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2. DEFINICIONES 2.1 Definiciones paradigmáticas

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El análisis paradigmático de una magnitud semiótica está sujeto a dos dificultades, subestimadas con frecuencia.

En primer lugar, los fundadores de la semiótica europea divergen sobre un punto importante. Para Saussure, en el Curso de lingüística general, gracias al criterio adoptado, a saber, el de la “asociación”, manifiestamente heredado del siglo XIX, un paradigma, contrariamente al sintagma, es abierto:

Un término es propuesto como centro de una constelación, el punto en que convergen otros términos coordinados, cuya suma es indefinida3.

En cambio, para Hjelmslev, en razón sin duda del principio de empirismo y de sus tres exigencias: exhaustividad, no contradicción y simplicidad, el análisis conduce necesariamente a un inventario cerrado:

Cuando se comparan los inventarios obtenidos de esta manera con los diferentes estadios de la deducción, resulta sorprendente observar que su número disminuye a medida que el procedimiento de análisis avanza. (…) De hecho, si no hubiera inventarios limitados, la teoría del lenguaje no lograría alcanzar su objetivo: hacer posible una descripción simple y exhaustiva del sistema que sostiene el proceso textual4.

La semiótica greimasiana, especialmente por el rol federador que le atribuye al recorrido generativo, está de acuerdo con la posición de Hjelmslev, aunque es claro que las diversas tentativas por introducir en los años ochenta nuevos rellanos en el recorrido, lo han convertido parcialmente en inventario abierto de los niveles de articulación. En consecuencia, en los términos de un paradigma no habría más que el contenido encarado por la conmutación: lo que la conmutación despeja es pertinente, pero esa pertinencia es de hecho y no de derecho, mientras las demás magnitudes conmutables no hayan sido igualmente distinguidas y contrastadas.

Hjelmslev toma de A. M. Peskovskij, lingüista ruso de comienzos del siglo, la hipótesis según la cual

Hay términos precisos y términos vagos, y lo que más importa es que, al parecer, un sistema está organizado con frecuencia sobre la oposición entre términos precisos y términos vagos5.

Dicha hipótesis, que presenta el mérito de inscribir la incertidumbre en el sistema, es seguida por otra que señala por adelantado los límites del binarismo: “… todo sistema de dos términos está organizado sobre la oposición entre un término preciso y un término vago”6. Dicho de otro modo, la diferencia, antes de proyectarse en una alternativa, es confrontada con su denegación, si no con su propia desaparición. En La categoría de los casos esa oposición dejará su lugar a la oposición entre término “intensivo” y término “extensivo”:

La casilla seleccionada como intensiva tiene tendencia a concentrar la significación, mientras que las casillas escogidas como extensivas tienen tendencia a expandir la significación sobre las demás casillas, hasta invadir el conjunto del dominio semántico ocupado por la zona7.

No podríamos pasar en silencio el hecho de que G. Deleuze inaugure su reflexión sobre la diferencia con unas consideraciones sorprendentemente parecidas:

En lugar de una cosa que se distingue de otra cosa, imaginemos algo que se distingue de otra cosa y sin embargo aquello de lo que se distingue no se distingue de él.

El relámpago, por ejemplo, se distingue del cielo negro, pero tiene que arrastrarlo consigo, como si se distinguiera de lo que no se distingue. Diríamos que, en este caso, el fondo sube a la superficie sin dejar de ser fondo. (…) La diferencia es ese estado de la determinación como distinción unilateral. De la diferencia hay que decir entonces que la hacemos o que se hace, como en la expresión “hacer la diferencia”8.

Esa reflexión, muy próxima de la concepción “gestaltista” de la percepción, es reformulada en términos semióticos como “primacía de la negación”: el término es ante todo “lo que no es no importa qué” y que de hecho se destaca de lo “no importa qué”. La distinción precedería por derecho a la diferencia; o en otros términos, la independencia como negación de la dependencia precedería a la diferencia.

Una doble obstrucción pesaba sobre la diferencia: (i) los términos de la diferencia están uno y otro determinados; (ii) el contenido de la diferencia es negativo, según la enseñanza de Saussure, pues a los términos solo se les exige diferir uno de otro, sin preguntarse en qué difieren: esta doble obstrucción ha quedado despejada, y ya es posible plantearse cuestiones que hasta ahora estaban descartadas.

Por nuestra parte, hemos optado por situarnos a medio camino entre lo “indefinido” saussuriano y lo “estrictamente definido” hjelmsleviano. Sin embargo, una reflexión sobre las precondiciones de una definición paradigmática del valor ha de tomar en cuenta los dos postulados mencionados por Hjelmslev en los Prolegómenos: (i) la “masa amorfa e indistinta” de Saussure da paso a la postulación de un “continuum no analizado aunque analizable”9; (ii) “… no existe formulación universal, sino solamente un principio universal de formación”10.

No obstante, creemos que es pertinente añadir a la lista de precondiciones las cuatro propiedades siguientes: la disimetría, la orientación, la reversibilidad y la concesión. En relación con la primera, la disimetría surge de la letra misma de los textos de Hjelmslev y de Deleuze, que acabamos de citar: la oposición de base no concierne a los términos polares sino a un “término preciso” y a un “término vago”, a una plenitud y a una vacuidad; en último término, a “algo” y a “no importa qué”. La delimitación inherente a los términos polares no parece que deba ser inscrita entre los primitivos. Hjelsmslev no se pronuncia sobre la cuestión de si el continuum de que se trata está orientado o no, pero amparándonos en Cassirer y en Deleuze, admitiremos que tiene que ser aprehendido como “el flujo de una serie continua sensible”11.

