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Presentación

El presente libro pretende plantear cierto número de propuestas teóricas y metodológicas que atañen, de cerca o de lejos, a la semiótica tensiva, a la semiótica de las pasiones y a la semiótica de lo continuo. Supone, por tanto, algunos puntos de partida que definirán un punto de vista: punto de vista de la complejidad, de la tensividad, de la afectividad, de la percepción.

Con ello no se pretende sustituir a la semiótica clásica, de la que procede, y cuyos “estandartes” son el cuadrado semiótico y el esquema narrativo canónico, aunque debatiremos larga y frecuentemente en torno a uno y otro. Lo que tratamos es de situarla, situándonos nosotros mismos al mismo tiempo: ubicarla como una de las semióticas posibles en el seno de una semiótica general, aún por construir.

Señalar un punto de partida permite protegerse de la ilusión que consiste en querer escribir la historia de una disciplina participando en ella desde el interior, y en decretar, por ejemplo, que tal paradigma anterior es obsoleto, y que el porvenir está a favor de los que uno propone. Señalar un punto de partida es, en suma, reivindicar la pertinencia validable o falsable del punto de vista adoptado, así como la coherencia del método que de él se desprende. Y cuando ese punto de vista y esa coherencia incluyen la posibilidad de ponerlos en perspectiva, al lado de otros puntos de vista y de otras coherencias posibles, de lo que se trata es de “otra manera de hacer semiótica” y no de otro “paradigma”.

La pertinencia de un punto de vista teórico se mide, entre otras cosas, por su capacidad de generar categorías simples y generalizables, y, al mismo tiempo, procedimientos reproducibles y operativos. Por lo que se refiere a las categorías, hay que anotar particularmente el rol que aquí se atribuye a la intensidad y a la extensidad, por una parte, y a los modos de existencia (o modalidades existenciales), por otra parte; el conjunto estructura, de hecho, el campo discursivo; unas —la intensidad y la extensidad— en nombre de la presencia sentida y percibida; los otros —los modos de existencia— en nombre de los grados de presencia. Por lo que se refiere a los procedimientos, pondremos de relieve, entre otros, el principio de las correlaciones conversas o inversas entre gradientes, la distinción entre predicación implicativa y predicación concesiva, o incluso la sintaxis existencial. La perspectiva dominante que caracteriza nuestro punto de vista es, pues, la de la semiótica discursiva.

Si el valor heurístico de un punto de vista teórico está en función de la variedad de los discursos de los que puede dar cuenta y de los campos de investigación que abre, entonces podemos alegar aquí la diversidad de dominios abordados: desde el discurso poético hasta el discurso científico, desde el discurso mítico hasta el discurso político, desde la lingüística francesa hasta la lingüística comparada, desde la antropología hasta la retórica, abriéndose con amplitud, la reflexión semiótica reanuda sus relaciones con sus orígenes transdisciplinarios.

Concebido en un comienzo como diccionario, este libro se fue transformando poco a poco en una suerte de tratado en el que se expone sistemáticamente una posición teórica: el número de entradas se redujo considerablemente, el volumen de cada entrada creció, las entradas se convirtieron en capítulos, el orden alfabético fue desechado por ser demasiado facilista, y finalmente se impuso una progresión temática. Sin embargo, el producto final guarda alguna traza del proyecto original: todos los capítulos, construidos sobre el mismo modelo, recogen de la “entrada” de diccionario su armadura canónica: definiciones, correlaciones, sinónimos y antónimos, y ejemplos. Vamos a comentar rápidamente esa arquitectura, concebida como un “modo de empleo” de los 12 conceptos considerados.

1. Recensión

En ese rubro evocamos, sin más, a aquellos que han tratado tal o cual concepto. Esa mención es forzosamente superficial, ya que el tratamiento diacrónico de una configuración significante supone una semiótica general que posee ya la tipología de los conceptos posibles. Nos contentaremos con “acoger” de los discursos anteriores que las han tratado, con sus propias preocupaciones, las nociones que nosotros abordamos.

Es por lo demás bien conocido que la mayor parte de las potencialidades de los discursos anteriores son filtradas por la teoría que las acoge, en el estado en que se encuentra al momento en que las explota: esa es una de las leyes de la intertextualidad. Por poco que la teoría de acogida haya evolucionado, parece prudente en estos momentos reexaminar las “fuentes”, al menos para abrir un campo a sus potencialidades adormecidas.

2. Definiciones

La definición es un enunciado problemático. En efecto, la definición es un género que subsume varias especies: definición distintiva de Aristóteles a Littré; definición constructiva de los matemáticos; definición analítica de Hjelmslev. Este último añade aún una distinción, más bien oscura, entre definiciones “formales” y definiciones “operacionales”, que Greimas y Courtés (Sémiotique 1, p. 86) reproducen sin añadir nada nuevo.

El criterio de pertinencia no basta para decidir sobre la justeza de una definición. Una definición pertenece, quiérase o no, a un conjunto de definiciones que está controlado por una exigencia fuerte: la homogeneidad. Eso supone la presencia de una invariante definicional, manifiesta o catalizada, con frecuencia inmanente. Pero para la semiótica, ese abandono esperanzado a la inmanencia parece ahora ilusorio: la semiótica de los años noventa no es del todo la misma ni tampoco distinta cuando se la compara con la de los años setenta. Esta última sería más bien binarista, logicista, acrónica, y apenas otorgaba lugar a lo sensible; la primera pretende ser ante todo una semiótica de las pasiones, de la intensidad, de la presencia, y antepone la dependencia y la complejidad a las diferencias binarias.

