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Inicios

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La primera exhibición cinematográfica peruana se efectuó en la plaza de Armas de Lima el 2 de enero de 1897, con la asistencia del presidente Nicolás de Piérola. El aparato empleado, procedente de Estados Unidos, fue el vitascope de Thomas Alva Edison, y no el cinematógrafo de los hermanos Lumière, que llegó después.

En 1911 se filma, según el historiador Jorge Basadre, la primera película peruana: un documental titulado Los centauros peruanos, basado en ejercicios de caballería. De acuerdo con el mismo historiador, el primer corto peruano de ficción pertenece al escritor Federico Blume y es la comedia Negocio al agua, filmada en 1913. El siguiente filme del que se tiene noticia, rodado ese mismo año, es Del manicomio al matrimonio, con argumento de la escritora María Isabel Sánchez Concha.

En los años siguientes se filman ceremonias cívicas y sociales a manera de notas informativas, a cargo de fotógrafos profesionales, en su mayoría. Alrededor de 1920 destacan en tal actividad los fotógrafos Avilés y Calvo.

Mientras que en 1926 se realiza la película Páginas heroicas, inspirada en la guerra con Chile, cuya exhibición pública no ha sido confirmada, es en 1927 que se filma y estrena la primera película peruana de largometraje, Luis Pardo, que relata un episodio de fines del siglo XIX, respecto a un bandolero famoso. El director también argumentista y protagonista del filme, Enrique Cornejo Villanueva, la hizo sin ninguna experiencia técnica previa y posteriormente no tuvo participación alguna en otras películas. En 1928 se filma una versión de La Perricholi, inspirada en la vida de la célebre amante del virrey Amat, escrita y dirigida por Guillermo Garland y el argentino Luis Scaglioni, y protagonizada por Carmen Montoya y el italiano Enzo Longhi. Luego, en 1929, el italiano Pedro Sambarino, quien había incursionado en el cine boliviano y que en el Perú se inició con la fotografía de Luis Pardo, realiza El carnaval del amor, sobre motivos de la vida local.

Hacia 1930 se filma Como Chaplin, de la compañía Patria Films, un intento de remedo humorístico por el chileno Alberto Santana. Al año siguiente, el mismo Santana dirige Las chicas del jirón de la Unión, y en 1932 se rueda un largometraje sobre la profilaxia sexual que se exhibía un día para hombres y otro para mujeres en el Teatro Segura de Lima, con el título de Cómo serán vuestros hijos. Por fin, en 1933 se realiza la última película muda peruana, Yo perdí mi corazón en Lima, de la compañía Patria Films, escrita y dirigida por Alberto Santana. En estos años aparece un noticiero de irregular periodicidad, Noticiero Heraldo, a cargo del chileno Sigifredo Salas (dirección, montaje y narración) y del español Manuel Trullen (cámara y laboratorio).

Sobre el valor de estas primeras experiencias cinematográficas poco hay que decir: en sus limitaciones técnicas, en su precariedad expresiva, fueron intentos más o menos aislados de abrir una vía para un posible cine comercial, semejante al que en esos momentos se realizaba en otros países de Sudamérica, especialmente Argentina y Chile, donde la producción fílmica durante los años veinte alcanzó un número considerable. Hay que resaltar el hecho de que buena parte de los pioneros de esta época procedió del extranjero, tal es el caso de Alberto Santana y Manuel Trullen, quienes habían acumulado experiencia fílmica en Chile. Asimismo, hubo dos peruanos, José Bustamante y Ballivián y el escritor Ricardo Villarán, quienes, como directores, tuvieron amplia participación en el periodo de 1920-1930, en el cine argentino, especialmente Villarán, quien dirigió La baguala, El hijo del riachuelo, Manuelita Rosas, El poncho del olvido, entre otros títulos. Precisamente, Villarán será uno de los principales animadores del periodo de Amauta Films, que supone el mayor impulso que en el campo del largometraje haya tenido el cine peruano hasta la fecha.

Por lo demás, las películas mencionadas están todavía muy lejos de formar un público para un cine peruano en un momento en que la producción estadounidense ya se ha enseñoreado del mercado local y antes de que las películas mexicanas, con el advenimiento del sonido, comiencen a competir, en desventaja, ciertamente, con las estadounidenses, y a conquistar un mercado facilitado por el alto volumen de analfabetismo y la eficacia de ciertos géneros (la comedia ranchera y el melodrama, principalmente) que no encuentran correspondencia en el caso peruano. Es evidente, también, que a pesar de que durante el Oncenio, gobierno de Augusto B. Leguía (1919-1930), se fortalece la burguesía industrial y comercial nativa, así como se sella en forma definitiva la dependencia del hegemonismo estadounidense en reemplazo del británico, la perspectiva de hacer cine en el Perú no es ni siquiera vislumbrada, a diferencia de lo que sucede en Argentina y México, donde, por otro lado, el afianzamiento de la burguesía industrial y comercial tendrá una continuidad ascendente, lo que no sucede en el Perú.

Por último, en el periodo 1919-1933 se rueda un material informativo cuyo volumen habría que precisar y, en gran parte, suponemos, perdido, que registra diversos acontecimientos de la vida local, especialmente pública, y que da cuenta, incluso, de las manifestaciones de movilización popular que en esos años, y sobre todo de 1930 a 1933, se producen en el país. Así, por ejemplo, tanto el entierro de José Carlos Mariátegui como algunos sucesos que rodearon la caída de Leguía y las primeras concentraciones del partido aprista, el movimiento político de mayor gravitación en el Perú a partir de 1930, fueron filmados. El valor testimonial de este material permanece en la penumbra.

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