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El auge de la radio y de Amauta Films
ОглавлениеEn 1937, Felipe Varela La Rosa, Ricardo Villarán y Manuel Trullen fundaron la empresa Amauta Films, y así con implementos de la desaparecida Cinematografía Heraldo y otros nuevos que se adquieren realizan una producción, La bailarina loca. A partir de esta película se produce un “despegue” en el cine peruano, tanto en lo que respecta a volumen de producción como a la aceptación del público, que reconoce los rasgos de un cine local en su acentuado provincianismo. Este periodo de relativo auge se caracteriza, más que por los esfuerzos precedentes, por una circunstancia principal que lo explica: la popularidad de varias figuras de la radio.
El medio radial se implantó en el país en 1925 y en pocos años amplió su audiencia a tal punto que popularizó, como no había sucedido antes, tanto a jóvenes figuras de la canción criolla como a actores procedentes del teatro de variedades. Es, entonces, el requerimiento de “darle cuerpo” a estas voces populares lo que se materializa en la producción de Amauta Films. Los actores Edmundo Moreau, Antonia Puro, Alex Valle y Gloria Travesí, entre otros, así como las jóvenes cantantes Jesús Vásquez y Alicia Lizárraga constituyen el ingrediente básico y el atractivo principal de estas cintas de la misma forma que treinta años más tarde algunas figuras de la televisión animan un rebrote de la actividad fílmica en el país.
Así, pues, el cine comercializa el éxito radial y a la luz de sus consumidores se proyecta, al menos inicialmente, como un complemento y prolongación audiovisual de la práctica radial.
Amauta Films es, sin duda, la empresa que mayor importancia de 1937 a 1940, periodo en el que también aparecen otras compañías menores.
La producción de Amauta Films es la siguiente:
En estos mismos años, la compañía Propesa filma Corazón de criollo y Padre a la fuerz a; la Ollanta Films, El vértigo de los cóndores, de Andrés Saa Silva, que protagoniza la actriz Delia Iñiguez; la Colonial Films, El niño de la puna, dirigida por el conocido actor peruano Carlos Revolledo; la Condor Pacific Films, Santa Rosa de Lima, realizada por Pepe Muñoz.
Esta relación de títulos, que no es exhaustiva, nos revela por sí misma que existió una actividad relativamente amplia en la época. Las producciones realizadas en estos años están hechas a un costo que fluctúa entre los 30 mil y 50 mil soles (el cambio era de alrededor de 3 soles por dólar) e incluso, algunas de ellas por debajo de esas cifras. La elaboración de cada película demandaba un periodo de tres meses aproximadamente, y la financiación, hasta donde se sabe, estuvo en manos de capitalistas peruanos, entre los que se encuentran Felipe Varela La Rosa, Ántero Aspíllaga, Teófilo R. Fiege, Federico Tang, Julio Barrenechea, J. Villanueva, Federico Uranga, Enrique Alexander, Jorge Carcovich, José Bolívar, Renato Lercari, etcétera.
La causa principal de la paralización de la actividad fílmica proviene de la Segunda Guerra Mundial, debido a la cual el envío de película virgen procedente de Estados Unidos, con el que se abastecía la producción local, se detiene. A partir de este momento se inicia un largo periodo de inactividad.
Las posibilidades de sentar las bases de una futura industria, que aparecen de 1936 a 1940, se cortan con la llegada de la guerra. Posteriormente, los intentos de dos películas hechas en 1943 por la compañía Huascarán Films, formada en gran parte por el equipo que antes tuvo a su cargo Amauta Films, que sin embargo no levantan un cuerpo definitivamente caído. Ellas son Penas de amor, dirigida por Ricardo Villarán y protagonizada por Jorge Escudero y Ana Marvel; y A río revuelto, dirigida por el chileno Luis Morales, con Edmundo Moreau y Paco Andreu. Luego, Nacional Films tiene a su cargo Una apuesta con Satanás y Como atropellas cachafaz, dirigidas por César Miró, y la Asociación de Artistas Aficionados (AAA) produce La lunareja, que dirige Bernardo Roca Rey, con actores de la misma institución, dedicada en su mayoría a la práctica teatral.
Toda la producción estuvo concentrada en Lima y no existe ninguna información sobre actividad fílmica en provincias, salvo rodajes para noticieros y la filmación de alguna producción de empresa capitalina; Sangre de selva, por ejemplo, se filmó en el Perené. La única excepción conocida es el largo Bajo el sol de Loreto, rodado en el oriente peruano en los años cuarenta y que nunca se exhibió en Lima.
En líneas generales, las películas peruanas del periodo señalado se hicieron según patrones técnicos y modelos argumentales del cine mexicano y argentino de la época. A través de un trabajo artesanal de equipo (en el que hay que destacar la labor de Trullen en la cámara y laboratorio, y de Diumenjo en el sonido), se quiso perfilar un cine popular, que devino en populachero, destinado al mayor consumo posible, utilizándose los géneros más asequibles, a menudo combinados: la comedia de intriga, el melodrama, el policial, el musical “de canciones”, etcétera, bañados por detalles costumbristas en diálogos y situaciones. Hubo pretensiones más claras de un cine criollo-costumbrista en El guapo del pueblo y Palomillas del Rímac, pero no se superó el nivel de la comedia populachera. La aparente raigambre popular de unos argumentos se refractó en intrigas de muy dudoso gusto, comicidad verbal estereotipada y situaciones tópicas.
Este es el cuadro que, sin excepciones, caracteriza al cine que se hizo en el Perú en los años treinta. Sin embargo, dentro de la banalidad de los argumentos y la rutina y convencionalismo del lenguaje expresivo, se afianzó una producción que tuvo un tono medio de aceptabilidad para el público espectador. Es decir, en su débil consistencia, en sus mecanismos cercanos al radioteatro filmado, las películas tuvieron una imagen nítida y clara, una continuidad narrativa legible y un sonido audible, elementos que muchos filmes posteriores no lograron siquiera tener. Pero hablar de la “época de oro del cine peruano” resulta, desde luego, una pretensión excesiva. No se trata más que de un brote más o menos organizado de producción que difundió algunos motivos de la cultura masivo-popular de la época, pero sin llegar a constituir una industria, debido al escaso capital movilizado, a los recursos artesanales que se emplearon y a la ausencia (explicable) de un criterio exportador o competitivo con otras cinematografías latinoamericanas. Este brote de producción quedó definitivamente clausurado, cerrando un capítulo, sin duda el más importante en cuanto a la producción de largometrajes en la magra historia del cine peruano.