Distinguiremos aquí dos tipos de definiciones; definiciones paradigmáticas y definiciones sintagmáticas. Además, debemos hacer distinción entre definiciones que se aplican al discurso total (definiciones sintagmáticas extendidas) y definiciones que conciernen solamente a uno o varios segmentos (definiciones sintagmáticas restringidas).

Afrontaremos inevitablemente la complejidad de las relaciones entre el eje paradigmático y el eje sintagmático. La tradición lingüística, especialmente la de Jakobson, ha querido ver ahí relaciones puras y exclusivas: disjuntivas y distintivas, en el paradigma; conjuntivas y asociativas, en el sintagma. A pesar de que esa distribución exclusiva ha producido un enojoso corte entre morfología, semántica y sintaxis, la toma de partido por la complejidad la vuelve a cuestionar de alguna manera: la dependencia se coloca en el principio mismo de la diferencia paradigmática, y la diferencia de los modos de existencia sigue operando en la profundidad de la sintaxis del discurso, de tal suerte que las tensiones sintácticas, cuyos efectos sensibles son indudablemente de orden sintagmático, se originan en la concurrencia de figuras de un mismo paradigma. Tal complejidad es, de hecho, una manifestación de la tensividad.

3. Confrontaciones

Cada concepto establece relaciones más o menos conflictivas, de vecindad, de proximidad, y hasta de analogía, a distancia, con otras relaciones, e invita a plantear confrontaciones, y en algunos casos, a problematizarlas íntegramente.

Una magnitud semántica solo se define correctamente cuando se toma en cuenta toda la red de dichas asociaciones y oposiciones. La magnitud examinada, ¿es coextensiva al discurso o solamente a una porción del discurso? ¿En qué otras magnitudes se prolonga? ¿Con qué otras magnitudes puede asociarse o a cuáles puede oponerse estructuralmente?

La confrontación abre en cierto modo el campo de los “posibles” discursivos y preserva el porvenir: el discurso, en efecto, no se contenta con acoger los “productos acabados” del recorrido generativo. Se sabe que, paralelamente al principio de la conversión, la tradición semiótica admitía, desde los años setenta, que las magnitudes más abstractas podían ser directamente manifestadas en discurso… ¡Como si la enunciación del discurso fuera, en gran parte, independiente de su generación! Por lo demás, aparecen otros modos de asociación y de rearticulación de las magnitudes semióticas, que serán examinados aquí: las formas de vida, por ejemplo; y, lo que tal vez parezca más sorprendente, las pasiones y las emociones. La semiótica del discurso tiene que ver con “conglomerados”, con “dispositivos” que asocian magnitudes heterogéneas, y cuya coherencia no es proporcionada por el recorrido generativo. La praxis enunciativa que esta semiótica se esfuerza en aprehender tiene más que ver con el bricolaje (cf. Floch, Jean-Marie. Identités visuelles, que toma la noción de Lévi-Strauss para aplicarla a la enunciación) que con un algoritmo de engendramiento universal.

Por otro lado, ¿es la semiótica lo suficientemente aguerrida como para enfrentar la confrontación con otras empresas hermenéuticas? Únicamente la confrontación misma podrá dar la respuesta. En primer lugar, se trata de clarificar, en la medida de lo posible, las relaciones entre la semiótica y el campo de las ciencias humanas y sociales, relaciones que con frecuencia han sido tratadas en términos de “reformulación” y de “integración”, cuando no de exclusión. A modo de ejemplo, podemos alegar las relaciones, continuas aunque desiguales, entre la semiótica y la fenomenología, particularmente la obra de Merleau-Ponty, relaciones puestas ya de manifiesto en el artículo de Greimas titulado “El saussurismo hoy” (1956).

¿Cómo conducir pacíficamente esas confrontaciones? Lo más simple sería admitir que los conceptos directores de la semiótica están lejos de presentar el mismo grado de elaboración, y, a partir de esa constatación, habría que preguntarse si tales conceptos, apenas esbozados, no podrían ser fortalecidos, enriquecidos, profundizados por aproximaciones efectuadas con pleno conocimiento de causa.

Por principio, y de acuerdo con su mismo proyecto científico, la semiótica está destinada a tales confrontaciones, con las que no tiene nada que perder y sí mucho que ganar, tanto en cuanto metalenguaje como en cuanto lenguaje-objeto. En cuanto metalenguaje, y en una perspectiva optimista, corresponde al recorrido generativo de la significación, así como a la estratificación en plano de la expresión y en plano del contenido, aportar las pruebas de que constituyen realmente lugares de acogida y de comprensión, y no de exclusión. En lo que se refiere a su propio lenguaje-objeto, la semiótica está invitada a reconocer la existencia de estilos y de regímenes, y no solamente de categorías y de procesos universales; “estilos” cuando se trata del sistema, “regímenes” cuando se trata del proceso.

Si hace eso, la semiótica volverá a encontrarse con las preocupaciones de la lingüística general. Si el objeto de hecho de la lingüística es el conocimiento de una lengua concreta, su objeto de derecho es el conocimiento de esa lengua en el seno de un grupo dado de lenguas y en el horizonte de la facultad de lenguaje.

4. Notas y referencias bibliográficas

Los principios enunciados más arriba (a propósito de la recensión y de las confrontaciones, particularmente) no podrían aplicarse sin un sistema de referencias bibliográficas: no se trata solamente de seguir uno de los ritos del discurso universitario, que, al fin y al cabo, es un género igual que otros, sino de poner claramente de manifiesto la inmersión de nuestras propuestas en la red de las adquisiciones anteriores, tanto las más próximas como las más aparentemente alejadas.

Jacques Fontanille y Claude Zilberberg

Tensión y significación

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