Desde el punto de vista epistemológico, es lícito pensar que disimetría y orientación tienen que establecer una relación de presuposición recíproca que nos dispense de fijar una prioridad, o de zanjar sobre el asunto de saber si se debe tomar “blanco” por “no negro” o “negro” por “no blanco”, como hace el binarismo.

En lo que se refiere a la tercera propiedad, la reversibilidad es menos una propiedad que el resultado del análisis: desde el momento en que una dimensión es concebida como una gradiente, el aumento de los “más” tiene por correlato una disminución de los “menos”, así como una tensión decreciente tiene como correlato una laxitud creciente.

En cuanto a la concesión, es una generalización de lo precedente: en cada punto de la gradiente se produce un pequeño “drama” en la inmanencia de lo que Bachelard llama la “vendetta de las decisiones contrarias”: en el devenir, trátese de una propiedad, como en el enfrentamiento de la rojez y del enrojecimiento, o de un proceso propiamente narrativo, una determinada valencia es correlacionada con el esfuerzo, con el trabajo de otra valencia inversa: una valencia de movimiento enfrenta una valencia de inercia, una valencia cohesiva se opone a una valencia dispersiva, etc. En suma, de valencias conversas (y “tranquilas”) se pasa a valencias inversas (e “inquietas”).

La armadura propia de las definiciones paradigmáticas presenta una complejidad continua por una parte, y por otra una disimetría irreductible. De suerte que (i) en nombre de la complejidad [A/B], ningún componente podría darse aisladamente, y (ii) en nombre de la disimetría, A y B pueden recibir, tanto uno como otro, una orientación positiva, pero entonces atribuyendo una orientación negativa al otro.

Solo nos queda denominar las magnitudes que, por su exclusión recíproca, constituyen el intervalo en el que van a inscribirse los valores intermedios. Desde el punto de vista figural, es decir, de las categorías atestiguadas en el plano del contenido y en el de la expresión, al mismo tiempo, son la intensidad y la extensidad. Desde el punto de vista figurativo, o sea, de las categorías atestiguadas en el plano del contenido únicamente, admitiremos que el espectro del valor tiene como términos extremos: para la intensidad, los valores de absoluto, en los que predomina la “mira”*; para la extensidad, los valores de universo, en los que predomina la captación. Pero en un caso como en otro, se trata solamente de una dominante: los valores de absoluto prevalecen en detrimento de los valores de universo, y recíprocamente.

Es tiempo de poner un ejemplo. El libro de Tocqueville, De la démocratie en Amérique, presenta una aproximación paradigmática que trata de aprehender las diferencias entre el tipo de sociedad propia del Antiguo Régimen y aquel que se ha instalado en la otra orilla del Atlántico, y además, una aproximación sintagmática, en el sentido de que Tocqueville considera el advenimiento de la democracia y el declive de la aristocracia como ineluctables, si bien las “razones del corazón” le llevan a preferir la aristocracia a la democracia. Pero más que la existencia de la oposición misma, son los términos en los que Tocqueville la expresa lo que retendrá nuestra atención:

Comprendo que en un Estado democrático, constituido de esa manera, la sociedad no será inmóvil; pero los movimientos del cuerpo social podrán ser en ese caso regulados y progresivos. Si en esa sociedad se encuentra menos brillo que en el seno de una aristocracia, se encontrará también menos miseria; las satisfacciones serán menos extremas y el bienestar más general; las ciencias menos desarrolladas y la ignorancia más escasa; los sentimientos menos enérgicos y las costumbres más suaves; se observarán allí más vicios y menos crímenes12.

El sistema aristocrático elige el brillo de los valores en detrimento de su extensión, del mismo modo que el sistema democrático adopta la máxima extensión a la que puede aspirar, a expensas de la “mediocridad”, como queda establecido en la frase: “las satisfacciones serán en ella menos extremas y el bienestar más general”. Desde el punto de vista paradigmático, las oposiciones por las que logramos captar dos configuraciones son de dos órdenes: la orientación positiva de los valores de absoluto, propios del sistema aristocrático, contrasta con la orientación igualmente positiva de los valores de universo, propios del sistema democrático; pero se opone al mismo tiempo a la orientación negativa de los valores de universo en el seno del mismo sistema aristocrático.

Una configuración bien atestiguada manifiesta así “dos” oposiciones que desembocarán en programas distintos de exclusión: una externa, la otra interna, aunque es frecuente que la segunda se imponga a la primera: en ese caso, dos sistemas de valor en oposición “externa” quedarán fundidos en uno solo, sometidos a un solo punto de vista: un sistema de valores homogéneo se estabiliza, orientado por una “oposición interna”. De hecho, formular la categoría como un cuadrado semiótico significa adoptar la perspectiva que ha logrado imponer su orientación a los valores. El diagrama de las valencias que aparece a continuación traduce el punto de vista adoptado por Tocqueville, y revela su preferencia por los valores de absoluto, pues la imposición de una correlación inversa entre la intensidad y la extensidad señala ya la perspectiva de aquel que considera que el otro régimen, el de los valores de universo, tiene que haber renunciado al “brillo”, a la intensidad, en provecho de la difusión máxima:


Tensión y significación

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