Читать книгу Tensión y significación - Jacques Fontanille - Страница 23

2.2 Definiciones sintagmáticas

Оглавление

La cuestión que se nos plantea ahora es la siguiente: si la red vale como sistema, ¿qué proceso le corresponde? Dicho de otro modo, ¿cuál es el tenor de la sintaxis adecuada a la red?

Sería por lo menos extraño que la sintaxis fundamental prevista por Greimas, sintaxis que opera por contradicción [s1 → no s1] y por implicación [no s1 → s2], le conviniera a la red. Pero no menos extraño sería que las operaciones propias de la red no tuvieran nada que ver con la sintaxis fundamental. El mayor reproche hecho a la sintaxis fundamental se ha dirigido siempre a la implicación: se consideraba capaz de procurar ese “suplemento” que la contradicción era incapaz de proporcionar, a menos de exceder su propia definición.

Si la implicación crea problemas es porque trata de suponer una homogeneidad de la categoría que, por lo demás, la contradicción pone en cuestión al negar el eje semántico y al abrir una infinidad de posibles susceptibles de desestabilizar la categoría23.

Para que “no-pobre” pueda implicar “rico”, parece necesario, siguiendo esa objeción, postular desde un comienzo una reducción de todos los gradientes subyacentes a fin de obtener el menor número posible de posiciones. La objeción de B. Pottier se dirige justamente, entre otras cosas, contra la legitimidad de esa reducción, en la medida en que existe una infinidad de maneras de no ser “pobre”, y la mayor parte de ellas no consisten en ser “rico”.

La versión sintáctica del mismo problema es aún más clara, puesto que si la contradicción hace salir del dominio de A por negación, la aserción correspondiente a la implicación permite reintegrar el dominio de B en la categoría: es decir, que la negación y la aserción solo pueden operar entre los dominios A y B y no al interior de cada dominio, y que, por consiguiente, cada subdominio constitutivo de la categoría es considerado como simple y no gradual.

La posibilidad de una solución, sobre la cual volveremos más adelante, se deja entrever, sin embargo, por el hecho de que, como lo hemos señalado, la negación pluraliza, mientras que la aserción reduce y concentra: los operadores del cuadrado semiótico, y sobre todo la secuencia [contradicción → implicación] parece que manejan por lo bajo un componente cuantitativo, es decir, extensivo. En consecuencia, de conformidad con las hipótesis formuladas a propósito de las valencias y de los valores, como la extensidad no puede actualizarse sin afectar la intensidad (y recíprocamente), esa dependencia nos autoriza a suponer la existencia de correlaciones entre la intensidad y la extensidad, subyacentes a las operaciones canónicas del cuadrado semiótico.

Por lo demás, se ha olvidado con demasiada frecuencia que el principio de la conmutación, en la medida en que asegura el valor de una oposición, implica que toda alternancia paradigmática tiene que estar ligada, en discurso, a otra alternancia cuando menos. Lo cual se traduce por el hecho de que —trivial evidencia, pero que no deja de ser pertinente recordarla aquí— la “pobreza” puede formar parte de isotopías diferentes según que aparezca, por ejemplo, en un cuento folclórico o en los evangelios. En el primer caso, la “pobreza” es tratada, en la isotopía social, como una figura de la modalidad [no poder-hacer] individual, y en la segunda, en la isotopía de la sensibilidad a la palabra divina, como un [poder-saber] o un [poder-sentir].

Lo cual quiere decir que las relaciones lógico-discursivas propias de la categoría la constituyen en razón únicamente de la correlación que asocia la dimensión “pobreza/riqueza” a otras dimensiones, tales como [poder-hacer/no poder-hacer], en un caso, o “humildad/orgullo”, “sensibilidad/insensibilidad” a la palabra divina, en otro. De suerte que, más concretamente, el “pobre” del Evangelio no se contenta con desprenderse de sus bienes (negación) a causa de la insensibilidad que oponen a la palabra de Dios, sino que debe asertar la “pobreza” —en la relación de implicación— por la nueva capacidad que de ella se deriva y que le permite acoger plenamente dicha palabra. En cierto modo, la contradicción apuntaba a disociar dos dimensiones, actuando solamente sobre una de ellas, mientras que la implicación—aserción escinde definitivamente su solidaridad.

