no lo consideramos un robo fallido, tendrá mucho tiempo para hacer las maletas y marcharse a otro sitio. —Clarke asentía con la cabeza—. Todo eso es cierto, James.
Page la miró.
—Pero, aun así, ¿cree que deberíamos hacerlo?
—¿Sabe qué es un lanzamiento controlado? Nada de ruedas de prensa. Le damos la información a un medio, a alguien que la difunda sin sensacionalismos. Las redes sociales harán circular la noticia, pero será nuestra versión. Cuando llegue a oídos de otros periódicos, la tormenta habrá remitido un poco.
—Imagino que tendrá a algún periodista en mente...
Clarke asintió, cogió el teléfono y lo inclinó hacia Page.
—En cuanto me dé luz verde.
Page se recostó en la silla y cruzó los brazos. Su gesto de aprobación fue a lo sumo poco entusiasta. Clarke realizó la llamada de todos modos.
Laura Smith llegaba a la cafetería veinte minutos después, momento en el cual Page ya había regresado a la oficina. Se había disculpado diciendo que tenía una reunión, pero Clarke sabía que estaba poniendo tierra de por medio entre él y el plan. Si les estallaba en la cara, Clarke sería la única que debería dar explicaciones al jefe.
—Te has dejado el pelo largo —dijo Clarke cuando Smith hubo pagado un botellín de agua y se sentó en la silla de Page.
—Y tú te lo has cortado. Te queda bien.
Smith quitó el precinto del botellín y dio un sorbo.
—¿Cómo va el negocio de los periódicos?
Todavía bebiendo, Smith puso los ojos en blanco. Apenas rebasaba el metro y medio de altura, pero cada centímetro de su cuerpo estaba encaminado a salir adelante, lo cual era difícil cuando la profesión que habías elegido parecía estar agonizando. Se secó los labios con el dorso de la mano y volvió a enroscar el tapón de la botella.
—Hay más despidos a la vista.
—No deberían afectarte, ¿no?
—Bueno, soy la única periodista de sucesos que tienen, y la última vez que miré, los sucesos seguían vendiendo periódicos, así que... —Se encogió de hombros y centró su atención en Clarke—. ¿Se trata de lord Minton?
—Sí.
—¿Puedo citar la fuente?
—Más o menos. Aunque preferiría que utilizaras «fuentes policiales». Y necesitaré leer lo que escribes antes que tu director.
Smith hinchó los carrillos.
—¿No es negociable?
—Me temo que no.
Smith torció el gesto y sacó el teléfono del bolsillo.
—¿Puedo grabar la conversación de todos modos? Como recordatorio...
—No veo razón para que no lo hagas, pero enseñaré más que hablaré.
Smith estaba toqueteando la función de grabación del teléfono. Cuando por fin levantó la vista, Clarke tenía en la mano la nota fotocopiada.
—De la cartera de lord Minton —dijo.
El ruido que emitió Laura Smith —capturado por su teléfono— era algo a medio camino entre un chillido y un hurra.