La “conducción teleológica”, que según P. Ricoeur, llevaría de la mano las operaciones sintácticas profundas24, puede ser descrita en términos de correlación entre isotopías del discurso. Especialmente, los misterios de la implicación-aserción, que “enganchan” el recorrido con el cuadrado, pueden ser resueltos si se admite que no existe categoría simple o aislada, sobre todo en discurso, y que la reducción final impuesta por la implicación está guiada por una “mira” que pertenece a otra dimensión, correlacionada con la primera.

Ese razonamiento, desarrollado a propósito de una correlación externa, podría ser reorientado últimamente hacia la complejidad interna del cuadrado semiótico. Si se parte no del término simple “rico”, que, de hecho no tiene ningún derecho a la existencia antes del desarrollo de todas las relaciones que lo constituyen, sino del término complejo aún indiferenciado “pobreza/riqueza”, que la “sumación”* ha identificado como la zona de una categoría, en ese caso, la contradicción trata de disociar las dimensiones que le están correlacionadas; luego, la implicación viene a restablecer su solidaridad indisoluble. Desde ese punto de vista, la implicación/aserción no presupone una dudosa homogeneidad de la categoría, sino, al contrario, la construye contra todas las tendencias dispersivas que se manifiestan. En otros términos, todo el mundo es libre de imaginar un dominio semántico abierto y heterogéneo donde ciertas formas de la “no-riqueza” o de la “no-pobreza” nos obligarían a salir simplemente de la categoría: el “no-rico” y el “no-pobre” no serían en tal caso afectados por la alternancia “riqueza/pobreza”, y ninguna implicación los podría convencer de terminar el recorrido por el cuadrado, es decir, a declararse “pobre”, el primero, y “rico” el segundo. Pero ese dominio abierto y heterogéneo no está organizado por la presuposición recíproca “riqueza/pobreza”, puesto que “riqueza” y “pobreza” no se presuponen mutuamente hasta el punto de que “no-pobre” implique “rico” y “no-rico” implique “pobre”.

Atendiendo a la complejidad interna de la categoría, la sintaxis fundamental pretende disociar las dimensiones, tratar por separado la mitad de la red, y luego reunirlas. El proceso para ensamblar las dos partes de la red tiene que recurrir a una suerte de atropello —la implicación—, que, como hemos intentado mostrar, no es más que la reafirmación final de la unidad de la categoría.

Es esta tal vez la ocasión —aunque volveremos sobre ello— de distinguir una categoría semántica que requiere la interdependencia estricta de la presuposición recíproca y de las implicaciones, de un simple dominio semántico, o “campo” según algunos autores, que es mucho más tolerante desde ese punto de vista. Si la semántica lingüística, y especialmente la lexical, en la medida en que manipula conjuntos ya seleccionados, limitados y depurados, puede contentarse con dominios, la semiótica discursiva debe, en cambio, culminar en la construcción de categorías, las cuales proporcionan a los conjuntos vastos, variados y heterogéneos que manipula, el mínimo de coherencia necesario para la inteligibilidad del discurso.

El balance es muy fácil de hacer: si la contradicción caracteriza la disociación de la red y si la implicación garantiza la existencia y la coherencia de la red, es decir, la presuposición recíproca de las dos “semi-redes”, entonces la implicación debe tener prioridad sobre la contradicción. Nos damos cuenta de inmediato que adoptando esta definición de la estructura, nos colocamos deliberadamente en la perspectiva de una semiótica de la dependencia y de la complejidad. Una semiótica de la dependencia es una semiótica fuertemente implicativa, la cual atribuye al [sientonces] (y a su reinversión concesiva) una “fuerza ilocutoria” superior. Pero esa presentación es incompleta. El operador adecuado a la red es, de hecho, como ya lo hemos sugerido, la conmutación, en la que Hjelmslev vería el pivote del método lingüístico, y que incluyó en la “estructura fundamental de toda lengua en el sentido convencional”. Si nos colocamos resueltamente en la perspectiva de la red de dependencias, limitándonos al caso en que la red se base en la intersección de dos dimensiones, obtenemos, seleccionando los valores a y b en una dimensión, y c y d en la otra dimensión, las posiciones siguientes:


La conmutación supone que los valores a y b de una dimensión “llamen”, impliquen, es decir, seleccionen respectivamente los valores c y d de la otra dimensión, adjunta siempre a la primera, de suerte que al término de esa selección, solo conservamos una semired:


La dependencia y la diferencia responden así de la estructura: la dependencia adopta la forma de las dos implicaciones, [si a, entonces c] y [si b, entonces d], en tanto que la diferencia produce la distinción presupuesta: [ab] y su réplica presuponiente: [cd]. Dicho de otro modo, la disjunción entre los dos primeros complejos se produce a causa de la correlación entre las dos dimensiones: porque [a] y [b] seleccionan respectivamente [c] y [d] (relaciones de dependencia “electivas”), [a] y [b] por un lado, [c] y [d], por otro, se encuentran disjuntos (relaciones de diferencia).

La dependencia “crea” la diferencia, aunque no por sí sola. Una simbiosis reclama determinadas posibilidades del “sistema sublógico”, pero no todas, o no en la misma perspectiva: aquí toma en cuenta [a-c] y [b-d], pero “ignora” o coloca en segundo plano los otros dos complejos posibles: [a-d] y [b-c]. Y ese procedimiento, o esa orientación, es inherente a la significación misma, ya que si todos los posibles estuvieran manifestados, en el plano de la expresión y en el plano del contenido, el sujeto se vería obligado a manejar únicamente universales y se encontraría en la imposibilidad de articular el sentido. En otros términos, la dependencia solo puede producir la diferencia si es “electiva”; y esa sería, sin duda, una de las operaciones constitutivas de la “sumación”: en el seno de una dimensión cualquiera, una magnitud, por ejemplo la “pobreza”, elige otra magnitud que pertenece a otra dimensión, la “humildad” por ejemplo, y con ello crea la posibilidad de una diferencia con las otras magnitudes de su propia dimensión. En efecto, la oposición entre “pobreza” y “riqueza” es únicamente de escala, hasta que la correlación con la dimensión “humildad/orgullo” no le haya otorgado su valor y su orientación (en este caso, “pobre” → positivo y “rico” → negativo).

En cierto modo, la conmutación significa que “se” cambia de valor sin salir no obstante del sistema: confirma, en cierto modo, la elección operada inicialmente: [si a, entonces c], pero [si b, entonces d]. Salir del sistema equivaldría a cambiar la relación electiva entre magnitudes. Si se quiere admitir que, en relación con el complejo tensivo en el que esas dependencias se establecen, cada dimensión [a-b] y [c-d] es un gradiente y que cada magnitud solicitada [a, b, c, d] es una posición en un gradiente, entonces el procedimiento de “elección” que venimos proponiendo puede ser interpretado como una “puesta en correlación” entre dos gradientes. De acuerdo con el principio establecido en el capítulo dedicado a la valencia disponemos en ese caso de dos posibilidades: la correlación conversa, que permite una elección “directa” entre magnitudes del mismo rango, y la correlación inversa entre magnitudes de rango simétrico. Además, desde un punto de vista sintáctico, la concesión —la relación inversa— presupone la implicación, es decir, la relación conversa, en la medida en que la contradice.

Si podemos aceptar que las cuatro entidades complejas [a-c] y [b-d] por un lado, y [a-d] y [b-c] por otro, constituyen los términos de la estructura, cuya diferencia es el producto de dependencias “electivas”, el juego estructural puede adoptar, en el caso en que dos dimensiones solamente están correlacionadas, las dos formas siguientes:


Si dentro de cada correlación es la “elección” de una magnitud por otra la que hace emerger la diferencia entre dos correlaciones, el proceso es muy diferente: para saber si la correlación es conversa o inversa, no es suficiente identificar qué magnitudes “eligen” otras magnitudes; hace falta además poder comparar globalmente los gradientes y sus orientaciones respectivas. Lo que significa que ese segundo tipo de diferencia pone en juego no tal o cual grado de los gradientes, sino las dimensiones en su conjunto, es decir, literalmente la orientación y la coherencia de la red. En ese caso también, una dependencia (la correlación) hace emerger una diferencia entre dos maneras de asociar dos orientaciones. De hecho, la diferencia o la semejanza entre las orientaciones, conversa o inversa, de cada dimensión, solo aparece sobre el fondo de la dependencia —la correlación— que obliga a compararlas y a adoptar una solución u otra.

Para poner un ejemplo bien conocido, el de las modalizaciones veridictorias, es sabido que, por definición y por construcción, desde los años setenta, cada posición es definida como un término complejo que conjuga dos dimensiones: la del ser y la del parecer. Si admitimos por hipótesis que las dos dimensiones son graduales —no es absurdo suponer que, al igual que lo que ocurre en otras partes, el ser puede ser graduado según la intensidad y el parecer según la extensidad— obtenemos, por correlación conversa o inversa, los dos esquemas siguientes:


Daría la impresión de que, a partir de una semántica de lo continuo, de la dependencia y de la complejidad, se podrían distinguir dos tipos de diferencias: (i) una diferencia interna, propia de cada correlación, en la que la variación entre s1 y s2 —el recorrido por el arco de correlación—pueda ser tratada de manera continua en función de los grados seleccionados en cada una de las dos dimensiones; (ii) una diferencia entre dos correlaciones que solo puede ser discontinua, cualquiera que sea la solución adoptada, puesto que no existe pasaje continuo posible entre los dos arcos de correlación.

Concreta e intuitivamente, sabemos que la ilusión y el secreto se hallan interrelacionados: apenas hay una ilusión que no recubra un secreto, ni secreto que se guarde mejor que detrás de una ilusión. Cada correlación se presenta como una perspectiva homogénea sobre el fondo complejo de ser y de parecer, donde los dos términos opuestos son al mismo tiempo solidarios, y hasta asociados en una misma estrategia discursiva: en ese sentido, se someten a la regla de presuposición recíproca y pueden ser tratados como contrarios.

Por tanto, desde el momento en que tratamos de sintetizar las dos correlaciones en un solo sistema cuadrangular, el paso de una correlación conversa a una correlación inversa debe ser tratado como una revolución interna de la correlación: esta última no queda suspendida pero la orientación de los gradientes es invertida. Al interior de la categoría, hay que elegir obligatoriamente una de las soluciones, y cada una excluye a la otra. Esas diferentes propiedades nos llevan a reconocer en ellas una interpretación plausible de la contradicción. El ejemplo de la veridicción muestra a las claras que dicha síntesis es incompleta, puesto que tenemos aún la posibilidad de escoger entre dos soluciones, si es que colocamos “horizontalmente” los dos pares de contrarios y “verticalmente” las dos correlaciones contradictorias:


La cuestión es la siguiente: cuando partimos efectivamente de un complejo que engendra las modulaciones de la tensión entre dos dimensiones, ¿cómo reconocer, por ejemplo, la modulación que correspondería al término contradictorio apriorístico “no-verdad”? Dado que aquí la contradicción es global entre dos orientaciones de la correlación, es decir, entre dos formas de complejidad, no podemos decidir de antemano si se trata del secreto o de la ilusión. Y es, entonces, cuando aparece plenamente el rol que juega el valor y la implicación en la estabilización del cuadrado semiótico.

En efecto, si el secreto implica la verdad (solución I), quiere decir que es el ser, igualmente positivo en los dos términos, el que selecciona el parecer (verdad) o el no-parecer (secreto). Por el lado de la implicación [ilusiónfalsedad], sería el no-ser el que jugase el mismo rol, de suerte que podemos afirmar que, en lo que concierne a la primera solución, es la dimensión del ser la que es decisiva, en el sentido en que son las magnitudes que la constituyen las que son “electoras” (o seleccionantes).

En cambio, si la ilusión implica la verdad (solución II), eso significa que es el parecer (igualmente positivo en ambos términos) el que está en posición de seleccionar esta vez el ser (verdad) o el no-ser (ilusión); en la otra implicación, el no-parecer juega el mismo rol, confirmando de ese modo el rol seleccionante de la dimensión del parecer.

En suma, la implicación asegura siempre la homogeneidad (o en términos discursivos, la isotopía) de la categoría, pero está también condicionada (al mismo tiempo que la revela) por la distribución de roles —elector/elegible; seleccionante/seleccionado— entre las dos dimensiones correlacionadas: la categoría veridictoria, por ejemplo, cambia de disposición según que la seleccionante sea la dimensión del parecer o la del ser.

Tensión y significación

Подняться наверх